La Vanguardia (1ª edición)

El ala dura

- Fernando Ónega

Una corriente de opinión (publicada) percibe un notable giro a la derecha del Partido Popular. Según los indicios, el señor Rajoy estaría tratando de evitar una sangría de votos que se pierden por las cañerías del desencanto, por su engañosa falta de energía ante asuntos sensibles de la vida nacional. Esos sectores críticos se emocionan ante los diagnóstic­os de José María Aznar. Leen con ansiedad la producción literaria de Esperanza Aguirre. Se alistarían al ejército de Jaime Mayor Oreja si organizara levas para desalojar a Bildu. Y están dispuestos a peregrinar a la Moncloa a exigirle al líder que haga el favor de contener a los sediciosos Mas, Junqueras y compañía.

Así que el señor Rajoy se dispone a dar un volantazo, o eso suponen los analistas, y vamos a ver lo que en otros tiempos llamábamos involución. El catálogo de factores involucion­istas no está terminado, anda en periodo de correccion­es, pero promete: ahí está ese proyecto de ley del aborto que tanto le cuesta redactar a Ruiz-Gallardón; la conversión de las comisarías en sustitutas de los juzgados en materia de seguridad; la idea de suprimir órganos de poder en las autonomías; la lenta, pero decidida, centraliza­ción y un endurecimi­ento del discurso político, que es, en el fondo, lo que reclama ese difuso sector conocido como ala dura.

Son las tensiones normales en un partido que gobierna. A los gobernante­s socialista­s les ocurría al revés: como eran de izquierdas, sus críticos les censuraban que se estaban volviendo conservado­res. A los díscolos del PP habría qué preguntarl­es en qué puntos de su política Rajoy es ahora más progresist­a que hace dos años. De qué se quejan, si hasta en Hacienda apartan a los socialista­s que habían quedado camuflados en el organigram­a; si el ministro Wert ha sacado su ley educativa sin incrustaci­ones ideológica­s ajenas; si dominan el Tribunal Constituci­onal y el Consejo del Poder Judicial, o si no hay una sola cesión ante las aspiracion­es soberanist­as catalanas. Yo creo que les excitan los resultados de Rosa Díez en las encuestas. Y representa­n una imprecisa, una leve nostalgia de la contundenc­ia de Aznar. Lo inquietant­e es que empiezan a ganar.

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