Verde sobre un fondo azul
Nada más lejos de lo corriente que el popular ficus benjamina. Resulta sorprendente. Ser común u ordinario no quiere decir estar dentro de la vulgaridad. Su selecto verdor tiene un aire libresco, irreal. Dado que crece sin disimulo, de alguna manera tiende a buscar el azul del cielo. No sé por qué se me antoja que plantea una reflexión sobre el color. Trae a mi memoria El camino azul, de Josep M. de Sagarra. Apareció en una colección de libros de viajes de la editorial Juventud. He visto ese título en librerías de lance, pero aún no lo tengo.
No es por nada pero necesito esta obra de Sagarra para presentar la planta. Dispongo de la primera edición en catalán. En 1964
Sin mucha luz un ficus puede crecer como si nada; de ahí su éxito como planta de interior
la editorial Selecta publicó La ruta blava, con la cubierta de color verde claro y la sobrecubierta y las ilustraciones en blanco y negro. Pongamos en orden el caos. En la vida de este ficus hay un verde con emanaciones líricas y un azul evanescente, como una brisa que llega de los mares del sur. Todo un panorama que conduce al hallazgo de una concepción poética del color. ¿Qué aspecto tiene para llegar al corazón del público? Ofrece hojas puntiagudas, lustrosas, lisas como esmaltes, en atrayentes ramas arqueadas, delgadísimas. El verde varía hasta el infinito, atraviesa todos los matices. De “una verdor irritant” pasa a “la procacitat d’un verd envernissadísim”. El superlativo absoluto es un acier- to. A última hora del día, azulea. ¡Ahí es nada! Se puede hablar de “un verd d’aigua”. Las hojas parece que piden algo inaudito a las palabras. Pero no imposible.
Nada en la vida lo es: para que parezca como si se hubiera dado a las hojas una capa de barniz, basta situar la planta en el emplazamiento ideal. Necesita una exposición luminosa, lugares umbríos, una buena luz en definitiva. Sin mucha luz puede crecer como si nada; la cosa no tiene disimulo. De ahí su éxito como planta de interior. Pero, ojo: si pierde repentinamente las hojas, la causa más probable es que tenga demasiada poca luz. Sin una adecuada luminosidad, se llena de zozobra. En jardines de clima benigno prefiere estar al aire libre. Dentro de casa da la impresión de que se sofoca; hace como que no lo pasa bien. Como forma parte del entramado cotidiano, merece la pena tenerla bajo el alucinante azul del cielo.
Nada sin embargo como los azules de Sagarra. En La ruta blava, nos encantan sus apuntes naturalistas. Salen mirlos metálicos, mariposas blancas, lagartijas rosadas; colores envueltos en una cobertura de belleza. Sus páginas deben ser consultadas para la comprensión del alucinante verdor del benjamina. Hay en su poética aproximación al color un hechizo que hace de este ficus una planta asombrosa, nada corriente. Lástima que ya no se conciben estas formas. Tenemos la nostalgia de una medida perdida.