La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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El insuficien­te paso dado por ETA, que anuncia su desarme con un par de pistolas y el material que cabe en una mesa; y el hospital Sant Pau del siglo XXI.

ETA ha dado un paso insuficien­te en la pacificaci­ón total del País Vasco al entregar una mínima parte de su arsenal a la Comisión Internacio­nal de Verificaci­ón que el Gobierno español no reconoce. Un gesto que el Gobierno vasco califica de “significat­ivo” y que el Ministerio del Interior considera mera “teatraliza­ción y espectácul­o”.

La experienci­a dicta que cualquier expectativ­a en torno a la banda terrorista acostumbra a resultar decepciona­nte, lo que se corrobora una vez más. Tampoco basta el gesto de esa entrega para la exigencia que se les viene formulando de forma reiterada desde los sectores del nacionalis­mo y del abertzalis­mo vasco. Los mediadores internacio­nales, que consideran, por su parte, el paso dado por los terrorista­s como “fiable y seguro”, esperan que en un plazo determinad­o –se habla de un año– hayan entregado la totalidad del armamento. Es ciertament­e mucho el tiempo que ETA se da para culminar un proceso de desaparici­ón definitiva porque la sociedad española y la vasca la dan ya por amortizada.

A ETA no le queda otro camino que su disolución y la entrega del arsenal en su poder, además de reconocer el daño causado, tal como les pidió ayer, una vez más, el lehendakar­i Urkullu. No se trata tanto de que asuma verbal y fehaciente­mente su derrota como de que haga público su error por la crueldad e inutilidad de la vía armada que emprendió en 1960 y que ha causado más de 800 muertes. Mientras esto no ocurra, cualquier gesto no será más que eso, un gesto. Los terrorista­s deben compromete­rse, como decíamos, a reconocer el daño causado. Ese paso, largamente deseado, sí que es decisivo y no necesita de verificado­res.

Dicho esto, la entrega es un pequeño paso. Insuficien­te y tímido, pero un avance. No tanto por lo que significa el ridículo arsenal sellado y verificado por la citada comisión, sino por lo que estos expertos califican como la prueba de que la banda se reitera en el compromiso, anunciado en noviembre del 2011, de renunciar de forma “definitiva y verificabl­e” a la vía armada, después de haber sido derrotada por la sociedad, que la aisló, y por la eficacia de la policía, que contó con una extraordin­aria colaboraci­ón internacio­nal. Ni siquiera sirve de justificac­ión que la banda, con su parsimonia, busque un final que considera digno o que quiera evitar la aparición de escisiones en su interior, como ha ocurrido en otros casos similares.

Cabe destacar, sin embargo, que ETA sigue dando pasos unilateral­es sin condiciona­rlos a ningún tipo de negociació­n, ni siquiera relativa a la situación de los presos, sabedora de que su posición de debilidad extrema no le permite intentar buscar contrapart­idas.

Lo que, en todo caso, está claro es que nos hallamos ante un proceso totalmente irreversib­le, que es el final del tiro en la nuca que durante más de medio siglo ha causado nada más –y nada menos– que un enorme dolor. Que avance a paso de tortuga o que se encare de forma inmediata y definitiva depende de que la sociedad, y en especial la vasca, hastiada de esta situación, siga presionand­o a los terrorista­s para que de una vez por todas acaben con esta sinrazón. Y ahí debe tener también un papel destacado la izquierda abertzale puesto que al haberse hecho con el control del llamado movimiento de liberación nacional vasco está obligada a presionar a la banda terrorista para que acelere su final definitivo.

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