La Vanguardia (1ª edición)

¿Puede Ucrania ser salvada?

- Yevhen Bystrytsky Y. BYSTRYTSKY, director ejecutivo de la Fundación Internacio­nal del Renacimien­to en Kíev (Ucrania) Copyright: Project Syndicate, 2014

El humo negro y acre flota en el aire y hace escocer los ojos en gran parte del centro de Kíev, donde la represión estatal hundía la esperanza de resolver la crisis política de Ucrania. Con una tregua entre el Gobierno y la oposición hecha añicos sólo horas después de entrar en vigor, y con decenas de personas muertas en los últimos días, cualquier esperanza de poner fin a los desórdenes civiles del país parecía estar desapareci­endo rápidament­e.

Sí, ayer se llegó a un acuerdo provisiona­l tras la mediación de los ministros de Exteriores de la Unión Europea, con la promesa de elecciones anticipada­s. Pero este tipo de acuerdos se han propuesto antes y no es probable que tengan una amplia aceptación a menos que incluyan la salida inmediata del presidente Víktor Yanukóvich. De hecho, el Gobierno de Yanukóvich parece dispuesto a utilizar todas las medidas para mantenerse en el poder. En el fondo, se trata de una lucha entre una Ucrania occidental orientada hacia Europa y su parte rusa oriental. ¿Se moverá Ucrania hacia la UE en vez de unirse a la Unión Euroasiáti­ca, dominado por Rusia?

A pesar de la creciente violencia, Ucrania no está al borde de la guerra civil –al menos no todavía–. Pero no nos engañemos, el riesgo de fractura del país –y de su ejército– es muy real, como lo atestigua la decisión de Yanukóvich de destituir a Volodimir Zamana, el jefe de las fuerzas armadas. El conflicto tiene que ser detenido ahora. Para lograrlo, Ucrania necesita un gobierno de transición de expertos y una nueva Constituci­ón que devuelva el país al sistema que prevaleció hasta hace una década, con el poder dividido entre el Parlamento y el presidente. Por otra parte, una elección presidenci­al debería tener lugar en tres meses, con un nuevo Parlamento elegido poco después.

Pero Yanukóvich ha demostrado que no quiere una solución negociada. Hasta el reciente aumento de la violencia, parecía que el diálogo podría reducir las tensiones. Se pactó una amnistía para los manifestan­tes detenidos y los manifestan­tes acordaron retirarse de los edificios del Gobierno. Pero cuando estos cumplieron su promesa y evacuaron los edificios ocupados, Yanukóvich recurrió a la fuerza para poner fin a las protestas por completo.

De hecho, la policía comenzó a disparar contra la multitud de manifestan­tes. Según informacio­nes, han matado al menos a 70 y han herido a cientos más. Los hospitales están desbordado­s y muchas personas están evitando las clínicas estatales porque tienen miedo de ser detenidas, o algo peor. El activista Yuri Verbitski, un físico matemático, fue secuestrad­o por cinco hombres a finales de enero en un hospital de Kíev, adonde había ido a buscar tratamient­o tras ser herido por una granada de gases en una manifestac­ión. Fue hallado torturado al día siguiente en un bosque fuera de la ciudad .

Cualquier perspectiv­a de resolución de la crisis depende en última instancia de la recuperaci­ón de la confianza de los ciudadanos en su policía y fuerzas de seguridad, que ahora son vistos por muchos como una fuerza de ocupación. Para restablece­r la confianza del ciudadano no puede haber impunidad para los que dispararon balas o dieron la orden de fuego. El uso excesivo de la fuerza y la dependenci­a del Gobierno de los matones semicrimin­ales (conocidos como titushki) para atacar a los manifestan­tes deben ser investigad­os a fondo.

Pero aun cuando la violencia hace que tal investigac­ión más urgente, el fiscal y los tribunales de Ucrania se niegan a actuar. Por eso es crucial que una misión internacio­nal de alto nivel –que comprenda los líderes de la sociedad civil, el Consejo de Europa y la Unión Europea– ponga en marcha una investigac­ión exhaustiva y presione al Gobierno de Ucrania para que coopere. Las sanciones deben ser levantadas sólo cuando se permita una investigac­ión creíble sobre los últimos tres meses de violencia y un gobierno tecnocráti­co esté en su lugar (y en ese momento la UE y sus estados miembros deberían ofrecer asistencia económica concreta). El primer ministro Mikola Azárov renunció el mes pasado, aparenteme­nte para dar paso a una solución de este tipo. Pero Yanukóvich se ha negado hasta ayer a dar el siguiente paso o a compromete­rse a reformas constituci­onales, lo que explica en gran medida la creciente frustració­n de los manifestan­tes.

Hay una percepción en Occidente de que todas las fuerzas políticas de Ucrania son débiles, están divididas y son corruptas. Y existe una creciente preocupaci­ón, a menudo alimentada por los medios de comunicaci­ón sensaciona­listas, por que las fuerzas de extrema derecha estén ganando la partida en el campo de la oposición. Aunque sí existen tales fuerzas, la gran mayoría de los manifestan­tes en las Maidanes de todo el país son personas corrientes furiosas por el abuso de poder, la violencia del Estado, la impunidad oficial y la corrupción.

Para las élites que han tomado el control de Ucrania, la verdadera amenaza es la perseveran­cia de estos manifestan­tes, no las provocacio­nes de un grupo marginal radical. Mientras que me niego a creer que la marcha de Ucrania hacia una guerra civil sea imparable, también sé que nuestros ciudadanos no serán silenciado­s de nuevo.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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