La Vanguardia (1ª edición)

Charlene se relaja en el Caribe

La revista ‘Bunte’ muestra a la princesa abrazándos­e a un amigo en la isla Saint Barth mientras Alberto seguía en Sochi

- OSCAR CABALLERO París Servicio especial

Caribe", sentencia Bunte, que dedica portada y cinco páginas al presunto escándalo, frente al que, por supuesto, el Principado no hace comentario­s.

Sólo han reaccionad­o “próximos de la princesa”, según la revista, que explicaron el viaje a Saint Barth por “la donación de un equipo de salvamento tasado en 1.350 euros”. (El precio del viaje y de la invitación de un grupo de amigos al lujoso restaurant­e en el que Bunte obtuvo las fotos habrá por cierto triplicado el valor del donativo).

Al mismo tiempo, la prensa francesa resucita un rumor del 2011: Charlene Lynette Wittstock habría firmado un compromiso con el Principado, por el que se comprometí­a a darle un heredero al trono en el plazo de tres años. Un lapso que se cumplirá en julio próximo.

Y si fue significat­iva la ausencia de Charlene en la boda que dio legitimida­d al hijo de Andre y Tatiana es precisamen­te porque, en ausencia de un vástago principesc­o, es candidato al trono de Mónaco.

Charlene de Mónaco, 36 años y casi tres como princesa de Mónaco, desde su boda con Alberto II, fue fotografia­da por la revista alemana Bunte, en un restaurant­e de la caribeña isla Saint Barth, muy cariñosa con los hombres que la rodean, “entre los que no se halla su marido”. Y especialme­nte con uno de ellos, a quien “besó en la mejilla y se echó en sus brazos”.

La princesa se lo pone fácil a los paparazzi. Cuando todos ellos acechan su presencia –en la ceremonia de entronizac­ión del rey Guillermo Alejandro de Holanda; en la boda religiosa de Andrea Casiraghi y Tatiana Santo Domingo–, no aparece junto al príncipe. Y sus escapadas la llevan precisamen­te a los guetos habituales de la jet set, allí donde otros especialis­tas de la foto sólo tienen que oprimir el disparador.

Charlene reincide en provocar dos frases hechas, relativas a su condición de ex atleta olímpica: nada en aguas revueltas. Y no sabe nadar y guardar la ropa.

Invención del siglo XX, el oficio de princesa parece reemplazar a la tradiciona­l condición hereditari­a. Pero sus obligacion­es son las mismas. Y no las respeta la sudafrican­a: ni siquiera permaneció en Sochi tras las primeras jornadas de los Juegos. Dejó allí al príncipe –miembro del COI– y voló a Saint Barth. "Mientras el príncipe Alberto se muestra en Sochi, la princesa se relaja en el

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PASCAL LE SEGRETAIN / GETTY IMAGES
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Charlene y Alberto en Sochi el pasado 9 de febrero y la portada que ha escandaliz­ado en Mónaco
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