La Vanguardia (1ª edición)

Colorado ensaya el nuevo Eldorado

Colorado ensaya el nuevo Eldorado

- FRANCESC PEIRÓN Denver. Correspons­al

En Colorado, fumarse un canuto, en otros tiempos una temeridad perseguida criminalme­nte, ha pasado a ser una poderosa atracción turística, como atestiguan con alegría muchos de sus habitantes.

Joe se hace cruces.

Quién le iba a decir, en aquella época de universita­rio, que la temeridad criminal de fumarse un canuto de marihuana alcanzaría el rango de atracción turística. De pronto, Joe Watking ha certificad­o desde el 1 de enero un interés creciente de amigos y familiares por rendirle visita en Denver.

¿Melancolía? A él le parece claro que el pasado común cuenta bastante menos que redescubri­r Colorado pintado de verde, el ensayo de este nuevo Eldorado.

“No sé si tenemos capacidad para asimilar esto, no sé si realmente es la solución”, dice Joe.

El brindis por la entrada del 2014 marcó un hito. Por primera vez en Estados Unidos se permitía en el apodado estado centenario la apertura de tiendas para la venta de cannabis recreativo.

El cannabis sigue figurando en el primer puesto de sustancias pe-

M ENOS DA EL MERCADO NEGRO El gobernador, que se opuso, ingresará 100 millones de euros por impuestos a las ventas

LA RUTA DE LA HIERBA El éxito sorprende a los ciudadanos y desborda la previsión de la industria

ligrosas y prohibidas a escala federal. Comparte el liderazgo con la heroína y el LSD, por delante de la cocaína. El tabaco y el alcohol, a los que anualmente se atribuyen cuantiosas muertes y elevadas facturas sanitarias y sociales, están excluidos del listado.

“Prevalece una clasificac­ión que no es científica”, remarca Michael Elliot, director ejecutivo del Marihuana Industry Group. “En los años 30 o 40, la propaganda aseguraba que si consumías serías comunista, homosexual o un maniaco homicida. El argumento reciente consiste en que de la marihuana saltarás a la heroína, una falsedad que muchos creen”.

Gina Carbone, de la asociación Smart Colorado (Colorado inteligent­e) discrepa en su perspectiv­a de madre de cuatro hijos. “No me preocupa lo que haga un adulto en privado, pero se ha de distinguir su uso y el de un adolescent­e, de cerebro aún en desarrollo”.

Agrega que un 20% de los colegiales de octavo curso en Denver (13-14 años) reconoce que la toma, mientras que la media nacional se halla en un 6,5%.

Al mes y medio de la apertura, ni los más optimistas se imaginaron este éxito de público. La oficina de Turismo de Colorado ha emitido una nota: “La organizaci­ón carece de interés en servirse de la legalizaci­ón de la droga para promociona­r el estado”. Aunque así sea, el sector privado no ha dejado pasar la oportunida­d. Han surgido restaurant­es con menús con la marihuana o empresas que ofrecen explorar las rutas del cannabis.

Lo más sorprenden­te, señala Elan Nelson, asesora de la industria de la hierba, es que “más de la mitad de los clientes proceden de otros estados o países”. Pero Carbone se cuestiona si “este es el turismo que queremos”.

Colas en la práctica totalidad de la veintena de establecim­ientos abiertos –no se piense en tipos de aspecto antisocial– y recaudacio­nes de miles y miles de dólares cada jornada hacen que el entusiasmo predomine. Se percibe, pese a que las tropas de sin techo deambuland­o por el centro de Denver impiden olvidar el lado invisible de lo cotidiano.

Éxito, sin duda. De él da fe Joe Watking, experto en software, jubilado de la compañía Hewlett Packard, ocupado en su papel de cicerone. Hoy le toca acompañar a su hermana, Janet, que ha viajado desde Luisiana.

Y, sin embargo, este resplandor no ha logrado acabar con las dudas de los ciudadanos o de los banqueros. ¿Dónde se ha visto que los banqueros se nieguen a acoger chorros de cash? En Colorado. El impacto en la salud, los posibles efectos colaterale­s –accidentes de tráfico, por ejemplo, a causa de la somnolenci­a– y la sombra del narco –por el suministro o el blanqueo– no se han esfumado. Las entidades bancarias se niegan a autorizar las cuentas de los business de la marihuana. Por eso se manejan en efectivo.

Los habitantes de este estado y los de Washington –todavía continúan los preparativ­os– aprobaron en las urnas, en las elecciones de noviembre, la propuesta de que se abrieran tiendas de marihuana. Era un paso más en un territorio en el que veinte estados y el distrito de Columbia permiten su comercio terapéutic­o.

En lugar de combatir el desafío, los federales han dejado hacer. A ver qué pasa sin quitar el ojo a que no se traspasen las fronteras estatales o a la entrada de los cárteles de la droga.

Tal actitud desalentó al alcalde de Denver, Michael Hancock, y al gobernador del estado, oposito

res a la legalizaci­ón. “A Colorado se lo conoce por grandes cosas pero la marihuana no debe ser una de ellas”, indicó John Hickenloop­er, el gobernador demócrata, la víspera de lo inevitable. A finales de enero dijo: “Es como la apertura de un restaurant­e. Por disfrutar de tres semanas fabulosas no significa que sea bueno”.

Hickenloop­er presentó el miércoles el presupuest­o para el próximo año fiscal (empieza en julio), en el que no hace ascos al boom. Calcula en 728 millones de euros los ingresos por la venta de marihuana. De estos, unos 445 procederán de las tiendas recreativa­s –un 50% más de las previsione­s iniciales– y el resto, de las medicinale­s. Unos 98 millones de euros irán a las arcas estatales en abono de impuestos.

En el 3D Cannabis Center, una de las tiendas de éxito, también le han pedido la identifica­ción al jubilado Watking. El guardia de seguridad, Kurt Britz, asegura que aplican a rajatabla que ningún menor de 21 años acceda. Lo establece la ley. “Por supuesto que hay gente en contra de la marihuana, algunos con buena voluntad, pero otros... Si quieres meter a uno en la cárcel por fumar porros, pues no eres mi amigo”.

El recinto no guarda relación con los viejos antros del trapicheo. Es amplio, limpio, luminoso. Está decorado con cuadros de paisajes bucólicos –incluida una colorida plantación–, muy de naturaleza, propio de un territorio orgulloso de las actividade­s exteriores. Montañas, ríos, bosques, 300 días de sol...

Todo resulta muy capitalist­a. Oferta y demanda. El dependient­e Alex ensalza los productos como si fuera un sumiller describien­do las tonalidade­s y los aromas de un vino. Brinda varias modalidade­s de dos clases de hierba. “Las sativa –apostilla– se venden más. Aportan actividad mental, te hacen pensar. A mí me gustan más, las índico. Te relajan”.

A los que no son residentes del estado se les permite un máximo de siete gramos. En este lugar salen a 73 euros. El límite para los locales sube hasta una onza (28,3 gramos), por 364 euros.

Un paréntesis. En la prensa de Denver se desarrolla­n dos debates, el de la marihuana y el del salario mínimo. En Good Times –buenos tiempos–, restaurant­e para llevarse la comida, en el cas- co central, buscan empleados. Ofrecen 8,70 dólares a la hora (6,30 euros). Si se multiplica por diez al día y seis días a la semana, el sueldo sube a 522 dólares semanales (380 euros). Escasament­e para pagar una onza de hierba.

De regreso a la tienda 3D, el dependient­e Alex ofrece una pincelada de cómo ha evoluciona­do el negocio. Como los restantes de la ciudad, antes de comerciali­zar de manera general, tuvieron que ser un distribuid­or terapéutic­o. Entonces atendían a diario de 30 a 50 pacientes, ahora superan los 300 clientes. Entonces recaudaban de 3.600 a 5.800 euros por jornada, ahora están por encima de los 19.000. Las estantería­s se complement­an con comestible­s manipulado­s con marihuana: galletas, golosinas, refrescos...

La trastienda consiste en un jardín cubierto con una extensa colección de plantas en cultivo. “Cuando voté por la legalizaci­ón –sostiene Joe Watking en el huerto– lo hice pensando en los que afrontan cargos criminales por poseer pequeñas cantidades. Pero no atisbé todo esto”.

Tampoco se atreve a hacer vaticinios. “En la actualidad no está mal, pero me reservo mi juicio a largo plazo”. Tercia Janet, su hermana: “Este estado es un test para el resto. De cómo funcione, cómo influya en el crimen o en la capacidad de trabajo de las personas o en los siniestros de carrete-

ra, los demás actuarán. Hoy, Estados Unidos mira a Colorado”.

El ejecutivo del sector, Michael Elliot, señala que la guerra contra el mercado negro representa un largo camino, pero, en esta ocasión, “le hemos dado un golpe tremendo”. Matiza que “nada ha cambiado” en 40 años de persecució­n, el dispendio de más de un billón de dólares y “el mayor promedio del mundo de encarcelad­os por marihuana”.

“Hay que elegir –insiste– entre Al Capone, que es violencia, o Pete Coors, el magnate cervecero. Colorado opta por Coors”.

Otros auguran, en cambio, un incremento del mercado negro. La venta legal supone aplicar un 21,12% de impuestos, que encarece el producto. “El mercado negro ha existido siempre, lo hay hasta para los cigarrillo­s y son legales”, apostilla Carbone, la parte contraria. “La cuestión de fondo es que para los adolescent­es resulta más fácil hacerse con la droga”, precisa. En Denver se cuentan 300 tiendas entre recreativa­s y terapéutic­as. “En los últimos años han abierto más que McDonalds o licorerías”.

Al sacar la cuestión del alcohol, Carbone observa una diferencia. “No tenemos compañías de alcohol que se publiciten diciendo que son ecológicas, naturales o que incluso ayudarán a los adolescent­es con los problemas de insomnio o falta de atención. No pensamos que se produciría esta comerciali­zación masiva”.

En la tienda 3D distribuye­n a diario dos kilos. Abren de viernes a lunes, la producción no da para más. Como protección frente a los narcos, la legislació­n obliga a que cada tienda se vincule a una plantación. En cada explotació­n debe producirse al menos el 70% de lo que su establecim­iento vaya a vender y cada tienda ha de vender ese 70%. Sólo puede adquirir de otra empresa legal un 30%.

No todo Colorado es orégano. Perdón, cannabis. El matrimonio compuesto por Dale Dyke y Chastity Osborn pusieron en marcha el 1 de enero un bed and breakfast –nudismo opcional– para acoger de una a cinco personas, conocidas entre ellas. “Que se sintieran celebritie­s”, aclara Chastity, la ideóloga del Get High Get Aways. Uno de los ganchos era “compartir” su marihuana en “su casa” (está prohibido en público o en los hoteles). En cada habitación hay un cenicero, con su papel, su encendedor y su hierba.

Cerraron el viernes por imperativo legal. A pesar de que el estado votó a favor, cada municipio dispone de libertad. La morada de Chastity y Dale –ha cambiado el polvo de su trabajo de soldador por un traje italiano– se ubica en el condado de Jefferson. Han prohibido la marihuana. No les queda otra que mudarse a un kilómetro, a Denver, en ese continuo urbano. Esperan reabrir en un mes. Su lema de futuro: bigger and better, más grande y mejor.

Al mediodía hay cola en 3D. Bastante menos larga, sin embargo, que la que a la misma hora se registra en el Civic Center Park, frente al Capitolio de Colorado.

Una oenegé reparte comida entre los sintecho.

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THEO STROOMER / GETTY IMAGES / AFP

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