El juego de la oca
Màrius Carol DIRECTOR
LAS agencias de calificación de riesgos gozan de un prestigio que no se corresponde con el descrédito que han acumulado en su historia reciente. Baste recordar que la misma semana en que Enron fue a la bancarrota o que Lehman Brothers mostró su debacle eran puntuadas con la máxima calificación. Uno de los más duros con ellas fue Dominique Strauss-Kahn, quien, siendo director del FMI, criticó que a menudo se comportaran como crupieres de la ruleta más que como analistas de la realidad. Ciertamente, en la crisis económica del 2008 se les acusó como responsables indirectas de la inestabilidad financiera. En cualquier caso, no les fue mal a pesar de sus errores, pues sus calificaciones engañosas coincidieron con sus mayores beneficios. Ni siquiera la Unión Europea, que apostó por crear una agencia de calificación europea, ha concretado su propuesta, aunque parecía una prioridad para garantizar una mayor competencia ante el oli- gopolio de las compañías estadounidenses. Estos organismos han superado la crisis sin que su prestigio se haya visto demasiado afectado. La prueba es que el mundo de las finanzas sigue creyendo en ellas como si se tratara de una verdad revelada. A nadie debe extrañar que cuando anteanoche Moody’s mejoró la nota de España por primera vez desde el inicio de la crisis, el Gobierno de Rajoy lo celebrara como una gran noticia. La deuda soberana subió su nota, alejándose un poco más del bono basura y dejando la puerta abierta a nuevos ascensos. En cuatro años, España ha pasado de la matrícula de honor a estar a las puertas del suspenso. Volver al aprobado es como superar la casilla 52 (la cárcel) en el juego de la oca. Esperemos que la casilla de los dados (53) no nos vuelva atrás y nos sitúe de nuevo en la angustia.