Eduard Jaurrieta
CIRUJANO
Los cirujanos Eduard Jaurrieta y Carlos Margarit, ya fallecido, realizaron el 23 de febrero de 1984, hoy hace 30 años, el primer trasplante de hígado en España, en el hospital de Bellvitge. La intervención marcó un hito.
El 23 de febrero de 1984, ahora hace 30 años, dos cirujanos treintañeros pusieron en marcha en el hospital de Bellvitge el trasplante de hígado en España. “¡Sólo lo habían hecho cuatro centros en todo el mundo!”, recuerda ahora con asombro el sesentón Eduard Jaurrieta. Él y Carles Margarit, fallecido bajo un alud en la montaña hace nueve años, llevaban meses preparando aquella posibilidad que tan pocos se habían atrevido a hacer en el mundo. Se habían formado en Hannover, Jaurrieta, y en Nueva York y Pittsburgh, Margarit, y ambos llegaron a Bellvitge dis- puestos a dar el salto. Porque estaban convencidos de que era posible. Y el director del hospital, Josep Maria Capdevila, les creyó. “Fue muy valiente”. Se pasaron el verano del 83 preparando los protocolos. “Implicaba a tanta gente”.
Ese primer hígado que tanto significaría para el hospital y para el futuro de miles de pacientes abocados a una muerte próxima fueron a buscarlo a Vall d’Hebron, donde había muerto el joven donante. “Lo trajimos, sacamos el hígado del enfermo, lo más peligroso, y luego colocamos el nuevo. Siempre nos turnábamos: yo hacía una de las operaciones y él me ayudaba y luego le ayudaba yo a él”, rememora Jaurrieta. “Carles era un magnífico cirujano y un gran amigo”.
Pasaron toda la tarde y toda la noche en quirófano. “Nos habían dejado operar en el de Capdevila, que tenía cristales arriba. Y en un momento que levantamos la vista hacia ese mirador vimos todo aquello lleno de cabezas. ¡Había pasado todo el hospital por allí! Fue impresionante. No sabes el orgullo que sentíamos todos los de Bellvitge”, explica desde un mini despacho del gran hospital público con pocas comodidades.
“Yo, en cambio, no me enteré de que me habían hecho un trasplante hasta varios días después de la operación”, cuenta Montse Collado, intervenida en 1986, mientras la fuga radiactiva de Chernóbil tenía en vilo a Europa. Montse, modista y joven madre de dos hijos entonces, se sentía agotada por la hepatitis que acababan de diagnosti- carle, y no fue en absoluto consciente de su gravedad, no entendía por qué la doctora que la atendió en el hospital de Vilafranca la enviaba a Bellvitge en ambulancia. “Entré en coma en seguida”. Esa era la señal para intentar el trasplante. Una hepatitis fulminante, una insuficiencia hepática total. Era a vida o muerte.
“Mi primer recuerdo es auditivo. No veía pero oía hablar de radiactividad y cuando por fin me desperté, una enfermera se pasó toda la noche conmigo haciéndome preguntas, quién era, mi nombre. No me dejó sitio para pensar en otra cosa. Y al día siguiente se sentó a los pies de la cama un médico y me dijo ¿cómo estás?, Bien, le dije, ¿qué me ha pasado? Y me contó de corrido que había tenido una he- patitis fulminante, había entrado en coma y me habían trasplantado el hígado para salvarme la vida. No me entraba en la cabeza. ¡Yo no estaba enferma!, sólo necesitaba reposo”.
Dejó el hospital tres meses después aprendiendo a hacer todo de nuevo, incluso caminar. “Entonces creo que fui consciente de que estaba viva porque otra persona joven había muerto, un chico de 19 años, ¿por qué él y no yo?Pensaba en sus padres. Y esa Navidad escribí a sus padres una carta que nunca pude enviarles. Cuido mucho este hígado. Llevo media vida con él: 28
Jaurrieta y Margarit emprendieron un proyecto que sólo hacían cuatro hospitales en el mundo
años pasé con el mío y 28 llevo con el de aquel chico”.
En su aprendizaje de la nueva vida –“nunca he vuelto a estar sana como antes, pero ha ido muy bien, tanto miedo al rechazo y nunca tuve ninguno”–, Montse se formó como acupuntora, su actual profesión. Y voluntaria de la asociación de trasplantados. “Cambia radicalmente la visión de ti mismo cuando te visita otro que ha pasado por lo mismo. Así que visitamos a operados según nos reclaman los distintos hospitales, para escuchar, explicarles y que nos vean”.
El primer trasplante realizado a Juan Cuesta, que tenía un tumor hepático complicado, salió bien. “Y el impacto en los medios de comunicación fue impresionante. Nos auparon por encima de todas las reticencias. No sé qué hubiera pasado si nos llega a salir mal”, reflexiona Jaurrieta. “Porque hace apenas un año me enteré de que ¡lo hicimos sin permiso! Xavier Trias, entonces responsable del sistema sanitario con Laporte de conseller, me dijo con guasa que no lo hubiera permitido. El director se lo contó a las 6 de la mañana, cuando ya cerrábamos (la incisión)”.
La euforia de Bellvitge se contagió a toda la cirugía catalana cuando hicieron el cuarto trasplante, “porque vino el equipo de Caralps de Sant Pau para llevarse el corazón. Y esa noche de mayo también se hizo el primer trasplante cardiaco de España”.
¿Suerte? “No fue un salto al vacío, Carles y yo sabíamos que podíamos. Y, además, surgió de la base. Adjuntos de toda España nos llamaban como si hubiéramos hecho una revolución”.