Jordi Ballesté
VICEPRESIDENTE DE ANGELINI
Jordi Ballesté es uno de los vicepresidentes del conglomerado italiano de la familia Angelini. El grupo que compró la sede de la Conselleria d’Economia en Barcelona factura más de 1.300 millones de euros en todo el mundo.
En Italia todo el mundo reconoce Angelini como uno de los grandes apellidos de la industria: no son los Agnelli –nadie es como los Agnelli–, pero podrían ser los Benetton de la farmacia, explica un compatriota. El dottore Francesco Angelini, nieto del fundador, es el propietario de un grupo que factura 1.300 millones de euros en farmacia y gran consumo. Angelini no es una empresa demasiado conocida por estos lares, muy a pesar de la fuerte implicación que tiene con Barcelona. El dottore vivió aquí más de una década (creó los pañales Ausonia) y mantiene casa en la ciudad; aquí desarrolló una sociedad de inversiones, Finaf92, que compró Juanola o Idesa. Y de Barcelona es Jordi Ballesté, el vicepresidente del grupo, responsable de la división consumo y único ejecutivo no italiano de los cinco miembros del consejo de dirección.
Jordi Ballesté (1958) entró a trabajar en Angelini en 1991. Muy pocos sabían entonces, y no muchos conocen ahora, su amistad con el dottore. “Sería difícil de explicar, con todo lo que he currado en mi vida hasta llegar aquí”. Se habían conocido a finales de los 70, jugando al tenis y al bridge, una habilidad en la que han sido pareja y de la que Angelini fue campeón del mundo.
Ballesté, hijo del que fuera delegado del gobierno en Catalunya –“mi padre entregó las llaves de la Generalitat a Tarradellas”–, estudió Arquitectura “porque me entusiasmaba, pero había poco trabajo y enseguida derivé hacia el mundo comercial”. “Iba a ferias y empecé a importar máquinas electrónicas, me daban las que no le interesaban a nadie. Vender así es muy duro... A los vendedores les digo: suerte tenéis que vais a las farmacias y os atienden enseguida”.
Diez años después, Angelini le propuso trabajar en el grupo. “Yo entonces subsistía importando componentes eléctricos, pero le contesté que no, porque éramos amigos. Pero me convenció”. Ballesté entró en Ausonia como programador informático, y fue haciendo carrera en la filial. “No me lo pusieron nada fácil”, recuerda. El primer cargo directivo fue en 1995 en servicio al cliente y continuó al frente cuando en 1997 se fusionó con Arbora. Luego pasó a director de recursos humanos y organización en Finaf92, holding que prestaba los servicios centrales de Angelini en España.
“Como directivo ya tenía recorrido pero me faltaba la formación financiera”. Y con 41 años, Francesco Angelini le mandó a la Universidad de Chicago. Ballesté recuerda que fueron dos años muy duros, tanto que su caso despertó la curiosidad del decano. “De 160 alumnos, yo era de los no anglosajones, arquitecto, ya estaba trabajando en una empresa, y tenía cuatro hijos. ¿Qué haces aquí?, me preguntó. Al decirle que el propietario de la empresa me preparaba para estar en el
Francesco Angelini vivía en Barcelona en los años ochenta y fueron pareja de bridge
consejo de dirección, lo entendió: ‘Tú tienes lo que los otros 159 buscarán cuando terminen el programa’”. De esa época le ha quedado el aprendizaje de que “para llegar arriba se requiere mucho esfuerzo, es un valor que se está perdiendo”.
De su relación con Angelini, Ballesté reflexiona sobre el papel de los grandes industriales “ante quienes nadie se atreve a ser crítico, hay cierta sumisión. Es- tán tan acostumbrados a mandar, y a veces lo hacen a propósito para ver la reacción”. Entonces la relación es un tema de confianza, “él sabe qué he hecho, que a veces me he equivocado y otras ha salido bien, y le he hecho ganar dinero”.
Angelini tiene una cultura empresarial fuerte y propia, y el concepto multinacional les da grima: “Nos gusta llamarnos transnacional mediterránea. Nosotros tratamos a la gente como personas, y las multinacionales no siempre lo hacen”. El éxito está en “equilibrar metodología de una multinacional, y corazón y empenta de un catalán o un italiano”. Una de sus cruzadas es contra el endeudamiento. “Ahora nos están llegando muchas propuestas. Es un buen momento para hacer negocios. Pero no hicimos locuras cuando todo el mundo las hacía, ni las haremos. Somos muy tradicionales, si tenemos dinero compramos, y si no, no”. Su última adquisición en Barcelona ha sido el edificio de la rambla Catalunya donde está la Conselleria d’Economia, por la que pagaron 23 millones, “que para nosotros es como comprar un piso céntrico. Dicho con toda la humildad”.
Asume como propia la misión del grupo, heredada de los años veinte: “Dar trabajo a personas de manera sostenible y contribuir a la riqueza del propietario. Pero nunca pondremos en riesgo el trabajo de 3.500 familias. Queda ñoño, pero es la verdad. Hoy no se puede garantizar un puesto de trabajo, el grupo no es una oenegé. Pero quien trabaja bien, de aquí no sale”. Ballesté tiene asumido que “somos industriales, y es el tejido industrial quien tiene que sacar adelante el país. Ni los políticos ni los banqueros”.
Desde hace ocho años, los lunes viaja a Italia, e intenta regresar el jueves por la noche. Una semana va a Roma, otra a la fábrica de Pescara, otra a las bodegas de Toscana. O viaja a Brasil o a Oriente Medio, o a Cincinnati a P&G, con quien Angelini comparte el 50% de los pañales Fater. “Estoy cansado. Pero entra dentro de la filosofía de la vida. Cuando voy al extranjero intento que mi mujer me acompañe, o tener un día para jugar al golf. Cuando digo que me jubilaré... quizás es que necesito más días para descansar entre viajes”. Y tiene un secreto: “Viajo sin maleta. Tengo casa y dos trajes y camisas en Pescara, en Roma. El estrés depende de cómo te organices”. Y todavía juega al bridge, “por afición, pero nunca con el dottore ni con mi mujer, por si acaso...”.