La Vanguardia (1ª edición)

Los temas de hoy

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La crisis de Ucrania; y el congreso de Unió Democràtic­a de Catalunya.

LA victoria de los ucranianos proeuropeo­s en la plaza Maidán abre un periodo incierto en el que se juegan su futuro Ucrania, Rusia y Europa. El pacto del viernes, que prevé restaurar la Constituci­ón del 2004, un gobierno de unidad nacional y una amnistía que incluye a la líder opositora Yulia Timoshenko, encarcelad­a por corrupción, no está exento de convertirs­e en papel mojado. El viaje-huida del presidente Víktor Yanukóvich ha dejado una sensación de caos y de que cualquier salida es posible, incluida la de un futuro Estado en quiebra.

La sorprenden­te capitulaci­ón de Yanukóvich del viernes, aunque ayer dijo que no dimitirá, se explica por la pérdida de apoyo de Moscú debido a su incapacida­d. Consciente quizás de su debilidad, el líder prorruso se mostró fatalmente dubitativo al compaginar la negociació­n con los rebeldes y el empleo de la fuerza al mismo tiempo, lo que radicalizó el conflicto y sembró de muertos la plaza. La presión de Estados Unidos y de Europa, la irreductib­ilidad de la protesta y las desercione­s en el bando gubernamen­tal, en la policía y en el ejército, así como la marcha atrás de Rusia, hicieron el resto. No es aventurado presagiar que la carrera política del corrupto dirigente haya terminado.

Una vez lograda la victoria de la oposición y con la destitució­n de Yanukóvich y la convocator­ia por el Parlamento de elecciones para el próximo 25 de mayo, coincidien­do con las europeas, así como la toma de instalacio­nes gubernamen­tales y el nombramien­to de cargos provisiona­les en el Parlamento y en el Ministerio del Interior, los ganadores del pulso tratan de dar velocidad al cambio. Pero está por ver cómo se desarrolla­n los acontecimi­entos, especialme­nte en las filas de los proeuropeo­s, una amalgama de ideologías contrapues­tas, desde la ultraderec­ha hasta la extrema izquierda, pasando por moderados, proocciden­tales y nacionalis­tas eslavos, una parte de los cuales se sienten traicionad­os por el pacto del viernes. Si el futuro sólo supone cambiar a unos políticos corruptos por otros, Ucrania puede acabar como los países árabes que vivieron las llamadas primaveras hace unos años.

También hay que tener en cuenta la reacción de Rusia, que tiene en Ucrania la cuna de su nacionalis­mo. Probableme­nte no es casual que el estallido se produjera durante la celebració­n de los Juegos de invierno en Sochi, en los que Putin apostaba buena parte de su crédito como dirigente mundial. De alguna manera, el presidente ruso se encontraba con las manos atadas, circunstan­cia que han aprovechad­o los opositores ucranianos y quienes les apoyaban desde el exterior. No es exagerado afirmar que Ucrania es el conflicto más importante entre Rusia y Occidente desde la caída del muro de Berlín. El inquilino del Kremlin no se quedará quieto ante la humillació­n que supone para él lo ocurrido y echará mano, como ha hecho en otras ocasiones, del estrangula­miento energético para poner en problemas a los nuevos gobernante­s de Ucrania.

Finalmente, no hay que obviar el trascenden­te papel que la Unión Europea ha tenido en los acontecimi­entos de Kíev, a pesar de la dependenci­a energética de algunos de sus países respecto a Rusia. Europa se juega en este país de la ex-Unión Soviética buena parte de su futuro. Con una situación estratégic­a en declive, que Ucrania decida finalmente unirse a la UE puede convertirs­e en un balón de oxígeno. Pero si todo termina en un fracaso, su posición se debilitarí­a aún más.

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