El legado de Anna Lizaran
Pasado un año de la muerte de la gran actriz el Lliure le dedica una muestra y ‘La Vanguardia’ habla con sus amigos de profesión
Los más próximos recuerdan a la actriz, fallecida hace un año
La noche del 11 de enero del 2013 moría en el hospital Clínic de Barcelona Anna Lizaran a los 68 años. Tras las reacciones iniciales de estupor por una desaparición totalmente inesperada –el diagnóstico fatal no llegó casi hasta el final–, se impuso una sensación de vacío que quedó amortiguada por una despedida colectiva a la inmensa actriz llena de música y de recuerdos del humor de Anna, de Annita, como la llamaban los tantos que la querían. Annita y sus tacos. Annita y sus latiguillos verbales: “Ai, nena”, “Vaaaaa...”, “Què fas, Marilyn?”, “Anem a comprar una nevera”, “Toqueu-vos, toqueu-vos, que són quatre dies”. Y Annita y sus anécdotas, como cuando, culé hasta la médula, fue al palco del Camp Nou. “Nos explicaron que allí no se podía gritar”, recordaba Sergi Belbel, “y ella me dijo, ‘¿Cómo que no? Suerte que he traído la bufanda’. Cuando el árbitro pitaba algo en contra, se liaba la bufanda sobre la boca y disimulando gritaba: ‘Fill de puta, fill de puta’. Cuando los del palco se giraban se había quitado la bufanda y buscaba quién había sido”.
Pasado un año de su ausencia, el Teatre Lliure le dedica en sus dos sedes una muestra fotográfica hasta el 31 de julio. Y Lluís Pasqual, Sergi Belbel, Xavier Albertí y Lluís Homar han compartido con La Vanguardia su Annita.
LOS INICIOS
De secretaria a actriz
Anna Lizaran nació en Esparreguera y se inició en el teatro allí, en la ciudad de La Passió. Pero Lluís Pasqual, director del Lliure, recuerda bien sus orígenes profesionales. “Nos conocimos en el primer y único curso de una escuela que se llamaba Estudis Nous de Teatre. Debía de ser el año 70 o 71 y allí estaban como profesores Albert Boadella, Maria Aurèlia Capmany, Josep Montanyès... Anna venía vestida de lo que trabajaba, de secretaria de una empresa, con chaqueta y collar de perlas. Éramos muy pocos y nos queríamos mucho. Ella formaría parte de la fundación de Comediants y luego se fue a estudiar a París, a la escuela de Jacques Lecoq, a quien curiosamente en Francia no tienen ninguna consideración y que ha sido el gran maestro de mucha gente”.
EL LLIURE
Una oferta por carta
Pasqual recuerda que cuando hacían listas de actores para comenzar el Lliure propuso a Anna Lizaran y “como no vivía en un lugar con teléfono o yo no lo conocía, le escribí una carta y me contestó emocionadísima”. “Ya nunca más nos dejamos. Salió en casi todas las obras que monté en el Lliure inicial y además éramos amigos. Pasábamos el fin de año y las fiestas que pasan los amigos juntos. Compartíamos muchas cosas. Éramos muy catalanes, pero con madres de Almería. Y teníamos una misma manera de pensar sobre el teatro y de hacerlo. Una mirada artesana, no intelectual, higiénica, un poco a la inglesa. Si el debate sobre un problema de la obra se alargaba y era una lata intelectual, ella decía: ‘Venga, chicos, dejémonos de historias y hagámoslo bien, que si se hace bien también gusta’. Para Anna todo era un juego. Un juego que podía ir muy lejos”.
EL JUEGO
Vacaciones en el casino
De hecho, entre las palabras con las que los entrevistados definen a Anna figuran repetidamente humor, impudicia a la hora de enfrentarse a todo tipo de personajes y, sobre todo, juego. Para ella, dice Pasqual, era una manera de vivir y mirar la vida, “lo que no quiere decir no crecer, sino cultivar un espíritu libre que te permita ir por caminos arriesgados y elegir sabiendo que puedes ganar o perder, pero con una sonrisa y distancia para saber que da igual porque estás jugando, aunque sea con toda tu alma”. En la vida también jugaba. Pasqual cuenta unas vacaciones de la Lizaran que consistían en un recorrido por varios países de casino en casino. Las reglas eran claras: guardaban un mínimo para comidas, alojamiento y seguir viajando. Si el casino les iba bien, iban a los mejores hoteles y restaurantes y viajaban en primera; si no, pasaban con el mínimo alojadas en pensión y viaje en turista.
EL TALENTO
De ‘La bella Helena’ a Godot
“Conocí a Anna el 1 de agosto de 1976”, recuerda Lluís Homar. “Era el día que nos reunimos toda la pandilla, la cooperativa que se había ido formando para iniciar el Lliure. Yo tenía 19 años y era muy tímido. Estábamos en el Institut del Teatre de la calle Elisabets y el tramo desde allí hasta el metro para ir al Lliure de Gràcia lo hice con ella. Desde aquel día y hasta que tuve 42 años compartimos el tiempo en el teatro, muchas veces de diez de la mañana a una de la madrugada. Comíamos, cenábamos, no vivíamos juntos como Comediants, pero éra-
mos familia”. Juntos arreglaron la vieja cooperativa obrera La Lealtad para transformarla en sala teatral y luego representaron obras como Camí de nit, 1854, Leonci i Lena, La bella Helena, El balcó, Un dels últims vespres de carnaval... “Hubo un antes y un después de La bella Helena, porque en ese mundo de revista se vio que lo que hacía ella no lo podía hacer nadie más: partía de su sentido del humor, de su inteligencia, era una explosión de talento genuino. Y provocaba devoción”, dice Homar. Una Bella He-
lena en la que Pasqual recuerda que Lizaran se había adaptado físicamente tanto al papel de vedette que parecía medir 1,80. “En su afán por afinar, tenía que encontrar el perfume de cada personaje que interpretaba. Hallarlo y llevarlo, aunque no le gustara. Y observaba mucho a los demás. Era una actriz inglesa, que entiende que el personaje es lo que ella hace y cómo la ven, la miran los otros”, evoca Pasqual, que la recuerda especialmente en Al vos
tre gust i en Tot esperant Godot, “donde daba vida a Vladimir, ese clown oscuro que resumía toda su manera de hacer”.
EL CARÁCTER
Entre Esparreguera y París
“En ella se mezclaban Esparreguera, el lenguaje del cuerpo que había aprendido en la escuela de Lecoq y el glamur que vio en París. Había algo muy de tierra que era muy reconocible en ella, y a la vez un halo glamuroso. Y esa combinación era única”, dice Homar, que añade que “era muy divertida, nos dábamos hartones de reír”. “Explicaba anécdotas como que con su hermana habían montado La cantant calba en Esparreguera. Al día siguiente su hermana se encontró con una vecina y le dijo, ‘Nena, ahir, la funció, què et va agradar?’, y ella le respondió suavemente y estiran- do la palabra ‘Geeeens!’. Tenía una gran capacidad para crear tertulia y decir gamberradas. Y profesionalmente tenía sus tiempos. Era comodona, se fiaba mucho de ella misma. Era pura intuición, iba haciendo lentamente en los ensayos, y a veces cuando faltaba una semana se ponía enferma. Al volver de repente lo tenía todo hecho, aparecía la magia”, dice Homar. Sergi Belbel señala que “era perezosa porque llegaba muy rápido a los personajes”.
EL ENCUENTRO CON BELBEL
De ‘Morir’ a ‘Agost’
Los últimos grandes papeles de Lizaran llegaron con Belbel. Él la dirigió en Agost y estaba ensayando con ella La Bête cuando Anna empezó a sufrir problemas de salud que al principio parecían fruto del cansancio. “Trabajamos juntos por primera vez en el 98 en Morir. Cuando una superactriz entra en tu texto, descubres el poder del actor, cómo lo puede convertir en una maravilla. Nació un idilio. Luego hubo un pacto de sangre con Forasters. Yo la tenía a medio escribir y vi que si no la hacía ella no valía la pena acabarla. Dijo que sí. Y además murió igual que su personaje, de cáncer. Era una actriz muy impúdica, capaz de enfrentarse a eso. Dijo que la haría como homenaje a su hermana Lola, muerta de lo mismo. Se hacía querer y ella también quería mucho. La echamos mucho de menos. Su sentido del humor, su inteligencia, su humildad. Era un torbellino de emociones. Recuerdo ensayando Foras
ters cómo en la escena que agoniza lo hace tan bien que todos llorábamos, y de repente corta y dice: ‘Què ho estic fent béee?’. Era una payasa que te hacía pasar del llanto a la risa. Tenía poderío”.
UNA SUPERACTRIZ
Seducción, familia y bisturí
Xavier Albertí, actual director del TNC, recuerda que creció viéndola pero trabajó con ella ya al final de su vida en Dues dones
que ballen. “Y como todos los que trabajaron con ella, me enamoré profundamente, como si ya la tuviera dentro desde siempre. Generaba una idea de familia. No entrabas en una persona sino en una estructura familiar que te acogía con calidez. Era la cordialidad hecha ser humano, no me ha sucedido con nadie más. Como decía ella, ‘Et conec com si t’hagués parit’”. Y eso tenía que ver, concluye, con que “tenía un bisturí humano como pocas actrices, un bisturí necesario para acercarse a los personajes. Era la mejor de su generación. y si no hubiera sido la gran gandula que fue, ninguna actriz en Europa le habría pasado la mano por la cara”.