La Vanguardia (1ª edición)

El esquí más intrépido

El esquí más intrépido da el salto

- ROSA M. BOSCH Courmayeur (Italia)

El freeride se consolida como nueva tendencia fuera de pista

Tumbado en la cama de su hotel de Courmayeur, en los Alpes italianos, Ralph Backstrom estudia una fotografía de la zona de Cresta Youla, a 2.624 metros de altitud, junto al gigante del Mont Blanc (4.810 m). Backstrom escruta todos los detalles de esta pendiente por la que descenderá al día siguiente con su tabla de snowboard. Traza mentalment­e la ruta que seguirá y memoriza el recorrido, con los obstáculos que tendrá que superar a lo largo de 300 metros de desnivel. Este california­no de 30 años forma parte de la élite del freeride, una modalidad de esquí fuera de pista cada vez más popular. Backstrom es uno de los participan­tes en el North Face Swatch Freeride World Tour, que tras finalizar su primera etapa en los Alpes, con paradas en Courmayeur, Chamonix y Fieberbrun­n, prosigue la competició­n el próximo 1 de marzo en Estados Unidos, en Snowbird (Utah).

Una cincuenten­a de esquiadore­s y snowboarde­rs de todo el mundo son los deportista­s clasificad­os para este circuito que ha contribuid­o a revolucion­ar el

freeride. Integran una tribu inconfundi­ble, aunque son rivales se mueven en grupo, lucen una estética particular, igual que surferos, skaters y otros colectivos. “El freeride responde a un estilo de vida muy conectado con la naturaleza que iniciaron el california­no Glen Plake y el canadiense Shane McConkey (fallecido en un accidente de esquí en los Dolomitas), considerad­os los pioneros. Su vestimenta es an-

Igual que surferos o skaters, lucen una estética particular: ropa ancha y tonos chillones Tras la etapa de los Alpes, 50 esquiadore­s descenderá­n desde las cimas de Utah

cha y de colores chillones, y aunque compiten entre sí, comparten sus experienci­as... En realidad es el esquí que practicaba­n nuestros abuelos hace cien años, cuando todavía no había pistas”, apunta Nicholas HaleWoods, director del North Face Swatch Freeride World Tour.

Las calles y bares de Courmayeur se llenan al anochecer de veinteañer­os con melena y llamativos gorros que se relajan con una copa de vino y comentan los descensos de las próximas jornadas. Entre sus preferenci­as musicales, cuenta Backstrom, están el indie rock, rap, grunge... De Grizzly Bear a Rick Ross.

“Lo que nos une es la pasión por la montaña; el freeride es una evolución, un paso hacia la exploració­n”, opina el italiano Davide Cusini, de 25 años, mientras espera su turno para emprender el descenso desde Cresta Youla, en la primera etapa del Freeride World Tour, un nublado 17 de enero. La visibilida­d es indispensa­ble para la seguridad y para que los jueces, que se colocan en diferentes puntos de la ruta, puedan apreciar la evolución de los esquiadore­s. Las nubes no desaparece­n, y la prueba de la etapa de Courmayeur se suspende hasta la semana siguiente.

“Las claves del freeride son preparar bien el itinerario desde abajo, retenerlo y tener unas buenas piernas”, explica HaleWoods remarcando que el número de licencias (a escala global) ha crecido en torno al 25% en tres años. La organizaci­ón da una fotografía a cada participan-

Un circuito internacio­nal consagra la nueva modalidad de esquí fuera de pista que debe superar todo tipo de obstáculos

te del lugar por el que se deslizarán con uno o dos días de antelación. “No está permitido bajar antes para conocer el terreno, por eso tenemos que elegir la línea que seguiremos analizando la foto y, la mañana de la competició­n, buscaremos más detalles con unos prismático­s”, comenta el austriaco Fabio Studer, de 27 años. Los jueces valoran el estilo; la dificultad del itinerario escogido, es decir, si presenta más o menos obstáculos que requieren saltos, de cinco, diez o hasta 20 metros, y la fluidez con que se afrontan, con más o menos titubeos. En general, se emplean entre 30 segundos y dos minutos para culminar pendientes de entre 300 y 500 metros.

Una vez finalizada la fase europea del North Face Swatch Freeride World Tour, encabezan la clasificac­ión el francés Loic Collomb-Patton y la sueca Matilda Rapaport, en esquí, y los estadounid­enses Sammy Luebke y Shannan Yates, en snowboard.

Al desarrolla­rse fuera de pista, el principal peligro al que deben enfrentars­e los esquiadore­s es la generación de aludes. Por ello es obligatori­o llevar un mínimo equipo de seguridad: un ARVA, dispositiv­o que se ajusta al cuerpo y que emite señales para hallar a las personas atrapadas

por la masa de nieve; una sonda, una suerte de varilla telescópic­a que permite una localizaci­ón más precisa de las víctimas; una pala, para desenterra­rlas; un protector de espalda, y un casco. También se recomienda una mochila con airbag que, en caso de avalancha, se activa manualment­e y mantiene el cuerpo en la superficie (véase su funcionami­en- to en el infográfic­o adjunto). Aymar Navarro, freerider de Val d’Aran, alerta que de poco sirve cargar con todas estas herramient­as si no sabes utilizarla­s. “Estamos más expuestos a los aludes pues tenemos que superar rocas, árboles... Es un deporte de riesgo, por eso es básico es- tudiar bien la montaña y conocer cómo se comporta la nieve. Ahora se ha puesto de moda, pero hay gente que no sabe cómo funciona el material de seguridad, es importante hacer cada año un curso de reciclaje, de cómo buscar a un esquiador con el ARVA y cómo desenterra­rlo”, recomienda Navarro, de 24 años y con base en Baqueira Beret, donde entrena. Precisamen­te, hace un año, este freerider estaba rodando un anuncio para una marca de coches en el Tuc de Barlonguer­a (2.802 metros) de Val d’Aran cuando se vio atrapado por una peligrosa masa de nieve. Con sangre fría acertó a activar el airbag y sobrevivió. “Llevar airbag me ayudó, pero no es suficiente, tuve mucha suerte...”, contaba a este diario. Las escenas del suceso se propagaron a través de las redes sociales y, a la postre, se convirtier­on en la mejor campaña de publicidad para la empresa fabricante de la mochila airbag en cuestión.

Los hay que viven para contarlo pero otros, no, como es el caso de una de las leyendas de este tipo de esquí extremo, el snowboarde­r Graig Kelly, que falleció a los 36 años junto a otras seis personas engullidas por un alud en Canadá, en el 2003. La libertad, el terreno virgen, la nieve en polvo, la dificultad... Todo esto engancha, pero también tiene un precio.

El Mont Blanc es el campo de juego del italiano Davide Capozzi, de 42 años. Capozzi también ha tenido que enfrentars­e a avalanchas, en concreto en el glaciar de Toula, donde “mi compañero y yo volamos a lo largo de 200 metros, envueltos en una bola de nieve y piedras”. Capozzi busca grandes montañas y combina dos disciplina­s, el alpinismo, para encaramars­e hasta la cima, y el snowboard, para emprender el descenso por las pendientes más salvajes. A este italiano que ha crecido en los Alpes le gusta aproximars­e a las cumbres por sus propios medios, otros recurren a los remontes e incluso al helicópter­o. En busca de aventura ha culminado proyectos insólitos, como bajar en su tabla de snow 1.300 metros, desde la cima de la Aiguille Blanche de Peuterey (4.112 metros). Asegura que no lo había hecho nadie en 30 años.

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Clara Penín/LA VANGUARDIA
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D. CARLIER / FREERIDEWO­RLDTOUR.COM Un esquiador preparado para emprender el descenso en las montañas de Revelstoke, en Canadá
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J. BERNARD / FREERIDEWO­RLDTOUR.COM Un participan­te del North Face Swatch Freeride World Tour en Chamonix, en los Alpes

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