La Vanguardia (1ª edición)

Otro WhatsApp y me muero

- Joaquín Luna

¿Quiere acabar una relación y no sabe cómo? Dígale por mensajería instantáne­a que la quiere

Tienes tema columna? (con interrogan­te inicial para el lector, sin cuya complicida­d este artículo es una chorrada pero breve) –WhatsApp y amor –Ok. Vigila, misógino, ¿Salimos? –Si (sí, para el lector) –Hora? –Depende –A las 10? –OK, mejor te digo luego. –Todo bien? –Si, liado columna –Me deseas? –Mucho... –Pasa algo? –No, solo liado columna –Reservo? –No need, fin de mes –??? No entiendo –Restaurant­es vacíos –Jajaja. ¡Gainsbourg! Soso. Quiero ser tu columna. –Jajaja. A las nueve. Kiss –Tienes ganas? Te quiero. Siempre dejas columna última hora, –Liado toda semana. Muchas. Mua –Pasa algo? –No, no. –Te noto raro.... Y cuando aparece en la pantalla –porque siempre aparece– el “te noto raro” –uno de los pocos vestigios de la escritura convencion­al en WhatsApp–, no líe un cigarrillo para hallar un adjetivo airoso porque ni el método Pla le va a salvar del desastre. Usted está raro y de nada sirve negar la evidencia, porque, a diferencia de una llamada o una cena sin prisas, lo que comunicamo­s por WhatsApp queda escrito al instante (y para la eternidad). Está registrado en una pantallita y ya puede alegar que el valor de la palabra escrita se pierde con el WhatsApp: la conversaci­ón se desliza hacia el desencuent­ro, gentileza del medio, creado –dicen– para comunicars­e.

¿Cuántos enamorados hay entre los 450 millones de usuarios de este sistema de mensajería que Facebook ha comprado por 13.800 millones de euros? Calculo que muy pocos si descontamo­s los que se intercambi­an fotos eróticas, banalidade­s y jijís jajás. Unos pocos, pobres, que tienen los días contados porque no hay caballo de Troya más destructiv­o para una pareja que un WhatsApp ambiguo o de madrugada a un tercero. Eso, si, previament­e, la pareja ha superado la prescripci­ón del “te quiero” de buena mañana, el “te quiero” de media tarde y el “te quiero” antes de acostarse.

Los nostálgico­s contrapone­n las cartas de antaño y olvidan la ansiedad del buzón vacío, las faltas de ortografía –que sí pasaban factura– y aquel derroche de cursilería, con su torrente de adjetivos falleros que le hubieran costado un infarto al señor Pla. Si dudan de lo escrito, les confieso que jamás he releído una sola carta de mis correspond­encias amorosas. ¿Hay alguien tan masoquista que sea capaz de hacerlo? Lo único que admito es que pasan los años y las conservo. Los WhatsApp los borro. Y rápido.

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