Otro WhatsApp y me muero
¿Quiere acabar una relación y no sabe cómo? Dígale por mensajería instantánea que la quiere
Tienes tema columna? (con interrogante inicial para el lector, sin cuya complicidad este artículo es una chorrada pero breve) –WhatsApp y amor –Ok. Vigila, misógino, ¿Salimos? –Si (sí, para el lector) –Hora? –Depende –A las 10? –OK, mejor te digo luego. –Todo bien? –Si, liado columna –Me deseas? –Mucho... –Pasa algo? –No, solo liado columna –Reservo? –No need, fin de mes –??? No entiendo –Restaurantes vacíos –Jajaja. ¡Gainsbourg! Soso. Quiero ser tu columna. –Jajaja. A las nueve. Kiss –Tienes ganas? Te quiero. Siempre dejas columna última hora, –Liado toda semana. Muchas. Mua –Pasa algo? –No, no. –Te noto raro.... Y cuando aparece en la pantalla –porque siempre aparece– el “te noto raro” –uno de los pocos vestigios de la escritura convencional en WhatsApp–, no líe un cigarrillo para hallar un adjetivo airoso porque ni el método Pla le va a salvar del desastre. Usted está raro y de nada sirve negar la evidencia, porque, a diferencia de una llamada o una cena sin prisas, lo que comunicamos por WhatsApp queda escrito al instante (y para la eternidad). Está registrado en una pantallita y ya puede alegar que el valor de la palabra escrita se pierde con el WhatsApp: la conversación se desliza hacia el desencuentro, gentileza del medio, creado –dicen– para comunicarse.
¿Cuántos enamorados hay entre los 450 millones de usuarios de este sistema de mensajería que Facebook ha comprado por 13.800 millones de euros? Calculo que muy pocos si descontamos los que se intercambian fotos eróticas, banalidades y jijís jajás. Unos pocos, pobres, que tienen los días contados porque no hay caballo de Troya más destructivo para una pareja que un WhatsApp ambiguo o de madrugada a un tercero. Eso, si, previamente, la pareja ha superado la prescripción del “te quiero” de buena mañana, el “te quiero” de media tarde y el “te quiero” antes de acostarse.
Los nostálgicos contraponen las cartas de antaño y olvidan la ansiedad del buzón vacío, las faltas de ortografía –que sí pasaban factura– y aquel derroche de cursilería, con su torrente de adjetivos falleros que le hubieran costado un infarto al señor Pla. Si dudan de lo escrito, les confieso que jamás he releído una sola carta de mis correspondencias amorosas. ¿Hay alguien tan masoquista que sea capaz de hacerlo? Lo único que admito es que pasan los años y las conservo. Los WhatsApp los borro. Y rápido.