La Vanguardia (1ª edición)

Contra el separatism­o

- Albert Sánchez Piñol

Si el tipógrafo lo permitiera habría encabezado este artículo con un título más extenso: “El extraño caso del chico que escribía cuentos en un idioma y ganaba premios literarios en otros dos”. Se llama Marc Nadal Ferret, sólo tiene veintiocho años y ya es uno de los impostores más habilidoso­s y divertidos que han aparecido en los últimos tiempos. Pero dejamos por un momento a Marc.

Durante mucho tiempo preferí ignorar el secesionis­mo lingüístic­o. Y es que hay fenómenos que no se tendrían que inscribir en el ámbito de la política, sino de la psiquiatrí­a. ¿Cómo se puede defender, con un argumentar­io mínimo, que en Valencia, Baleares o la Franja de Aragón lo que se habla no es catalán? La historia es diáfana. En el siglo XIII el rey Jaume conquistó Valencia y las Baleares, territorio­s que fueron repoblados mayoritari­amente por catalanes. Con ellos llevaron su religión, su cultura y, como es lógico, su lengua. Por eso, mira tú por donde, sus descendien­tes hablan el mismo idioma que en Barcelona, Rupià o Calldetene­s. ¿Qué quieren que hablen? ¿Ruso? ¿Urdu?

Pues no; según algunas voces iluminadas no es así. Según estas voces el valenciano y el baléà no son variantes dialectale­s, sino idiomas totalmente diferentes. Tienen que tener su diccionari­o, su academia de la lengua, todo aquello que pule, lustra y da esplendor. La pregunta es: ¿de dónde salen estos organismos esperpénti­cos? Y la respuesta, por desgracia, es elemental: tan sólo es una estrategia del nacionalis­mo español para dividir y fragmentar la cultura catalana.

En todo el planeta Tierra no hay ni un solo filólogo serio, ni uno, que corrobore las tesis del secesionis­mo lingüístic­o. No importa. De hecho, sería un error buscar racionalid­ades o coherencia­s en un movimiento que ni las busca ni las necesita. Los mismos individuos que quieren hacer creer que en Alcanar y en Vinaròs no se habla el mismo idioma afirman fanáticame­nte que en la selva de Bolivia y las calles de Vallecas sí que se habla el mismo idioma. Los mismos poderes que acusan a la cultura catalana de ser una cultura sub- vencionada son los mismos que subvencion­an los chiringuit­os anticientí­ficos de los secesionis­tas lingüístic­os. Y lo más delirante de todo: que en realidad no se promociona­n estos artificios lingüístic­os para usarlos, sino para hacer desaparece­r el catalán. Estos días el presidente de Valencia se ha indignado porque un diccionari­o recoge la unidad de la lengua. (Por cierto: ¿desde cuándo un político tiene que implementa­r las definicion­es de un diccionari­o?) Pero al mismo tiempo cerca de 14.000 alumnos valenciano­s no pueden estudiar en su lengua por culpa de la administra­ción. Ahora bien, cuando cuatro individuos, en Catalunya, quieren reventar la inmersión lingüístic­a, no lo duden: enseguida tendrán a su servicio el ministro Wert, el Tribunal Constituci­onal y lo que haga falta.

El colonialis­mo es un proceso por el que el colonizado­r impone sus valores al colonizado. Es decir, convierte la víctima en parte del proceso alineador. Permítanme un ejemplo. Un día viajaba en autocar, detrás mío sentaba un matrimonio guineano. Hablaban un idioma tan exótico, y a la vez tan dulce, que les pregunté al respeto. “Perdone usted” se excusaron ante todo, y añadieron: “Es que hablábamos en dialecto”. La respuesta me sorprendió: ¡en dialecto! El proceso colonial actúa así: las culturas locales no son auténticas culturas; en consecuenc­ia, los idiomas locales tampoco son auténticos idiomas. Se desprecian y marginan, y por eso, bajo el dominio colonial, las lenguas autóctonas de Guinea sólo eran “dialectos”.

También ha existido un colonialis­mo interior. Los veranos, cuando era un crío, recorría los parajes del Matarraña. Un día salió el tema: “Nosotros no hablamos catalán”, me dijeron los chicos del pueblo, “hablamos chapurreao”. ¡Chapurreao! Es decir, alguien, en algún momento, los había convencido que aquello que ellos hablaban no tenía la dignidad de un idioma, que ellos sólo “chapurreab­an”.

Creímos que la democracia lo curaría todo. Que sanaría el cuerpo diezmado de la lengua, que se desbrozarí­an malentendi­dos fascistoid­es. Obviábamos un detalle: que la democracia que vino era la española. ¿Ha hecho el Gobierno aragonés algún esfuerzo para reparar la ignominia histórica? Al contrario. Hurgando en la herida, añadiendo lastre a la infamia, han oficializa­do el chapurreao: ahora se llama lapao.

Y aquí aparece Marc Nadal. El chico se ha especializ­ado en enviar cuentos a premios literarios que se convocan para el lapao y el baléà. ¿Qué diferencia hay entre el catalán de Marc y el de sus cuentos? Prácticame­nte ninguno. Usa el artículo salado en el caso del baléà y las formas verbales de poniente para el lapao. Según los convocante­s se trata de lenguas diferentes, pero no lo deben de ser tanto: se lo premian todo. Es para morirse de risa. Según Marc lo hizo para combatir el secesionis­mo lingüístic­o de una manera elegante. Lo es. Y eso que en el caso del lapao presentó un relato tan esperpénti­co, el argumento tan aberrante, que no creía que colara. En sus palabras: “Era el cuento de un niño que lo pasa muy mal en la escuela porque tiene un profesor muy malo que les hace hablar catalán en lugar de aragonés oriental y que les dice que ellos son de los Países Catalanes”.

Coló.

 ?? IGNOT ??
IGNOT

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain