La Vanguardia (1ª edición)

El final del final

Al PP le aparecen los Vox y Rosas Díez en los flancos más extremos de la derecha, raspándole la piel

- Pilar Rahola

Se amontonan las incógnitas. Cuánto durará, cómo se cerrará la herida, cómo quedarán los presos, qué reinserció­n tendrán los terrorista­s, qué significar­á para las víctimas, etcétera. Es decir, quedan por escribir los últimos renglones de un relato trágico, cuyo capítulo final empezó cuando ETA anunció el cese definitivo de la violencia. Desde ese momento, su siniestra sombra fue desapareci­endo de las esquinas y los miedos del País Vasco, y hoy todos sus ciudadanos saben que es una amenaza finida. Incluso aquellos que le dieron algún papel, ahora consideran que ETA está completame­nte amortizada. Por decirlo de algún modo, su agónica presencia molesta a todos. En este sentido esta especie de desarme a plazos que escenificó el viernes presenta la doble cara de caminar hacia la completa desaparici­ón, pero no desaparece­r aún del todo. ETA no tiene ya ningún papel, ni tan sólo entre aquellos que se lo daban, y lo que tarde en cerrar su oscuro libro, sólo servirá para alargar el dolor de muchos y la ansiedad de todos. Es probable que, como escribía J.M. Gasta- ca, este proceso de final con capítulos, sea un intento desesperad­o de tener algún papel político en la realidad vasca, ahora que se ha quedado fuera del plano. Sea como sea, y aunque sea una media buena noticia, no es baladí el desarme parcial ante seis verificado­res de su arsenal, y más teniendo en cuenta que ha sido un desarme sin condición ninguna. Quizás lenta, pero inexorable­mente ETA camina hacia el final del final.

La pregunta, que me resulta incómoda, es ¿por qué no se alegran en el otro lado? Es decir, cada vez que ETA hace un gesto inequívoco en su proceso de desaparici­ón –y desde hace dos años, todos sus gestos caminan en esa dirección–, los voceros del PP y los satélites de la derechona, incluyendo el uso político de las víctimas a través de asociacion­es hiperideol­ógicas, despliegan una nutrida, barroca y oscura retórica para minimizar, ningunear e incluso poner en duda las intencione­s de la banda. Es decir, lejos de alegrarse y asumir que el proceso es definitivo, y además sin condicione­s, dan la torticera sensación de que ello les incomoda. Como si contra ETA fuera más fácil, no la vida –que por supuesto que no–, pero sí la verborrea política. Dicho en plata, sin ETA se quedan huérfanos de una parte sustancial del discurso. Si además, como ocurre, aparecen los Vox y las Rosas Díez en los flancos más extremos de la derecha, raspándole­s la piel, los del PP se ponen aún más nerviosos, y el resultado final es un dislate de demagogia y trazo grueso. Y es un dislate porque lo cierto es que sólo cabe una reacción ante la decisión de desarmarse, aunque sea parcialmen­te: una inmensa alegría. Que dejen, pues, de usar el fantasma de ETA para vender esa España oscura que tanto enarbolan. ETA está en el preámbulo final del final. Es, sin ambages, una gran noticia.

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