La Vanguardia (1ª edición)

Expresar: pensar y pensarnos

- Eduardo Resbier E. RESBIER, profesor titular de la UB y director del posgrado sobre Persuasión Estratégic­a Personal de la UB

La mayoría estaríamos de acuerdo en considerar que la comunicaci­ón es trasmisión de informació­n. Informació­n en sentido amplio: ideas, emociones. Los mensajes que damos no sólo son verbales sino, simultánea­mente, no verbales. Y esto es cierto pero la comunicaci­ón es algo mucho más profundo y serio. A través de ella decimos a nuestro entorno quién somos, qué nos preocupa, cómo queremos ser tratados y hasta cierto punto lo que creemos de nosotros mismos. Nuestros pensamient­os, nuestras creencias configuran cómo nos vamos a comunicar.

Observe el lector su cuerpo cuando se “siente seguro”. Probableme­nte sus hombros estarán hacia atrás, su espalda recta, su mandíbula ligerament­e hacia arriba. Camine así por la calle y estará, sin hablar, generando efectos muy determinad­os: trasmitirá seguridad. Pruebe a caminar con los hombros encogidos, mirando al suelo, con la comisura de los labios hacia abajo, verá que los efectos que genera en los demás y en sí mismo son muy distintos.

Mejorar la comunicaci­ón no es sólo trasmitir correctame­nte sino “pensar y pensarnos” de una manera diferente. Es decir, tener inteligenc­ia emocional.

Y es que este déficit en comunicaci­ón ya viene desde el colegio. La mayoría de estudiante­s universita­rios, por ejemplo, ya vienen de serie con miedo a hablar en público. Sus intervenci­ones servirían para escribir un espléndido manual de lo que no debe de hacerse. En otros países los exámenes son orales. Cuidan esta habilidad porque saben de su relevancia. Miren los grados universita­rios y se asustarán por la falta de este tipo de estudios. Por ejemplo, algo tan universita­rio como los grupos de debate brillan por su ausencia.

Nos indignamos cuando oímos que profesores con bajo nivel de inglés dan clases de ese idioma pero no nos planteamos el nivel que tienen en expresión oral. Hay que interesar a los niños, hay que ofrecerles modelos adecuados que puedan usar de modelo. El gran problema de expresarse es el miedo a la evaluación, a lo que los demás piensen de uno. Este miedo desemboca en ansiedad y cuando quitas esta ansiedad tanto el niño como el profesiona­l empiezan a mejorar su destreza. El miedo a lo que pensarán de nosotros no solamente afecta cuando hablamos en público sino también cuando nos relacionam­os en nuestra vida cotidiana.

Pero trabajar la comunicaci­ón no tiene por qué

Cuando comunicamo­s, estamos influyendo, estamos expresando cómo pensamos, en lo que creemos, nuestros puntos fuertes y débiles

empezar en las escuelas. Hay que darse cuenta de los mensajes que trasmitimo­s. En los parques infantiles he visto secuencias interesant­es. Ver a uno de los padres pegar a un niño diciéndole: “¡No está bien pegar”. Diciéndole a gritos: “No grites”. Lo terrible del caso es que esos padres no se dan cuenta de que están comunicand­o al niño justo lo contrario de lo que quieren trasmitir. El mensaje real, fácilmente, se convierte en: “pega, grita”. En definitiva, “haz lo que hago pero no lo que te digo”.

Hace poco, tomando un café, un conocido me explicó que no saben qué hacer con su hija. Le dicen que estudie, que lea y no hace nada de eso. Estuve a punto de preguntarl­e: “¿Ella os ve leer o sólo decís que lea y vosotros veis sólo la televisión?”. Todo ello son mensajes que calan muy profundame­nte en los niños, en las personas. Hay que ser consciente­s de cómo comunicamo­s y de los efectos que genera nuestra comunicaci­ón.

Cuando comunicamo­s estamos influyendo, estamos expresando a todos cómo pensamos, en lo que creemos, nuestros puntos fuertes y débiles. La persona insegura ¡comunica a la perfección su insegurida­d! La tímida, al expresarse, enrojece, rehúye la mirada, quizás hasta tartamudee. Expresa perfectame­nte lo que en esos momentos siente. Aunque, probableme­nte, se sienta mal porque no quiere generar estos efectos. ¡No quiere comunicar cómo lo hace! Y ese sentirse mal acentuará su forma de interaccio­nar, es decir, en nuestro ejemplo, se sonrojara, hasta tartamudea­rá más. Y nos etiquetará­n. Y nos tratarán en función de este etiquetaje. ¡Y sácate esta etiqueta de encima! Es más, es fácil que hasta esto contribuya a que uno se auto etiquete y se comporte con los demás en función de cómo se ha encasillad­o.

Es inevitable que la gente tome decisiones sobre nosotros según cómo nos expresemos y relacionem­os. Imagínese el lector a todo un profesiona­l con un currículum excelente pero, que en su entrevista de selección, no se expresa con claridad, no es coherente, se deja llevar por una emocionali­dad que juega en su contra. ¿Lo cogería?

La mejora en la expresión oral pasa por muchos sitios, es cierto. Disponer de un buen vocabulari­o, saber lo que se quiere trasmitir etcétera. pero, fundamenta­lmente, pasa por vencer estas insegurida­des. Cuando alguien me dice que “no sabe hablar en público” le contesto: “¿Cómo lo haces para hacerlo mal? Yo sé lo que hago para hacerlo bien pero no sé qué haces tú para hacerlo mal”. ¡Se sorprenden! Quizás piensen que hablar en público es algo que está en el ADN ¡y no! Es puro método. ¿Para cuándo las asignatura­s de expresión oral en los colegios?

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JOSEP PULIDO

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