Los últimos de la diáspora
Gregori Estrada y Alexandre Olivar, de 95 años, volvieron a la abadía desde el extranjero al poco de acabar la guerra
En la historiografía de este cenobio benedictino, se habla de la diáspora para retratar esos años de Guerra Civil y de persecución religiosa en que la comunidad de monjes se vio obligada a dispersarse. Cuando estalló la sublevación militar, la comunidad tenía unos doscientos miembros, entre monjes y novicios, además de 35 escolanos, y no todos los adultos residían en la abadía. Gracias a la Generalitat y a algunos consulados extranjeros, el abad Marcet y bastantes monjes pudieron huir a Italia y a otros lugares.
Gregori Estrada y Alexandre Olivar, ambos de 95 años, son los únicos monjes de la actual comunidad montserratina que vivieron aquella diáspora. “Volví de Roma a Barcelona en hidroavión, un año después de la recuperación del monasterio; me quedé unos días en Barcelona con la familia, y llegué aquí por carretera”, rememora Estrada, músico y organista. A su lado, el teólogo Olivar, de formación germana, recuerda que estuvo cobijado en los monasterios de Maria Laach (Alemania) y Maredsous (Bélgica). “Volví en septiembre de 1939, al empezar la Segunda Guerra Mundial; crucé Francia en tren, llegué en coche a Andorra, y de allí pasé a Montserrat”, dice.
Por consejo del cardenal Isidre Gomà, arzobispo de Toledo, a partir de 1937 muchos monjes habían ido pasándose a la parte de España controlada por Franco, y se alistaron, o intentaron formar una comunidad (caso del abad Marcet en Belascoain) para poder facilitar el retorno a Montserrat cuando llegara el momento propicio. Algunos ejercían como capellanes castrenses, como Reinald Bozzo, que en las fotos aparece vestido aún de militar.
Otros monjes pasaron la guerra en Catalunya, escondidos o encarcelados, y 23 cayeron asesinados en distintos lugares y fechas entre 1936 y 1937. Veinte de estos asesinados fueron beatificados como mártires el pasado octubre en Tarragona.