Envidiando
Desde un rascacielos de Dubái se veía en otro rascacielos al lado a unos hombres colgados de un cable limpiando los cristales por fuera. Estaban a una altura impresionante y la cosa parecía peligrosa. Un directivo de una de las empresas más grandes de allí, interrumpió la conversación para decir: “¿Cómo es posible que aún haya trabajos así?”. Los que limpiaban tenían aspecto de africanos. La zona de los Emiratos tiene un crecimiento económico brutal y atrae inmigrantes a todos los niveles, desde la pura mano de obra sin otra cualificación que la capacidad de limpiar un cristal hasta sofisticados expertos en biotecnología, pasando por todos los eslabones de la gestión.
Una reunión de un comité de dirección, donde estén los máximos responsables de las diferentes unidades de negocio (las empresas grandes allí suelen estar muy diversificadas) y otros personajes clave, puede incluir seis o siete nacionalidades: muchos ingleses, bastantes americanos, indios y árabes, poquísimos chinos, algún hispano... En estos momentos entra allí gente de África y de países con problemas como Egipto o Siria. Parece increíble, pero en el mundo aún hay miles de millones de personas que pasan hambre, que pueden morir de cualquier cosa que nosotros curaríamos sin problemas, que han dejado a su familia para ver si más adelante se la pueden traer y están dispuestos a trabajar, jugándose la vida, todos los días de la semana y parte de las noches y no saben lo que es un sindicato. Los sindicatos no suelen funcionar con la gente que viene de pasar hambre.
¿Quién puede resolver esto? ¿Las oenegés? No voy a criticar a las oenegés, obviamente, porque algo resuelven, sin duda. Pero que cientos de miles de personas salgan adelante cada año en los Emiratos tiene un nombre: “Empresarios”. Alguien habrá pensado: “Petróleo”. Yo lo había pensado también, pero analizando a fondo el sistema ves que hay muchas empresas con decenas de miles de empleados que no tienen nada que ver con el petróleo. Lo que tienen es un empresario que se ha atrevido a montar allí centros co-
Vivimos en un entorno que no nos ayuda a innovar y pensar en el futuro y que estimula no arriesgar y caer en la rutina
merciales, hoteles, producción alimentaria, servicios (seguros, publicidad, financiación, logística, etcétera). Obviamente, si va mucha gente con trabajo, funciona la construcción y esto es un motor impresionante. Pero alguien tira del camello, y este es un empresario que muchas veces se ha formado muy bien. El directivo árabe con quien yo estaba tenía un máster por una conocida escuela líder de Estados Unidos.
Cuando ves aquí una empresa que tira con fuerza, se parece bastante. Tiene una cierta diversificación, está en varios países, emplea gente preparada y de distintos orígenes, tiene buena productividad en sus operaciones, hay entusiasmo (que se cultiva cuidadosamente) y se piensa con espíritu innovador en el futuro. Pero hemos de ser conscientes de que vivimos en un entorno que no estimula (ni incentiva) todas estas cosas. Más bien estimula no arriesgar y caer en la rutina. Algunos alumnos extranjeros que estudian aquí me han comentado reuniones con empresarios locales que querían contratarles, pero que, a medida que han avanzado en la conversación, han tenido la impresión de que esos empresarios se iban dando cuenta de que no tenían un proyecto internacional, no tenían claro llevar a cabo uno de verdad, se les hacía cuesta arriba y cuando al despedirse les dijeron: “Ya te diré algo”, mis alumnos leyeron en sus ojos que pensaban: “¡En que lío me voy a meter!” y que en realidad querían decir: “Hasta nunca”. Es triste, pero tenemos bastante de esto.