La Vanguardia (1ª edición)

“Hay que conservar el impulso que Francia expresó en la calle”

S us an George, escritora francoesta­dounidense

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Espero que lo que ha pasado con Charlie Hebdo dé energía a la gente con buenas ideas y que esta tragedia no sea sólo una excusa para endurecer las políticas de seguridad”, dice la escritora francoesta­dounidense Susan George, nacida en 1934 y residente en París desde los años cincuenta. Presidenta de honor de la asociación altermundi­sta Attac, acaba de publicar el libro Los usurpadore­s. Cómo las transnacio­nales toman el poder, que Icaria publicará en castellano en marzo.

Este atentado parece un regalo al establishm­ent: divide a los de abajo y fomenta una “unión sagrada”. ¿Cómo lo ve? Es un regalo para el Frente Nacional, pero la reacción que siguió, segurament­e con protagonis­mo de la clase media mayoritari­amente blanca, fue positiva. El impulso que se vio en la movilizaci­ón del día 11 fue honesto: signifi- ca que la gente quiere ir más allá, quiere integrar a la gente que no lo está, y eso es muy positivo. En la sociedad francesa hay gente que se siente excluida, como se demostró en el 2005 cuando los disturbios en las banlieues. Entonces no se hizo nada, pese a que se sabe lo que se necesita: más vivienda social, clases con menos alumnos, esfuerzos en educación… Pero lo único que han conseguido es que se creen guetos dentro de la sociedad. Es verdad que hay una realidad compleja, que cuando se ha integrado a un millón de personas siempre hay otro millón que acaba de llegar, o sea que es un fenómeno continuo que obliga a mantener el esfuerzo. Los hermanos Kouachi eran huérfanos, con una educación deficiente, gente que acaba el colegio y no sabe nada. Luego, delincuenc­ia menor que pasa a ser mayor, cárcel, que es una escuela de radicaliza­ción… Es un esquema que se repite con los jóvenes que deciden irse a Siria: se aburren como ostras y de pronto les vienen unos tipos que les dicen que el Estado Islámico les dará armas, mujeres, un sueldo, poder… y se van. Son pocos, pero se necesitan entre 15 y 25 personas para vigilar a cada uno de ellos. Además, ahora su táctica es camuflarse en la masa, ser discreto, no ser abiertamen­te religioso, no estar metido en grupos. Muy complicado. Sigo muy triste por todo esto, pero pienso que la unidad que se vio el domingo pasado era real, sincera, y aunque no fue completa, porque hay una brecha y en las banlieues la gente dijo “esto no me concierne”, fue positiva y hay que intentar conservar este impulso de bondad. No quiero que todo esto sea una excusa para dar un giro aún más pronunciad­o hacia la derecha.

¿El racismo es un problema tan grave en Francia como en Estados Unidos? Para nada. No tiene las mismas raíces. Allí tuvimos una guerra civil por ello. Cuando llegué a Francia conocí a varios americanos negros que me decían que la vida era mucho mejor aquí que en Estados Unidos, y eso era en los años cincuenta. Es otra catego- ría, aunque en Francia también está relacionad­o con la clase social; después de la guerra de Argelia había mucho resentimie­nto contra los argelinos…

…Y un millón de pieds noirs expulsados del norte de África que se encontraro­n con dos millones de magrebíes. Sí, pero esto acaba por diluirse. Ahora hay otra generación, pero es cierto que hay guetos. Montreuil es la tercera ciudad de Mali en población; va uno y le sigue el primo, la familia... Es normal, la gente crea comunidade­s. Así que no siempre es culpa de Fran- cia, hay también una elección individual, porque la gente quiere hablar su lengua y estar con los suyos. Es natural. Cada cinco o diez años Francia confeccion­a su censo y está prohibido preguntar sobre origen étnico o religión. Eso no aparece en estadístic­as. Me parece bien. En EE.UU. es lo contrario, la gente se define como blanca, negra, latina…

¿De qué se trata el fenómeno Charlie Hebdo?

En Francia no se puede alentar el odio contra los judíos o contra los musulmanes, pero la blasfemia no es delito. El país tiene una concepción de la laicidad muy diferente de la que tienen otros países europeos, como España, con siglos de interferen­cia de la Iglesia católica en los asuntos de Estado. Eso no existe en Francia, que tiene una ley muy estricta desde 1905 y que dice que la gente crea lo que le dé la gana, al Estado no le importa. Hay una separación muy estricta para que no haya interferen­cia. Eso está muy bien si se compara con EE.UU., donde algunas iglesias evangélica­s y lob- bies religiosos tienen mucho poder, como el lobby judío, que garantiza que la política del Gobierno respecto a Israel no cambie. Nadie ha dicho que Charlie Hebdo fuera de buen gusto. Era un producto muy anarquista, a veces divertido, otras solo provocativ­o e incluso estúpido, menos informativ­o que Le Canard Enchaîné, que también es un periódico satírico. La Iglesia católica lo denunció una docena de veces, pero eso no tiene nada que ver con lo que ha pasado ahora, porque estos terrorista­s han matado a gente. A mí hay revistas que me molestan, por ejemplo Minute, revistas de extrema derecha que publican cosas tremendas sobre los musulmanes o sobre los negros, pero no las leo y punto. Si se quisiera imponer una censura, el problema es que no se sabe por dónde empezar ni dónde acabaríamo­s.

PE L I G R O “No quiero que todo esto sea una excusa para girar aún más hacia la derecha” RA C I S M O “En Francia también es cuestión de clase, pero sin comparació­n con Estados Unidos”

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ULF ANDERSEN / GETTY IMAGES Susan George, escritora y presidenta de honor de Attac, en su casa de París en el 2010

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