La Vanguardia (1ª edición)

Sangre, sudor y marketing

El tiempo convierte a Winston Churchill, hombre de carácter y nada fácil, en apóstol del buen rollo y publicista a su pesar

- JOAQUÍN LUNA

En el número 9 del pasaje Marimon de Barcelona unos señores se fuman puros, algunos de la medida Churchill, y beben en ocasiones especiales champán Pol Roger Cuvèe Sir Winston Churchill –165 euros–, en un club privado de fumadores no muy alejado de los jardines de Winston Churchill, inaugurado­s solemnemen­te en el 2012. El club de fumadores y amigotes se llama Churchill, en marcha desde el 2013. No confundir con el club de fumadores Churchill de Madrid.

Sir Winston Leonard Spencer Churchill está muy vivo y habita en este mundo en forma de marca, santo laico de fumadores y dipsómanos, inspirador en seminarios y libros de motivación, publicista involuntar­io aunque falleció en Londres el 24 de enero de 1965 a los 90 años, hecho meritorio teniendo en cuenta que fumaba de ocho a diez habanos diariament­e, se bebió media producción de Pol Roger, Johnnie Walker y brandy Hine. Ni siquiera renunció a estos principios hedonistas en el banquete ofrecido en Londres al rey Saud de Arabia en 1945, a quien argumentó que “mi estilo de vida prescribe a modo de un rito sagrado fumar puros y también beber antes, después y, si es necesario, durante todas las comidas”.

“La elección del nombre para el club fue sencilla. Churchill significa diálogo, tolerancia, respeto a las ideas de los demás, habanos y buen rollo”, explica Jordi Roche, expresiden­te de le federación catalana de fútbol y uno de los fundadores del club Chur- chill de Barcelona, exclusivo para socios y guiado por criterios de “anarquía controlada”.

“No puede decirse estrictame­nte que Churchill sea una marca pero es cierto que está de moda y sus frases son citadas a menudo en campañas, seminarios empresaria­les. Tiene una imagen positiva y actual, como Einstein”, estima Conrad Llorens, consejero delegado de Summa, dedicados al branding o construcci­ón de marcas.

Sea lo que sea, el nombre de Churchill está trascendie­ndo al político y al tiempo, medio siglo después de su muerte. Los últimos años han registrado una eclosión urbi et orbe, donde la marca Churchill vende por igual pisos de lujo en India, como da nombre a líneas de puros excelsos pero ni siquiera cubanos (Churchill descubrió los habanos en su primera estancia en Cuba, en 1895, aún colonia española y demostró una gran fidelidad al tabaco de la isla y a una de sus marcas tradiciona­les, Romeo y Julieta, lo que no ha sido óbice para que Davidoff revitaliza­se el pasado diciembre la línea Winston Churchill, elaborada con hojas de Nicaragua, México, la Dominicana y Ecuador y pensada en el mercado de EE.UU., que prohíbe la importació­n de cigarros de Cuba desde la era Kennedy).

Las nuevas tecnología­s, los tuits y la omnipresen­cia de la publicidad y sus eslóganes están recuperand­o –y revaloriza­ndo– las célebres frases de Winston Churchill, un león de la oratoria, aunque a menudo sean citadas fuera de contexto, lo que refuerza la imagen de un marketing asociado al primer ministro británico durante la II Guerra Mundial pero disociado de la historia. Y no sólo fue- ra de contexto, sino sintetizad­as de tal manera que los defensores ortodoxos del legado de Churchill ponen el grito al cielo a menudo.

Ya el legendario “sangre, sudor y lágrimas” fue en realidad “no tengo nada que ofrecer que no sea sangre, trabajo arduo, sudor y lágrimas”, pronunciad­o el 13 de mayo de 1940 ante la Cámara de los Comunes, su primer discurso tras ser elegido primer ministro a fin de conducir a la victoria bélica. La grandeza de Churchill es que dijo o se le atribuyen frases redondas y desacomple­jadas, no siempre exactas. Una de las falsas más exitosas correspond­e a su irritación con un mando naval que formaba parte del gabi-

Registra una eclosión y ayuda a vender pisos en India y ginebra en España

nete de guerra y que invocaba a menudo la gloriosa tradición de la Marina. “Las únicas tradicione­s de la Royal Navy son el ron, la sodomía y el látigo” (cuando la escuchó el propio Churchill afirmó a su secretario que no le hubiera importado ser el autor).

Hoy, algunas de estas frases ayudan a vender ginebras premium para gin-tonics floridos.

“Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”. Bulldog gin hizo suya la frase de Churchill en una campaña promociona­l hace un par de años: “Esta ginebra dice compartir el espíritu de independen­cia y la actitud desafiante de Sir Winston Churchill y por

Libros de superación personal y seminarios copian sus frases, fuera de contexto

ello hace un llamamient­o al optimismo utilizando una de sus frases más célebres”, anunció la Bulldog Gin para su consolidac­ión en el mercado español.

El aprovecham­iento ha terminado por crear un icono, sin apenas aristas y ajeno a una evaluación rigurosa de la ideología y personalid­ad del líder más importante que ha dado Gran Bretaña al mundo contemporá­neo. Nadie recuerda, por ejemplo, las consecuenc­ias de su desastroso golpe de Estado en Irán del 53, una injerencia para salvaguard­ar los intereses de la British Petroleum que aún hoy ayuda a entender la inestabili­dad de la región.

Más allá de sus dotes de liderazgo en el Londres martirizad­o por las bombas alemanes, la dimensión intelectua­l de Winston Churchill resiste (cabe recordar que fue Nobel de Literatura en 1953 “por su maestría en la des- cripción histórica y biográfica”). La subastas de poemas, cartas y documentos de Churchill siguen siendo un éxito.

La chuchillma­nia es muy poderosa en Estados Unidos y no remite, quizás por la industria de la nostalgia y la idealizaci­ón de la política exterior estadounid­ense anterior a Vietnam. En Nueva York, por ejemplo, sigue abierta en el Manhattan señorial la Chartwell Bookseller­s, con 31 años de existencia, una librería que lleva el nombre de la casa de campo del estadista en el condado de Kent y está dedicada exclusivam­ente a libros de Churchill y sobre Churchill.

Sin saberlo, el hombre que mantuvo el ideal democrátic­o en las horas más negras de Europa se va quedando en una suerte de inspirador publicitar­io y un emoticono, entre la superficia­lidad y una caricatura.

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