Paisaje después de la batalla
El mapa político del 2016, tras las locales, generales y catalanas, será mucho más abierto y complejo en España y Catalunya
Ganar tiempo para no perderlo, o ganar tiempo como una forma de perderlo. Los tiempos en política nunca garantizan el resultado previsto. A veces, una semana supone una eternidad que puede cambiarlo todo mientras que un año pasa como un suspiro sobre una situación petrificada. El renovado consenso catalán sobre el proceso soberanista ha permitido eludir unas elecciones autonómicas inmediatas (las terceras desde el 2010) pero las ha aplazado nueve meses, que pueden parecer poca cosa pero que pueden suponer también una eternidad. Y, en cualquier caso, esa eternidad conduce inexorablemente a un escenario radicalmente distinto del actual.
Por un lado, parece evidente que a CiU no le convenía una cita electoral inmediata. El president Mas sigue capitalizando la dirección del proceso soberanista, pero la marca CiU supone hoy más un lastre que un activo (con la sombra de los Pujol proyectándose negativamente sobre la trayectoria de la coalición). Y de ahí que los sondeos le otorguen pérdidas de entre diez y 15 escaños respecto a los comicios del 2012. Ganar tiempo en un contexto económico algo más amable parece, por tanto, la estrategia más inteligente. Y, además, las últimas encuestas sugieren una leve recuperación de la ventaja de CiU tras el sorpasso de ERC en las europeas.
En cuanto a Esquerra, el aplazamiento electoral y el pacto con CiU provocan fatiga en el electorado independentista (que contempla cómo pasa el tiempo sin que nada cambie) y diluyen su condición de alternativa de centroizquierda a la federación nacionalista. Los sondeos detectan ya esa pérdida gradual de fuelle, pero unos comicios después de la Diada pueden contribuir sin duda a reavivar la reivindicación independentista, que ERC encarna y defiende mejor que nadie.
Eso sí, la irrupción de nuevos actores políticos en el escenario catalán conducirá sin duda a un Parlament más fragmentado que el actual, con una mayoría soberanista previsiblemente ortopédica (en escaños pero no en votos populares), aunque con el tándem CiU y ERC como única fórmula viable de mayoría parlamentaria. Pero, claro, esa frágil mayoría soberanista encontrará también un interlocutor transformado en Madrid tras las elecciones de otoño.
En el conjunto de España, los sondeos dibujan un PP en caída libre y un Congreso abocado a la entropía (ver gráfico adjunto). Sin embargo, la suavización de la crisis y la potencia mediática y política del centroderecha español pueden revertir esa tendencia. Con la ayuda, eso sí, de la previsible fragmentación de la izquierda. De ese modo, el PP podría situarse por encima del 30% del voto y cosechar entre 140 y 150 escaños. Su problema serían los mimbres necesarios para reunir la mayoría absoluta de la Cámara, pendiente de dos socios incompatibles; la posible coalición C’s-UPyD (única capaz de disputar a los populares el centro españolista) y el nacionalismo catalán, en plena deriva soberanista.
Ese mapa parlamentario ofrecería, no obstante, una ventana de oportunidad al catalanismo, pues el Congreso podría brindar una mayoría alternativa formada por el PSOE, Podemos, los restos de IU y los nacionalistas periféricos. Sería un grupo demasiado heterogéneo para formar gobierno y sin la mayoría necesaria para impulsar cambios constitucionales, pero que podría forzar una salida pactada al conflicto catalán, aunque siempre lejos de las actuales aspiraciones soberanistas.