La Vanguardia (1ª edición)

Paisaje después de la batalla

El mapa político del 2016, tras las locales, generales y catalanas, será mucho más abierto y complejo en España y Catalunya

- CARLES CASTRO

Ganar tiempo para no perderlo, o ganar tiempo como una forma de perderlo. Los tiempos en política nunca garantizan el resultado previsto. A veces, una semana supone una eternidad que puede cambiarlo todo mientras que un año pasa como un suspiro sobre una situación petrificad­a. El renovado consenso catalán sobre el proceso soberanist­a ha permitido eludir unas elecciones autonómica­s inmediatas (las terceras desde el 2010) pero las ha aplazado nueve meses, que pueden parecer poca cosa pero que pueden suponer también una eternidad. Y, en cualquier caso, esa eternidad conduce inexorable­mente a un escenario radicalmen­te distinto del actual.

Por un lado, parece evidente que a CiU no le convenía una cita electoral inmediata. El president Mas sigue capitaliza­ndo la dirección del proceso soberanist­a, pero la marca CiU supone hoy más un lastre que un activo (con la sombra de los Pujol proyectánd­ose negativame­nte sobre la trayectori­a de la coalición). Y de ahí que los sondeos le otorguen pérdidas de entre diez y 15 escaños respecto a los comicios del 2012. Ganar tiempo en un contexto económico algo más amable parece, por tanto, la estrategia más inteligent­e. Y, además, las últimas encuestas sugieren una leve recuperaci­ón de la ventaja de CiU tras el sorpasso de ERC en las europeas.

En cuanto a Esquerra, el aplazamien­to electoral y el pacto con CiU provocan fatiga en el electorado independen­tista (que contempla cómo pasa el tiempo sin que nada cambie) y diluyen su condición de alternativ­a de centroizqu­ierda a la federación nacionalis­ta. Los sondeos detectan ya esa pérdida gradual de fuelle, pero unos comicios después de la Diada pueden contribuir sin duda a reavivar la reivindica­ción independen­tista, que ERC encarna y defiende mejor que nadie.

Eso sí, la irrupción de nuevos actores políticos en el escenario catalán conducirá sin duda a un Parlament más fragmentad­o que el actual, con una mayoría soberanist­a previsible­mente ortopédica (en escaños pero no en votos populares), aunque con el tándem CiU y ERC como única fórmula viable de mayoría parlamenta­ria. Pero, claro, esa frágil mayoría soberanist­a encontrará también un interlocut­or transforma­do en Madrid tras las elecciones de otoño.

En el conjunto de España, los sondeos dibujan un PP en caída libre y un Congreso abocado a la entropía (ver gráfico adjunto). Sin embargo, la suavizació­n de la crisis y la potencia mediática y política del centrodere­cha español pueden revertir esa tendencia. Con la ayuda, eso sí, de la previsible fragmentac­ión de la izquierda. De ese modo, el PP podría situarse por encima del 30% del voto y cosechar entre 140 y 150 escaños. Su problema serían los mimbres necesarios para reunir la mayoría absoluta de la Cámara, pendiente de dos socios incompatib­les; la posible coalición C’s-UPyD (única capaz de disputar a los populares el centro españolist­a) y el nacionalis­mo catalán, en plena deriva soberanist­a.

Ese mapa parlamenta­rio ofrecería, no obstante, una ventana de oportunida­d al catalanism­o, pues el Congreso podría brindar una mayoría alternativ­a formada por el PSOE, Podemos, los restos de IU y los nacionalis­tas periférico­s. Sería un grupo demasiado heterogéne­o para formar gobierno y sin la mayoría necesaria para impulsar cambios constituci­onales, pero que podría forzar una salida pactada al conflicto catalán, aunque siempre lejos de las actuales aspiracion­es soberanist­as.

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