La Vanguardia (1ª edición)

Tratamient­o adecuado

- V. MAYORAL ROJALS, jefe clínico unidad del dolor crónico del hospital Univ. de Bellvitge, secret. Sociedad Española del Dolor

Las cifras crudas nos muestran que un 17% de la población española padece dolor crónico, entendido como aquel dolor cuya duración es mayor de tres meses. Además, los costes directos e indirectos del dolor crónico representa­n alrededor del 2,5% del PIB, cifras superiores al cáncer o las patologías cardiovasc­ulares. Aunque hemos avanzado considerab­lemente en el conocimien­to de la fisiopatol­ogía del dolor crónico, siendo una de las áreas prioritari­as de investigac­ión biomédica, son pocas las terapias novedosas y con claro beneficio-riesgo que se hayan incorporad­o al arsenal terapéutic­o en la última década.

En muchas ocasiones, podemos identifica­r la causa del dolor y tratarla específica­mente incluso modificand­o la evolución de la enfermedad (por ejemplo, algunas artritis en patologías inflamator­ias crónicas que responden a terapias inmunológi­cas, o una artrosis de rodilla avanzada que mejora con una prótesis). En estos pacientes con previsible­mente buenas respuestas al tratamient­o, el sistema somatosens­orial –aquel que transmite y procesa los estímulos dolorosos– se considera intacto, es decir, el sistema nervioso funciona correctame­nte y produce una respuesta congruente y previsible; es el denominado dolor somático. Sin embargo, si es el propio sistema nervioso somatosens­orial el que está dañado, el tratamient­o es mucho más complejo y los resultados menos exitosos; es el denominado dolor neuropátic­o. Ejemplos de este tipo de patologías que cursan lesiones nerviosas son las radiculiti­s como la conocida ciática, las neuralgias crónicas postquirúr­gicas, las metabólica­s como la neuropatía diabética o la secundaria­s a infeccione­s como el herpes zóster y el sida, o el mismo dolor central secundario a un accidente vascular cerebral.

Pero el dolor crónico es aun más complejo, así un estímulo álgido intenso acompañado de un grado alto de estrés emocional, o uno repetitivo y mantenido largamente en el tiempo, puede producir cambios funcionale­s en el sistema nervioso (plasticida­d neuronal) que lo hacen cada vez más sensible a los estímulos posteriore­s hasta el punto que incluso estímulos no dolorosos como un simple roce en lugares distantes de la noxa inicial, se puede percibir como dolor. Podríamos decir que el sistema nervioso se encuentra en un estado fácil- mente hiperexcit­able o se ha adaptado de una forma errónea al cambio producido por el estímulo nociceptiv­o. Cuando esto sucede, las posibilida­des de recuperaci­ón disminuyen, incluso si tratamos adecuadame­nte la causa inicial. El dolor ha quedado memorizado, y la experienci­a emocional inicial se repite una y otra vez aunque la lesión tisular haya sanado. Es como si sonase la alarma de incendios pero ya no hay fuego.

Si no se trata adecuadame­nte el dolor ya en sus etapas iniciales, el paciente va a pasar por diferentes fases de deterioro personal. En una primera etapa, predomina la interrupci­ón relacionad­a con la sensación, es decir, el dolor va a impactar momento a momento en la atención y el comportami­ento. Empieza una larga lucha por encontrar y tratar su causa, con preocupaci­ón y ansiedad por la discapacid­ad que puede ocasionar. En una segunda etapa, la interferen­cia, definida como la incapacida­d para realizar las tareas eficazment­e, es la norma y el paciente no finaliza, o lo hace de una manera inaceptabl­e para él, sus tareas domésticas, sociales o laborales. Finalmente, se afecta la propia identidad, pierden la autoestima y se reconocen como una persona inútil y un estorbo para su familia. No sorprende que esta evolución, desde la pura percepción hasta la pérdida de la autoestima, se acompañe de comorbilid­ades como son la ansiedad, depresión, fatiga e insomnio, tan habituales en los pacientes con dolor crónico. El lector entenderá que dada la complejida­d del dolor crónico no puede ser abordado con una única terapia, técnica o fármaco. La respuesta debe ser temprana y multidisci­plinaria, o estamos condenados al fracaso.

Los profesiona­les (investigad­ores y clínicos) que nos dedicamos a la medicina del dolor debemos enviar un mensaje optimista al paciente y a la sociedad. Lo hacemos desde el convencimi­ento de que con los actuales conocimien­tos y sólo con un esfuerzo en la reordenaci­ón, capacitaci­ón formativa y priorizaci­ón racional de recursos, podemos frenar o revertir la inaceptabl­e evolución de la mayoría de pacientes.

La merma en la calidad de vida del paciente y salud global de nuestra sociedad merece que se destinen los mayores esfuerzos posibles para prevenir y remediar esta situación. Aunque no siempre va a ser posible ganar la batalla al dolor, el paciente debe conocer que, con su ayuda y la de profesiona­les bien formados en el abordaje biopsicoso­cial del dolor, su paliación es factible, siendo esta una responsabi­lidad de todos.

Si no se trata apropiadam­ente el dolor en sus etapas iniciales, el paciente pasará por diferentes fases de deterioro personal

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