La dieta de Mas y Junqueras
Winston Churchill no sólo aportó a la política algunos de sus valores más paradigmáticos –tenacidad y audacia– sino también la teorización de su relatividad. Lo hizo a través del ingenio y la ironía, a veces con ternura y otras con intención vitriólica. Como cuando afirmó –reconociendo paladinamente sus contradicciones– que “a menudo me he tenido que comer mis propias palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada”. Siguiendo la comparecencia del president de la Generalitat el pasado miércoles y luego las declaraciones de Oriol Junqueras di en pensar cuánto bien les hubiese reportado a ambos disponer de algunos recursos dialécticos que les rescatasen del papelón que estaban protagonizando.
Porque Mas y el presidente de ERC –tomando al auditorio por desavisado o lelo– pretendían hacer pasar por un éxito lo que no era otra cosa que una vulgar rectificación de sus anteriores posiciones. No una rectificación menor: una rectificación radical. Los dos, glotonamente, devoraban sus propias palabras de las últimas semanas –en el caso del president su enfática hoja de ruta solemnizada en un acto multitudinario el 25 de noviembre pasado– y abrían más interrogantes y planteaban más incertidumbres de las que contestaban y clausuraban.
La dieta de Mas y Junqueras –tragarse sus propias palabras– es poco recomendable en política, sobre todo cuando se abusa de la rectificación, que es propia de sabios, y se convierte, por reiterada, en el recurso de los torpes. El uno y el otro hicieron como en el rugby: patada a seguir para salir de una situación comprometida. Mas innovó la política democrática anunciando con ocho meses la anticipación de unos comicios que no serán tales sino pretendidamente un plebiscito aunque, curiosamente, con listas separadas de los que dicen querer por igual la independencia de Catalunya, lo cual, de nuevo, constituye una contradictio in terminis. La misma, o muy parecida, que la de Junqueras que –como corresponde al líder de una izquierda correosa– se venía negando a apoyar unos presupuestos de la Generalitat que, primero, fuesen nuevamente autonómicos –es decir, no los primeros de la República catalana– y, segundo, incorporasen recortes sociales. Pero ingerida la dieta de ricino, aquí paz y después gloria, apelando, eso sí, a la victoria (la independencia) quizá para ribetear de épica doméstica a la representación política de más ínfimo nivel de los últimos años en Catalunya. Kennedy instó a utilizar el tiempo “como herramienta, no como vehículo”. Es dudoso que para CDC y ERC –las cogitaciones de Unió merecerían un capítulo sobre las diversas formas de suicidarse en política– los próximos ocho meses sirvan para algo diferente a una mera deambulación por el calendario. Por muchas inyecciones populistas de adrenalina que administren al cuerpo social catalán –para eso estaban notarialmente presentes las responsables de la ANC, de Òmnium Cultural y de los municipios por la independencia de Catalunya– no hay colectivo que, sobre desconocer si es o no mayoritario en el país, pueda soportar el mareante rumbo que Mas y Junqueras imponen a los acontecimientos. El asunto no tiene demasiada historia, más allá de especulaciones de gabinete sobre quién cedió en esto o en aquello y con qué propósito. Los presidentes de la Generalitat y de ERC se asemejaron a boxeadores que sobre el ring se traban para sostenerse mutuamente en su extrema debilidad, mientras el árbitro observa atentamente quién de los dos besa primero la lona mientras el público comienza a gritar enfebrecido: “¡Tongo, tongo!”. Desde otros lares –¿saben Mas y Junqueras lo que es la alteridad, es decir, la presencia y la decisión de otros?– el aparente acuerdo entre CDC y ERC se ha entendido como lo que es: un fracaso. El Gobierno cañoneará jurídica y políticamente; el PSOE –con un Iceta en racha dialéctica– no se va a salir del perímetro de su seguridad electoral y la opinión pública del resto de España seguirá como buena parte de la catalana: con un sentimiento de total ajenidad a este laberíntico proceso soberanista que se ha convertido, según en qué fase, en “vodevil”, “sainete” y hasta “esperpento”, según expresiones escritas y leídas en las últimas semanas y que jamás connotaron antes la política catalana.
Un apunte final: el contexto en el que se insertan las elecciones del 27 de septiembre. Será vertiginosamente distinto del actual e irá mutando en España (con las municipales de por medio) y, sobre todo, en el entorno europeo en el que Grecia, la deflación, el terrorismo yihadista, las incertidumbres británicas respecto de la Unión y la musculación de nuevas fuerzas políticas propiciarán, todo ello, que la cuestión catalana sea una derivada marginal. Los afanes europeos son hoy otros.
El uno y el otro hicieron como en el rugby: patada a seguir para salir de una situación comprometida