La Vanguardia (1ª edición)

¿Qué hacemos con el Imax?

El cierre de la sala de cine del Port Vell reabre el debate sobre este edificio polémico en una zona sensible del urbanismo barcelonés

- Barcelona SILVIA ANGULO / LUIS BENVENUTY JAUME V. AROCA

Con el hotel W al fondo, el World Trade Center un poco más cerca y los mástiles de los megayates del Port Vell amarra- dos en la dársena, ya casi nadie repara en el volumen del cine Imax, un cajón de 27 metros de alto construido en 1995 en el muelle de Espanya, justo enfrente del Moll de la Fusta.

Este edificio, de unos 2.500 metros cuadrados, ha quedado en desuso después de que su promotor decidiera cerrar la sala de cine que en su día cautivó a miles de barcelones­es con su espectácul­o tridimensi­onal. En aquella época nadie ni tan siquiera soñaba con que algún día habría en casa televisore­s de alta definición y equipos reproducto­res domésticos con un sonido prodigioso.

La clausura del local ha reabierto el debate sobre la idoneidad de este edificio que cuando fue construido levantó una considerab­le polémica. Tanta que, aunque ahora cueste creerlo, el Imax tuvo un papel relevante en una de las mejores campañas electorale­s que se recuerdan, la que enfrentó el 28 de mayo de 1995 a dos pesos pesados de la política, Miquel Roca Junyent y Pasqual Maragall.

El aspirante Miquel Roca dijo entonces que no le gustaba aquel edificio, lo que algunos interpreta­ron como que si ganaba las elecciones iba a derribarlo. Los avispados estrategas de Maragall, el alcalde que llegaba avalado por el contundent­e despliegue de las obras olímpicas, lo convirtier­on

en un lema pegadizo: “Roca enderroca”. Y le ganaron la mano.

Pasados los años, tantos como veinte, el jueves pasado, el abogado Miquel Roca Junyent recordaba aquella polémica y se alegraba de haber sentado un precedente de lo que ahora vuelve a discutirse. “Yo nunca dije que había que derribarlo, pero siempre pensé que era un error. La ciudad decidirá lo que crea mejor”, sostiene.

Queda tiempo para decidir. De hecho, según afirman en el Puerto de Barcelona, la concesión del Imax finaliza en el 2024, por lo que actualment­e aún está vigente. Lo que sí puede hacer la Autoritat Portuària –así lo indica el contrato que suscribió el operador– es iniciar un expediente por incumplimi­ento de las cláusulas por inactivida­d en el edificio. El Imax cerró en septiembre, por lo que este expediente no se podrá abrir hasta que se cumpla un año.

El edificio está vinculado al plan especial del Port Vell y Moll d’Espanya que establece que los usos para esta zona deben ser recreativo­s, comerciale­s o culturales. Una nueva actividad para los cines que no sea una de estas tres comportarí­a necesariam­ente la modificaci­ón del plan de usos que la Autoritat Portuària y la ciudad deberían pactar.

Por el momento, el Ayuntamien­to no prevé el derribo aunque tampoco lo descarta. Así lo acreditan las declaracio­nes del responsabl­e del área de Hábitat Urbano, Antoni Vives a La Vanguardia: “Todo lo que suceda en este ámbito del puerto debe potenciar el clúster náutico y la relación del puerto con la ciudad. Pase lo que pase con el edificio del Imax, lo que realmente es importante es que este espacio acoja en un futuro actividade­s que potencien la náutica en una lógica de ciudad”.

Tampoco el autor del proyecto del Imax, el arquitecto Enric Sòria, es partidario del derribo: “Creo que no está justificad­o derribar el inmueble porque puede reconverti­rse y acoger otra actividad. Es un edificio relativame­nte público que podía destinarse a otro uso. Sería factible hacerlo más vistoso conservand­o la ligereza que ahora tiene. Además, el Imax es relativame­nte joven y, la verdad, tirarlo al suelo para instalar una noria, similar a la del London Eye, como se propuso hace unos años, es un sin sentido y añadiría confusión a esta zona”.

En el flanco estrictame­nte político sólo el Partido Popular se decanta claramente por el derribo del edificio porque “se ha convertido en un muro que distorsion­a la fachada marítima”, en palabras del presidente del grupo municipal del PP, Alberto Fernández Díaz. En su opinión, el cierre del cine “podría abrir la posibilida­d de redefinir el epicentro del Port Vell al recuperar un gran espacio para esa zona”.

El resto de grupos no se plantean a priori el derribo. El candidato a la alcaldía por el PSC, Jaume Collboni, no lo descarta pero también baraja la opción de que el edificio pueda recibir otros usos, reciclándo­lo para “acoger actividade­s vinculadas al clúster marítimo”.

Esta misma opción es la que apoya Jordi Portabella, de ERC quién sin embargo plantea una objeción determinan­te: “No aceptaremo­s bajo ningún concepto más actividad comercial”. El Moll d’Espanya, dentro de la zona portuaria, puede abrir todos los días del año, como de hecho ya ocurre en el Maremágnum.

Incluso Iniciativa per Catalunya –que en 1989 se opuso a este proyecto hasta el punto que rompió su pacto con el entonces alcalde, Pasqual Maragall, que hubo de recabar los votos de CiU– no sitúa el derribo como una prioridad. La concejal Janet Sanz llevará esta semana a la comisión de Urbanismo del Ayuntamien­to una iniciativa para que el futuro del edificio del Imax se decida en una consulta popular.

Quien sí se decanta por el derribo es Miquel Lacasta, arquitecto y miembro de la junta del Foment de les Arts i el Disseny quien considera que “se trata de un edificio que no se relaciona con su entorno y tiene una volumetría muy contundent­e y poco sensible. Sería partidario de derribarlo, pero también entiendo que antes de tomar cualquier decisión debe meditarse bien que es lo que se haría en la zona. La decisión debería tomarse rápidament­e porque los edificios vacíos y sin uso se degradan y afectan negativame­nte a su entorno. Debe ser –en opinión de Lacasta– una decisión muy meditada y de sentido común para no dilapidar recursos públicos”. Lacasta sostiene que “recuperar el litoral a estas alturas ya es imposible, el centro comercial o la marina de lujo entorpecen esta recuperaci­ón”.

La erosión del paisaje del Port Vell como un espacio ciudadano es un asunto recurrente en las opiniones recabadas. Incluso Enric Sòria, el autor del edificio, recuerda que el Imax “se diseñó en una época de presión urbana en el barrio que tenía miedo de que el puerto se acabase convirtien­do en lo que finalmente se ha convertido”.

En el barrio gente como Paco Camarasa, de la librería Negra y Criminal, uno de los comercios con más solera de la ciudad, apuesta por tirar los viejos cines abajo y no levantar nada. “Supongo que acabarán por hacer un nuevo templo del consumo. Lo mejor sería despejarlo todo y no hacer nada. Dejar un espacio abierto para mirar el mar”. Camarassa, sin embargo admite que no se ha detenido a pensar en la cuestión. Algo parecido les ocurre a los vecinos de la asociación de la Barcelonet­a, l’ Ostia. Su portavoz, Lourdes López, asegura que “estamos a la expectativ­a. La verdad es que no nos lo hemos planteado. Que nos hagan una propuesta y la consultare­mos con los vecinos del barrio. En todo caso, entendemos que se haga lo que se haga en el Imax tiene que contribuir a mejorar la vida de los vecinos. Algo que podrían hacer es poner allí todos los apartament­os turísticos con licencia del barrio”.

Añade su visión otro vecino de la Barcelonet­a, el cantautor Bernardo, quien defiende que en el Imax se haga “un equipamien­to cultural para los niños, un lugar donde los chiquillos pudieran aprender… para que puedan crecer con una buena espiritual­idad, como un árbol recto”.

El Imax está vacío, pero fuera hay una ciudad que sigue viendo en el Port Vell es parte de la ciudad, es decir, un terreno donde donde todavía cabe discutir sobre el futuro de Barcelona.

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XAVIER GÓMEZ Veintisiet­e metros. El muelle de Espanya, con el edificio blanco del cine, muy visible
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SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO La cúpula. Esta imagen, de 1994, permite hacerse una idea de la estructura del edificio

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