La Vanguardia (1ª edición)

El árbol y el bosque

- Llàtzer Moix

Uno de los éxitos urbanos propiciado­s por los Juegos Olímpicos de 1992 fue la apertura de Barcelona al mar. Por ejemplo, en el Moll de la Fusta. Allí, el Ayuntamien­to negoció con la autoridad portuaria la cesión de terrenos para uso ciudadano. Y dicha autoridad debió negociar también lo suyo con el Ayuntamien­to, porque en 1995 inauguró en el Moll d'Espanya tres grandes equipamien­tos: el Imax, Maremagnum y el Acuario. Estas obras reducían las vistas logradas tres años antes. Pero tenían la virtud de generar recursos en las viejas áreas portuarias para invertirlo­s en las nuevas. Llegó a hablarse incluso de construir allí hoteles. Pero se desestimó la idea. Un pequeño parque en un extremo y la airosa pasarela de Viaplana y Piñón sobre el mar en el otro completaro­n la operación del Moll d'Espanya. Después, en 1999, se abrió en el Moll de Barcelona el faraónico World Trade Center, con hotel, oficinas y convencion­es.

La fiebre constructi­va en la fachada marítima sería ya recurrente: Diagonal Mar y el Fòrum generaron en 2004 un nuevo downtown, y en el Moll de Llevant se inauguró en 2009 el hotel W, con sus cien metros de altura y su prominente abdomen. Más tarde llegarían nuevas oficinas del puerto frente a los Tinglados, y se espesaría la selva de másti- les de veleros de lujo del puerto de invernada, con su plus de colorido para una barrera visual siempre al alza.

Esta es hoy la realidad del puerto, bien distinta de la de hace un cuarto de siglo. Porque el puerto, como la propia Barcelona, está en fase de den- sificación. Un proceso que no atenuaría mucho el hipotético derribo del Imax en desuso. Antes de tirarlo, por tanto, conviene averiguar si hay posibilida­d de reconverti­rlo, a un precio razonable, en espacio escénico, en área de tiendas o en lo que sus gestores crean más rentable. Tumbarlo, en tiempos en los que la idea de reconstrui­r y reutilizar se impone a menudo a la de construir, puede llegar a satisfacer algún ego político. Pero carece de sentido si lo que se pretende es recuperar grandes vistas al mar o al puerto. Porque cortar un solo árbol no acaba con el bosque.

Antes de derribar el Imax en desuso conviene averiguar si hay posibilida­d de reconverti­rlo

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