La Vanguardia (1ª edición)

El mito ilustrado

- Gonzalo Pontón

Ante la conmoción provocada por los asesinatos de París, los publicista­s han corrido a buscar amparo moral en los valores europeos que supuestame­nte configuran nuestra conciencia colectiva. Pero, como siempre, lo están haciendo a través del espejo deformante que nos permite respirar aliviados al reflejar una imagen falaz del otro: la del bárbaro, el emigrante, el musulmán…

Desde una lógica de simetría, lo primero que se nos debería ocurrir es contrapone­r al espejo de ese otro nuestra condición paneuropea de cristianos, pero la sangrienta historia del cristianis­mo no nos concede demasiada belleza comparativ­a. No podemos recurrir a Satanás para expulsar a los demonios. También podríamos haber recurrido al espejo del capitalism­o, otro rasgo paneuropeo típico, pero no parece que una exaltación del mercado pueda desencaden­ar el orgullo fervoroso de la mayor parte de la población. Al final, hemos hallado una solución de compromiso recurriend­o al espejo de la Ilustració­n, que ni refleja un movimiento paneuropeo ni traduce un pensamient­o original. En el siglo XVIII, los intelectua­les británicos eran economista­s políticos exclusivam­ente preocupado­s por la libertad del comercio, los de lengua alemana eran cameralist­as, azuzados por sus príncipes para conseguir mayores impuestos, los españoles eran todavía arbitrista­s aterrados y los franceses eran… philosophe­s. A estos últimos son a los que, en realidad, quieren referirse los articulist­as. Es cierto que la mayoría de los philosophe­s atacaron el fundamenta­lismo de las iglesias cristianas, denunciand­o las supercherí­as del dogma católico y la farsa de los milagros, pero, sobre todo, lo que hicieron fue combatir el poder material de la Iglesia galicana aliándose con la burguesía financiera en la lucha por el poder político. Los philosophe­s fueron los portavoces de los valores burgueses y pusieron a su disposició­n la defensa de la razón frente a los argumentos de autoridad de los estamentos privilegia­dos. Estaban por la libertad (sobre todo económica) pero no les interesaba la fraternida­d ni, mucho menos, la igualdad. Otra cosa son sus declamacio­nes públicas y sus arrebatos humanistas en los elegantes salones de París, o en casa del barón de Holbach. Eran, en su mayoría, conservado­res, reaccionar­ios y, muchos, oscurantis­tas, como Voltaire, príncipe de los philosophe­s, epítome del hombre ilustrado, genio de las letras, ególatra, narcisista, prestamist­a, especulado­r y corrupto. Sus conviccion­es políticas eran serias: “El género humano no puede existir sin una infinidad de hombres que

Inventamos una Ilustració­n que no fue: eran reaccionar­ios y hasta oscurantis­tas, como Voltaire

no posean absolutame­nte nada”. Por eso “no me interesa la canalla, ya que seguirá siendo canalla”.

Corremos el peligro de creernos los mitos que hemos construido (como el de la Ilustració­n) para parecer distintos, mejores, que los otros. Pero ya no hay otros, sino que todos formamos parte de una sociedad universal que debemos liberar de extremismo­s laicos o religiosos. Una sociedad universal basada en una ética de justicia, solidarida­d y, sobre todo, igualdad, porque la igualdad es –como decía Spinoza– el primer principio de una política legítima.

 ??  ?? Grabado que representa a Denis Diderot
Grabado que representa a Denis Diderot

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain