La Vanguardia (1ª edición)

El último maestro

- Miguel Dalmau M. DALMAU, novelista y ensayista, autor de ‘Los Goytisolo’

Oscar Wilde dejó escrito que la vida se inicia como una comedia y termina en tragedia. Pero en el caso de Luis Marsans (1930-2015) hay sólidos argumentos que invitan a improvisar sobre el tema y ponerlo en manos del azar. Nacido en Barcelona en el seno de una familia burguesa, pasó los años de la Guerra Civil en París y luego regresó a la Ciudad Condal. En la adolescenc­ia viajó a Nueva York para reunirse con su padre y allí conoció a Salvador Dalí. Mientras la mayoría de pintores de su generación afilaban los pinceles en las academias, Marsans descubrió la pintura moderna en el escenario neoyorquin­o, en cuyos museos se exhibía la obra de los grandes maestros desde el impresioni­smo. De regreso a Barcelona se incorporó al estudio de Ramón Rogent donde aprendió los fundamento­s del oficio. En verano de 1949 viaja a Francia con la esperanza de conocer al arquitecto Walter Gropius, pero termina deslumbrad­o ante una exposición dedicada a Cézanne.

Desde el principio, pues, Marsans se mueve por el azar que le conduce hacia una pintura con argumento pero recreada con los pinceles de la modernidad. Consciente de que la primera fase de su aprendizaj­e ha concluido, decide quemar su obra y salir a la calle. Allí le aguarda la Barcelona de los primeros movimiento­s de vanguardia, como Dau al Set. Sin embargo, este joven artista irá siempre por libre. Verdadero lobo solitario, dedica sus tardes a aprender caligrafía china con un maestro oriental, quien le transmite el valor de los trazos y líneas más sutiles, o lo que es lo mismo, la magia del negro sobre blanco, que es también la magia de la literatura. Quizá no sea casual que entre las mayores influencia­s de Marsans encontremo­s la obra de autores como Proust, Rilke y posteriorm­ente Borges. Toda esta fase de formación no se limita, pues, al ámbito de la plástica sino que se extiende a muchos campos del saber humano. Pocos artistas de nuestro país han tenido un conocimien­to tan hondo de la cultura: las inquietude­s de Marsans abarcaban la historia entera del Arte, la Cábala, el Corán, las matemática­s, la música, el cine, la poesía, la filosofía, etcétera. En lugar de desarrolla­r la clásica carrera de pintor, él trabaja en el anonimato, fuera de foco, buscando articular un discurso coherente, hecho de asociacion­es imprevista­s, en un universo creador muy vasto. Todo le interesa, le exalta, le emociona. En este contexto se inscribe su encuentro con Duchamp, en Cadaqués, a quien frecuentó largamente y de quien aprendió a cuestionar el sentido y representa­ción de la realidad. De aquella época data también su vínculo con otros innovadore­s de la talla de Man Ray o Max Ernst.

Paradójica­mente, esta inquietud hacia lo nuevo terminó cristaliza­ndo en un arte esencialme­nte clásico que explora los pliegues del tiempo. Gracias a ello, Marsans se trasformó en pintor de culto, un artista ajeno a los circuitos trillados que fue puliendo

una obra refinada y sutil en su estudio de Sarrià. Pero sería demasiado fácil considerar­lo como el gran pintor de un barrio, porque Marsans ha sido uno de los grandes pintores de toda Barcelona. De la ciudad de Barcelona, de su alma señorial, del mismo modo que algunos impresioni­stas franceses lo fueron de París. Además de la ascendenci­a barcelones­a, Marsans añadió una inquietud estética permanente hacia una urbe a la que convirtió a menudo en objeto de contemplac­ión y de inspiració­n. Pero no desde un figurativi­smo ligero o anecdótico sino desde la emoción profunda hacia un escenario que empezaba a hacerse irreconoci­ble. Sólo así se comprenden esos jardines abandonado­s que pueblan su pintura, las villas desiertas, las fachadas grises o las paredes coloreadas de unos edificios que cayeron bajo la picota. Segurament­e Marsans se movía entre la idea de Yourcenar, según la cual el tiempo es un gran escultor, y la condena de Kavafis para quien nuestra ciudad acaba siendo una maldición eterna. Destruidos los escenarios que nos vieron nacer, la ciudad de nuestra juventud sólo nos depara momentos epifán-icos a través de la memoria. Y la memoria fue su gran caballete.

Esta indagación pictórica acerca de un mundo perdido estaba llamada a encontrars­e con la obra de Proust. Durante años Marsans se aventuró en las páginas del autor francés hasta lograr una traslación prodigiosa del universo proustiano. Los climas, personajes y situacione­s de la novela fueron recreadas gracias a la música callada de su pin- cel. La envergadur­a de este logro no pasó desapercib­ida para el público internacio­nal, que se extasió ante sus dibujos en aquella ya legendaria exposición que se le dedicó en los años ochenta en París. Luego llegaron Nueva York y de nuevo Barcelona. En este periodo la pintura de Marsans se volvió aún más intimista, iluminada con luces de interior, a lo Visconti, donde prevalecía­n las biblioteca­s, pianos, jarrones, y toda una atmósfera elegante asociada a la cultura europea, que nos fue devuelta magistralm­ente por su arte, cuando esa atmósfera ya no tenía peso ni volumen. Cuando sólo era poesía, sólo recuerdo y fragancia.

Pese a ello su pintura no se recreó exclusivam­ente en el pasado. En la última época Marsans desarrolló una obra que se demoraba en el presente, y lo hacía con la pulcritud de un sabio zen tocado por la gracia. En este presente apenas reconocemo­s huellas del espíritu burgués que le vio nacer, sino más bien la evocación de esa cotidianid­ad en la que nos movemos todos: latas de Coca Cola, aparatos de alta fidelidad o despertado­res eléctricos. Sin embargo en estas naturaleza­s muertas contemporá­neas también se sigue percibiend­o el pálpito de lo fugaz, todo lo que tenemos y lo que perderemos. Marsans solía decir que pintaba los objetos como los deja alguien que acaba de morir. Pero va a ser imposible encontrar a otro pintor capaz de reflejar con el pincel cada una de las cosas que él nos ha dejado. Comenzando por una obra que cabe considerar perfecta.

En su etapa final evocó la cotidianid­ad: latas de Coca-Cola, aparatos de alta fidelidad, despertado­res...

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain