La lista de deberes
JUNTO a la unitaria defensa de los valores republicanos, el atentado a Charlie Hebdo ha suscitado reacciones explicatorias. Se ha subrayado que el humor de la revista era irrespetuoso y trasnochado. Que Occidente mata a inocentes en zonas de conflicto de Oriente Medio. O que el odio es fruto de los guetos sin horizonte de las banlieues. Cada una de estas afirmaciones busca en el pasado causas de lo ocurrido. Pero difícilmente hallará justificaciones. Parece más oportuno, pues, pensar en soluciones de futuro.
Los primeros pasos dados en esta dirección son correctos. Charlie Hebdo ha decidido seguir, pese a las bajas y el dolor, con su defensa de la libertad de expresión. El gobierno francés, tantas veces en la diana de Charlie, le ha arropado con una manifestación masiva y una buena gestión de la crisis, lo que además de honrar su sistema de libertades le ofrece una oportunidad única para contener el avance de Le Pen, restar espacio político a Sarkozy y remontar en las encuestas. Aún así, queda mucho por hacer, en varias instancias.
Hollande y su primer ministro Valls deben lograr un mejor control policial de los fanáticos, tanto en la calle como en internet, coordinados con sus colegas europeos, y deben establecer nuevas medidas penales sin caer en el modelo Guantánamo. Es algo fácil de decir y difícil de hacer. Pero no es imposible. Como todo lo que sigue.
En el frente interior, los países democráticos deben también invertir para defender la igualdad y la integración en sus barrios deprimidos. En el frente exterior, deben detener el avance de Estado Islámico y deben revisar sus relaciones políticas y comerciales con los países productores de petróleo que sustentan el terrorismo islamista. La Unión Europea posee un potencial incomparable como sociedad moderna de referencia. Debe superar su presente de parálisis, de obsoletos orgullos nacionales, para avanzar en su convergencia política, fortalecerse y derrotar al oscurantismo.
Las distintas religiones deben darse la mano, enfatizando y sustanciando su mensaje de convivencia. Toda fe suele generar fanáticos, pero ninguna que aspire al reconocimiento general puede asumir como propio el mensaje del odio. Ante él sólo cabe el rechazo sin reservas. Esto es especialmente pertinente en las comunidades religiosas residentes en Europa. Musulmanes, judíos, católicos y demás deben dejar de priorizar el discurso del miedo o el victimismo y empezar a tender puentes sólidos entre sí.
Estas y otras medidas ayudarían a clarificar posiciones en un conflicto que no es tanto entre religiones –sobre todo cuando se profesan en privado–, como entre los partidarios de la tolerancia y los de la intolerancia; entre los de la integración y los de la exclusión; entre los que desean convivir en un complejo mundo globalizado y los que avasallan con el califato universal o la xenofobia.
Este no es un conflicto entre religiones, sino entre partidarios de la tolerancia y de la intolerancia