La Vanguardia (1ª edición)

El chico políglota que sueña en japonés

La Fundació Gavina cumple 35 años con historias de éxito, como la de Ilias, un joven que lo tenía todo en contra y ha llegado a la universida­d

- ROSA M. BOSCH Barcelona

Ilias, de 19 años, está en segundo curso de Estudios de Asia Oriental, en la UAB, y trabaja en el Liceu

Empecé a aprender japonés por mi cuenta a los 14 años, estaba en tercero de ESO, y luego tomé clases particular­es. La culpa la tiene el antiguo canal K3, que emitía dibujos animados anime y yo los miraba en versión original”, cuenta Ilias Ouazani, en el centro abierto de la Fundació Joan Salvador Gavina del Raval barcelonés, entidad que le ha apoyado en los momentos más difíciles de su vida. Ouazani se aficionó tanto a la cultura nipona que también se atrevió con el haragana, uno de los silabarios empleados en la escritura de esta lengua. Ahora tiene 19 años, está en segundo curso de Estudios de Asia Oriental, en la Universita­t Autònoma de Barcelona (UAB), y el equipo de la Fundació Gavina considera que ejemplific­a las historias de éxito que protagoniz­an algunos usuarios de sus servicios.

Ouazani no lo ha tenido fácil. Su madre, Mekeltum, cuenta que de pequeño no le faltó nada esencial pero que todo se complicó cuando ella enfermó de cáncer. Mekeltum siempre había sido el pilar de la familia, las cosas no iban muy bien en casa y su mari- do se marchó hace unos años. Ella tuvo que superar con la única compañía de un hijo adolescent­e la quimiotera­pia y la radioterap­ia. “Unos meses antes de que en una mamografía rutinaria me detectaran el segundo cáncer, me caí y me golpeé la cabeza y empecé a tener problemas de vértigo. Después, perdí el trabajo de limpiadora en un hospital y nos desahuciar­on de nuestro piso del Eixample, ya no podía pagar el alquiler de 600 euros”, relata Mekeltum. Ilias estaba en último curso de ESO y sufría por el estado de su madre. Del padre no sabían nada y no tienen más familia en Barcelona. Mekeltum nació en Ceuta, donde vive la mayoría de sus diez hermanos, y se instaló en Barcelona en 1993.

“Vine por primera vez a la Gavina en segundo de ESO. Aquí había muy buen ambiente de estudio y hacía actividade­s de refuerzo escolar, me iba muy bien para concentrar­me porque en casa me costaba estudiar. Un voluntario me ayudó con las matemática­s y conseguí sacarme los estudios”, explica con timidez Ilias, que sigue manteniend­o su relación con la Gavina. El centro también le pagó las clases de japonés y le ayudó en las becas para acceder a la Universida­d.

“El éxito con Ilias, pero también en otros casos, consiste en el hecho de que planteamos un plan de trabajo global a medio y largo plazo, con una evaluación continua, lo que permite mejorar la situación del niño como la de su fa- milia, si es el caso. Es fundamenta­l una labor coordinada entre todos los profesiona­les: educadores y trabajador­a sociales, psicóloga, psicopedag­ogo, monitores de tiempo libre y voluntario­s”, apunta Jordi Balot, director del centro abierto del Raval.

“La carta de desahucio llegó en época de exámenes... El día que empecé la selectivid­ad me había trasladado a un piso de protección oficial y lo tenía todo en cajas, no encontré los apuntes para poder estudiar”. Aun así, Ilias aprobó la selectivid­ad y, con una nota media de 8,5, pudo acceder a la carrera que quería, Estudios de Asia Oriental, lo que le abre las puertas a vivir en el país de sus sueños, Japón.

Además de catalán, castellano y japonés, también habla árabe, idiomas que le ayudaron a lograr en septiembre un empleo temporal de acomodador en el Liceu. Quiere ahorrar para cursar cuarto curso en una universida­d japonesa, en el supuesto de que no obtenga una beca. Dice que de momento saca notable y que con una buena organizaci­ón puede compaginar el estudio y el Liceu. El tiempo de ocio lo dedica al cine, le gusta la ciencia ficción y las películas, como no, japonesas. En literatura, Murakami es uno de sus autores preferidos y Los años de la peregrinac­ión del chico sin color, uno de sus libros de cabecera.

La Gavina es un punto de referencia para Ilias, también para su madre. El recurre al centro abierto para imprimir sus trabajos y repasar con un profesor la asignatura de Economía; Mekeltum es voluntaria en la cocina.

“Ahora vivimos en otro piso, en la Ciutat de la Justícia, de una habitación; yo duermo en un colchón en el suelo”, cuenta Ilias. Madre e hijo sobreviven con la prestación de 426 euros. “Cuando se acabe pediré la pensión. Ahora, Ilias tiene una beca, el año pasado fue la fundación la que pagó la matrícula”, comenta una animosa Mekeltum. “Con la quimio estaba fatal, creía que iba a morir. Siempre he trabajado y me he ganado bien la vida, cuidando niños y ancianos, limpiando... Nunca había necesitado ayuda. Es con el cáncer que las cosas van mal”, recuerda esta mujer, que ha querido devolver a la Fundació Gavina el apoyo que le ha prestado ayudando en la cocina y en el comedor.

En la Gavina celebran su 35 aniversari­o con historias como la de Ilias, quien aún teniéndolo todo en contra ha encarrilad­o su futuro. Pero hay muchas otras y de todos los colores. Jordi Balot destaca que no sólo entienden el éxito cuando un chaval consigue el 100% de los objetivos marcados: “Cada pequeña mejora que se produce en alguno de los aspectos de la vida de un niño, sea a nivel educativo, de salud, alimentaci­ón o de ocio, es una victoria”.

La Gavina ha acompañado desde su nacimiento a más de 7.000 menores. Durante este curso, están atendiendo a 138, mientras otros 60 están en lista de espera.

 ?? XAVIER CERVERA ?? Ilias Ouazani, fotografia­do en la sede de la Fundació Gavina, en la calle Nou de la Rambla
XAVIER CERVERA Ilias Ouazani, fotografia­do en la sede de la Fundació Gavina, en la calle Nou de la Rambla

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