El samurái negro
Japón es, sin duda, el reino del cómic y de los dibujos animados. Los hay con todo tipo de personajes y tramas, algunos de los cuales incluso se han llevado al cine. Este es el caso de Afro Samurai, un personaje inspirado, parcialmente, en la vida real de un soldado de la legendaria élite militar japonesa, que tuvo una gran relevancia en el archipiélago nipón durante varios siglos.
El personaje del cómic –creado por Takashi Okazaki en 1999–, sin embargo, poco tiene que ver con la historia real de Yosuke, un africano originario de Mozambique que se convirtió en el primer extranjero en formar parte de esta casta de militares profesionales. Unas aventuras dignas de una novela, en la que un criado negro de los jesuitas llega a convertirse en el hombre de confianza del señor de la guerra más poderoso del Japón de finales del siglo XVI, Oda Nobunaga. Este fue el caso de Yosuke, llamado Kuru san (señor negro) por los japoneses de la época.
Kuru sanllegó al archipiélago nipón por casualidad. Lo hizo en torno al año 1579, como criado del jesuita italiano Alessandro Valignano, que en aquella época era el responsable de verificar las misiones de su orden en las Indias (una definición que incluía el este y el sudeste de Asia). Eran los años en que los jesuitas empezaban a levan- tar sus primeras iglesias en territorio nipón.
Fue entonces cuando los habitantes de aquellas islas, que ya habían empezado a habituarse a la presencia de los comerciantes europeos, descubrieron al hombre negro. Su fama se extendió rápidamente, tanto por su estatura como por sus aptitudes para aprender el japonés, según señalan algunas obras sobre la historia del país escritas por los jesuitas.
Una popularidad que hizo que Oda Nobunaga, considerado el primero de los grandes unificadores de Japón, mandara llamar a Valignano y a su criado. Quería averiguar si era verdad que su piel era negra. El día de la audiencia, en marzo de 1581, aquel poderoso señor feudal ordenó a Yosuke desnudarse de cintura para arriba y mandó que le frotaran para ver si el color de su piel era verdadero y no lo engañaban.
“Procede de los países cristianos. Tiene unos 26 o 27 años. Medía seis shaku y dos sun (1,90, aproximadamente). Miró alrededor de él todo su cuerpo, que era negro como el carbón, y su fuerza era superior a la de diez hombres”, según describe el encuentro la obra Crónicas de la vida del señor Nobunaga, escrita por uno de sus hombres.
Según estas crónicas, Nobunaga, considerado un personaje de mentalidad abierta en aquellos tiempos, quedó tan impactado con los conocimientos y la educación de aquel mozambiqueño de la etnia makua que poco tiempo después le pidió a Valignano que le dejara a su criado. Una petición a la cual el jesuita accedió, pensando posiblemente que si cumplía con el deseo de aquel personaje con gran influencia en la corte imperial le sería más fácil a la orden proseguir su expansión por el archipiélago japonés.
En pocos meses, Kuru san se ganó el aprecio de su señor. Nobunaga le convirtió en su hombre de confianza, le nombró samurái y le concedió el derecho excepcional entonces de llevar los dos sables, símbolo de esta casta militar en aquella época. Junto a esta designación, Nobunaga le ofreció una casa y le hizo llevar su lanza personal, todo un honor.
Este nombramiento transformó a Yosuke en samurái, un privilegio reservado a muy pocos japoneses. Fue el primero de origen extranjero y precedió en unos pocos años al marino inglés William Adams.
Pero la historia le jugó una mala pasada al samurái mozambiqueño y se vio envuelto en la lucha por el poder entre los señores de la guerra de aquellos tiempos en Japón. Tras haber asumido el control de casi las dos terceras partes del territorio nipón, Nobunaga fue traicionado por uno de sus generales y, acorralado, optó por suicidarse antes de darse por vencido en el campo de batalla. Yosuke combatió hasta el final, junto al hijo de su señor feudal, pero cayó vencido y fue hecho prisionero.
El samurái negro no murió. Para sus captores, aquel hombre de color era una bestia ignorante y, además, no era japonés, por lo cual decidieron no ejecutarle. El general Akechi Mitsuhide, el hombre que había perpetrado la traición, optó por entregarlo a los jesuitas. En ese momento se perdió la pista de Kuru san y se desconoce si permaneció en Japón, si la orden se lo llevó a otro país o regresó a su Mozambique natal.
La realidad, sin embargo, es que más de cuatro siglos después la leyenda del samurái negro persiste en un país profundamente conservador y atado a las tradiciones como es Japón, muy reticente a la inmigración extranjera.
Yosuke, nacido en África, fue el primer extranjero en la élite militar de
Japón Llegó como criado de un jesuita, pero logró impresionar al señor feudal de la época, que lo reclutó