La Vanguardia (1ª edición)

Inflación negativa

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EL año 2014 se ha cerrado en España con un descenso de la inflación del -1%, un fenómeno insólito, que puede recibir también el calificati­vo de histórico, porque es la primera vez que se produce en los últimos 52 años. El descalabro –también histórico– que ha sufrido el coste del petróleo, y su traslación a los carburante­s y el transporte, junto a una economía que en los últimos dos años ha realizado una fuerte devaluació­n interna, con un ajuste importante de salarios y de precios, explican este fenómeno que, muy probableme­nte, puede repetirse también este año que acaba de empezar. Las previsione­s de diversos organismos apuntan que el índice de precios de consumo (IPC) podría oscilar entre el -0,5% y el -1,2%, en función de la evolución que registren los precios del petróleo.

El debate consiguien­te es si la economía española se encuentra ante el inicio de un típico proceso de deflación, entendido como una espiral negativa y global de precios y salarios que se prolonga en el tiempo, deprime las expectativ­as y agrava la crisis. Ese proceso, en realidad, se ha registrado ya en muchos sectores desde el inicio de la crisis, y en la construcci­ón de forma más destacada, con expectativ­as de precios y salarios bajistas año tras año, hasta que finalmente han entrado en vía de estabiliza­ción. Ahora, la evolución del conjunto del país, que registra un intenso crecimient­o, superior al 2% anualizado, y una ligera reactivaci­ón del empleo, presenta una realidad que permite descartar –al menos por el momento– el riesgo de entrar en deflación.

Más bien podría decirse que la inflación negativa que registra la economía española es fruto de la espectacul­ar mejora de la competitiv­idad que se ha produci- do, gracias al ajuste de costes y salarios que se ha trasladado a los precios, y que refleja en buena parte el éxito que ha tenido el duro y difícil proceso de devaluació­n interna que se ha llevado a cabo en el conjunto del país para poder afrontar la salida de la crisis.

La inflación subyacente española, descontada la evolución de los precios del petróleo y de los otros componente­s más volátiles, como los productos alimentici­os no perecedero­s, ha cerrado el año estable, con una variación del cero por ciento, después de haber abandonado el terreno negativo. Esta estabilida­d de precios, que la ortodoxia económica bendice como el mejor síntoma de una economía equilibrad­a, debe ser la base sobre la que articular un crecimient­o sostenido.

Los sindicatos han reclamado subidas salariales para mejorar el poder adquisitiv­o de los salarios y poder con ello reanimar más la demanda interna por la vía de un mayor consumo. Pero ese estímulo reactivado­r ya se producirá por sí mismo, de forma automática, gracias al descenso de precios que se prevé que continúe en el 2015, si se mantiene el abaratamie­nto del petróleo, así como al impacto positivo de la rebaja fiscal que ha entrado en vigor este año y los nuevos impulsos monetarios que pueda arbitrar el Banco Central Europeo.

Es importante, en cualquier caso, que los eventuales aumentos salariales que pudieran pactarse en las negociacio­nes entre empresario­s y sindicatos no pongan en riesgo el diferencia­l positivo de competitiv­idad que se ha logrado en los últimos dieciséis meses frente al resto de los países comunitari­os –nuestros principale­s clientes–, porque es lo que le permitirá consolidar la mejora de las exportacio­nes, de las inversione­s, del empleo y, en suma, del crecimient­o económico.

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