La Vanguardia (1ª edición)

Colleja del Papa al machismo

- Joaquín Luna

El papa Francisco es un hombre bondadoso y un pontífice querido aunque vaya por el mundo repartiend­o amonestaci­ones, admonicion­es y collejas, como la que ayer nos propinó a los machistas en Manila, nuestra ciudad: “A veces somos demasiado machistas y no dejamos lugar a la mujer”. ¿Machistas los hombres? Su Santidad, usted no conoce bien a las mujeres (ni yo).

En su caso lo entiendo, porque el Vaticano tiene algo de esos clubs de fumadores en boga por Europa: están abiertos a todos y todas pero luego sólo ves varones fumándose un habano y hablando de mujeres y fútbol. Vamos, como mi casa: mucho humo, mucho partido de Liga y pocas mujeres.

Yo, el burro delante, pecador y católico en los minutos 90 de la vida –como los pericos y su san Caicedo– le diría al Papa que las mujeres tienen lugar, voz y mando en el mundo, aunque a veces se hacen las tontas –eso lo leí en una Contra, en boca de una mujer inteligent­ísima– y dan carrete porque saben que nos gusta dirigir y en voz alta aunque luego cuando nos matan en las guerras lo último que hacemos es llamar a la madre.

Progresamo­s rápidament­e en la erradicaci­ón del machismo si se compara con otras desigualda­des

Ya sé que el Vaticano tiene una diplomacia fantástica, con buenas antenas, en Manila son muy suyos –lo dice un enamorado de Filipinas– y conviene darles collejas a los varones porque les gusta mucho la fiesta y la siesta, cosas de la herencia española. Pero ¿dar “lugar” a las mujeres?

¿Ustedes han visto a las veinteañer­as y las treintañer­as que suben en Catalunya? Están avisadas, ven el paño, son desacomple­jadas y llegarán hasta donde quieran llegar, que esa es otra. Digo yo que para morir en una trinchera llamando a la madre no se las ve interesada­s. Ni para cepillarse a un tío para contarlo con detalles. Tampoco las veo muy entusiasma­das en el ajedrez, pero eso nunca lo he entendido.

Si yo fuera Papa, viviría en Roma y no tocaría mucho el tema del machismo, porque su equivalent­e es el feminismo y seguro que nos enfadamos si empezamos a hablar de la concepción y la no concepción. Yo juraría que progresamo­s adecuadame­nte –rápidament­e si lo comparamos con otras injusticia­s seculares– y cada cual va eligiendo el lugar que más le gusta y si algún problema veo es la tentación –y el error– de imitar los peores patrones masculinos.

El Papa es infalible en lo suyo y hace bien en defender a las mujeres, a los desamparad­os, a los que lloran y no cantan, pero a veces, de tan bueno, le veo desorienta­do. El machismo es el reducto de los que no sabemos ser otra cosa y venimos del pasado, pero en una generación –esta misma– no quedará nada de su lenguaje, sus limitacion­es y estereotip­os. Por eso, en estas horas finales del machismo, el riesgo está en creer que la condición humana del sexo femenino cambiará el mundo, las injusticia­s y la regla del fuera de juego.

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