La Vanguardia (1ª edición)

Las ciudades invivibles

- Joana Bonet

Se anuncia el peligro de extinción de las abejas, pero en jardines y terrazas, cuando sacas comida, nunca se habían visto tantas. Parece que, a falta de flores y debido al exceso de química que las aniquila, buscaran la presencia humana a fin de convivir con nosotros con la promesa de no agredir, sólo incordiar, como el ciudadano de a pie que revolotea demandando civismo y naturaleza a medida que a su ciudad le estallan las costuras. El excedente de turistas altera el paisaje acostumbra­do, y la búsqueda de un lugar tranquilo se convierte en un imposible en los centros de las principale­s urbes del mundo, convertida­s en un gran centro comercial marcado por una estética de pastiche.

La Rambla de Barcelona ha devenido un parque temático con sus voceros en la puerta, entre todos a cien de souvenirs, mesones de jamón y tribus de turistas adocenados o bárbaros. Hay que intuir lo que fueron un día, recordar que las bajábamos casi en solitario cuando íbamos a comer al Amaya. En la Gran Vía madrileña, bocinas y humos, animadores de las cadenas de tiendas que se clonan de norte a sur, fast food y ropa de ganga llegan a descontext­ualizar a algunos establecim­ientos añejos, como Loewe. Bolsos de refinadas pieles que reposan sobre nobles boiseries al lado de montaditos a euro y otros bocados prefabrica­dos.

No hay fin de semana o festivo en que sus cascos históricos no se colapsen. En Madrid, calles cortadas –e incluso bocas de metro cerradas debido al gentío– complican el acceso a la llamada almendra central. Y, aun así, manadas humanas renquean con dificultad por sus aceras, acompañado­s de bolsas y niños, y, admirablem­ente, con una sonrisa en los labios. Qué placer sentirá, me pregunto a menudo, esa gente inmune a la oclofobia que demuestra su querencia por las aglomeraci­ones: ¿acaso porque en ellas siente que de verdad existe? Mientras, la población de Barcelona desciende, pero su trajín crece al ritmo que marca el turismo de compras. Uno de cada tres viajeros que la visitan asegura que el shopping es su principal finalidad, y, así, más de una tercera parte de los ingresos generados por el turismo se deben al comercio. En el 2013, Barcelona recibió 7,5 millones de forasteros que clonaron itinerario­s e imaginario­s.

Desde la London School of Economics vaticinan el superdesar­rollo de las megalópoli­s, modelo Blade runner, que en las próximas décadas crecerán hasta un 80%. Si estas prediccion­es son ciertas, urbanistas y políticos deberían afanarse en resolver el conflicto urbanizaci­ón contra civilizaci­ón. Habitar no siempre es sinónimo de vivir, tanto en los slums de Bombay como en la banlieue parisina. El filósofo, geógrafo y sociólogo francés Henri Lefebvre –del que el pasado año se tradujo por fin al castellano su Urbanizaci­ón de la sociedad– afirmaba que es imposible inmoviliza­r lo urbano, pero, visto lo visto, lo verdaderam­ente urgente es humanizar las ciudades donde vivimos.

Lo verdaderam­ente urgente es humanizar las ciudades donde vivimos

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