La Vanguardia (1ª edición)

Globalizac­ión y empleo

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Ya no es preciso recurrir al diccionari­o para saber qué es la globalizac­ión. Basta con leer, por ejemplo, la etiqueta de casi cualquier producto manufactur­ado. Yo ya tenía una ligera idea de lo que era, pero la lectura de la etiqueta de unos guantes de piel que me regalaron por Navidad me lo terminó de aclarar: “Piel de cordero, origen: Etiopía. Fabricado en China. Importado de Hungría por el Corte Inglés S.A.”. ¿Qué les parece? ¿Son o no mis guantes globales?

Ahora bien, ¿es bueno o es malo ser globales? Pues depende de para qué y para quién. Para los cazadores de beneficio, por ejemplo, la globalizac­ión significa una gran oportunida­d para forrarse. Las comunicaci­ones ya son tan eficaces que cualquier rincón del mundo es susceptibl­e de ser elegido para fabricar un producto; lo que interesa es encontrar quien lo haga más rápido y más barato. Lo de menos son las condicione­s laborales, el respeto de los derechos más elementale­s o si los sueldos son dignos o indignos.

No deja de ser un sarcasmo que, justo cuando habíamos conseguido unos derechos laborales más o menos decentes, hayan descubiert­o la globalizac­ión como la panacea para aumentar el beneficio y dejarnos aquí, a este lado del mundo, sin empleo. Eso sí, ahora están dispuestos a devolverno­s ese mismo empleo que se

llevaron a cambio de la misma o mayor precarizac­ión que consiguen ahí fuera, en el inframundo. Sin duda, una jugada perfecta. Cuando el trabajo es un bien escaso, siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo más barato.

PEDRO SERRANO

Valladolid

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