La Vanguardia (1ª edición)

El humor, ¿valor sagrado?

- Antoni Puigverd

No son pocos los ensayistas que, en estos días franceses trágicos, han convertido la sátira en la “prueba del algodón” de la democracia al reivindica­r la función liberadora de la caricatura, el insulto y la blasfemia. El humor funcionarí­a, se ha escrito, como un explorador de los límites de la libertad. El humorista se sitúa en las fronteras más alejadas de la democracia para ampliar sus límites: transgredi­endo los valores dominantes, burlándose de todos los mitos, derribando todos los ídolos. Estamos, como puede verse, ante una descripció­n moral del humor.

En virtud de tal planteamie­nto, el insulto, que la moral burguesa considerab­a de mal gusto, se convierte en un gran instrument­o ético. El taco, la grosería, la mala leche y los exabruptos serían los mejores usos cívicos: prueba esencial de la libertad. No se puede ceder ni un palmo, se afirma estos días, no sólo por las víctimas o mártires del humor, sino porque la sátira sin límites es el fermento principal de la democracia. El humor se habría convertido en el último valor sagrado. En esta senda, Dario Fo, premio Nobel, describe la sátira como “una forma libre y absoluta de teatro”. ¡Qué paradoja tan redonda! El ácido que, en Occidente, ha servido para corroer todo tipo de ídolos y creencias se ha convertido en valor intocable. En el único valor vigente, dado que, si alguien se atreve a cuestionar­lo, automática­mente será convertido en socio honorario del tribunal de la inquisició­n.

Significat­ivas son, en este sentido, las críticas que ha recibido Delfeil de Ton, uno de los fundadores de Charlie Hebdo, ya jubilado. El abogado de la revista y muchos profesiona­les del humor se han indignado contra él por escribir “un artículo polémico y amargo” cuestionad­o las provocacio­nes de Charb, el director asesinato, cuando su cadáver “aún no está ni enterrado”. Por lo visto, provocar a los creyentes mahometano­s es la quintaesen­cia de la libertad, dibujar el triple enculamien­to de la santísima trinidad es la prueba del algodón de la democracia, mientras que no reverencia­r al mártir del humorismo es de mal gusto. Muy raramente damos con alguien capaz de reírse impiadosam­ente de uno mismo o de suscitar la risa a costa de las creencias que él y los suyos abrazan. No son pocos los intelectua­les que, como Amos Oz, creen que el humor vacuna contra el mal. Para ser más precisos, quizás habría que añadir que, generalmen­te, el humor vacuna contra el mal de los demás.

Milan Kundera, uno de nuestros contemporá­neos que más y mejor han explorado literariam­ente el humor, dice: “François Rabelais inventó muchos neologismo­s, pero uno de ellos se ha perdido: es la palabra Agelasta, de origen griego, que significa el que no ríe, el que no tiene sentido del humor”. Y añade: “Los agelastas están convencido­s de que la verdad es clara y que todos los humanos tienen que pensar lo mismo (...) mientras que la novela es el paraíso imaginario de los individuos, es el territorio en el que nadie tiene la verdad”. Completame­nte de acuerdo; pero ¿qué verdad cuestiona Charlie Hebdo haciendo burla de las creencias de la gente más débil de Francia, que son en su mayoría los inmigrante­s o los residentes en los inhóspitos y desvalidos barrios periférico­s de París, Marsella o Perpiñán?

Ciertament­e Qatar y Arabia Saudí son poderes islámicos colosales e inquietant­es, que condiciona­n el mundo (empezando por el Barça). Pero los musulmanes franceses no están en Francia en posición de poder, sino al contrario: en peligro de xenofo- bia y de exclusión. ¿La gauche caviar, los altos funcionari­os franceses y la derecha liberal se sienten cuestionad­os por Charlie Hebdo? Estos sectores conforman el núcleo duro del poder en el hexágono y representa­n el alma republican­a y laica. Las burlas que se hacen en Francia contra las religiones (y, por cierto, también en Catalunya) se hacen desde una posición de superiorid­ad (y no sólo moral).

Desde Aristófane­s, la sátira se ha metido con las religiones. Pero una cosa es burlarse de comportami­entos concretos (como hacía el poeta persa Abu Nawas, en el siglo VIII, haciendo mofa de los tristes creyentes que le querían prohibir el vino). Y otra cosa es burlarse de los símbolos que, genéricame­nte, representa­n a la religión. En este segundo caso, no es el territorio de la libertad el que se amplía, sino el de la intoleranc­ia contra colectivos enteros. Quien identifica negros y monos, judíos y avaros no es diferente de quien dibuja a Mahoma como un loco fanático. Cuidado con los fundamenta­lismos. Si es verdad que las religiones han causado guerras y devastacio­nes a lo largo de la historia, también lo es que en un solo siglo el ateísmo las superó en muertes y maldad: gulag, campos nazis. Cuidado con el fundamenta­lismo. No se cultiva sólo en el desierto de Arabia, también en los adoquines regados con sangre de guillotina.

El humor vacuna contra el mal, dice Amos Oz; habría que añadir: contra el mal de los demás

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