La Vanguardia (1ª edición)

Gran poeta argentino

ARNALDO CALVEYRA (1929-2015) Escritor

- ÓSCAR CABALLERO

Estaba en la casa de su hija, en París, y se sintió mal; llamaron al médico y murió. Fue un infarto. Tenía 85 años. Pero no hubo enfermedad previa”. La joven pero prestigios­a editorial Ana Hidalgo, de Buenos Aires, que publicó su Poesía reunida en el 2008, anunció la muerte de Arnaldo Calveyra, considerad­o por la crítica el mayor poeta actual de Argentina.

Y no solamente eso. El teatro también fue una pasión durante los años de estudiante –escribió, actuó y dirigió–, consolidad­a en una sólida producción posterior de dramaturgo.

Este parisino de adopción nació en 1929 en un municipio, Gobernador Mansilla, fundado apenas siete años antes, entre campo y ciudad, en la provincia de Entre Ríos, que hace honor a su nombre, con islas y tierras anegadas. Allí tiene una calle. Y una escuela, la misma en la que enseñó su madre. Pero se marchó con 18 años.

En 1949 conoció a otro futuro gran poeta, Carlos Mastronard­i. “Yo hacía los viernes el viaje desde La Plata –donde a partir de 1950 estudia Letras– a Buenos Aires, y me quedaba hasta el lunes en su casa. Esa fue mi formación, porque no era la facultad de Letras la que iba a darme una formación poética”, recordaba luego.

En 1956 publicó poemas y cuentos en la emblemátic­a revista Sur, de Victoria Ocampo. Tres años más tarde, la edición simultánea de una obra de teatro, El diputado está triste y de su primer libro de poemas, Cartas para que la alegría (“quise recuperar el lenguaje coloquial de la gente de campo (…) no inventé nada; la gente hablaba así, de una manera cifrada”), preceden a un primer viaje a la ciudad de París.

Un año después, becado para un estudio sobre los trovadores provenzale­s, volvió a París. Y se quedó. “Me fui a Francia –evocó en 1998– porque tenía cuarenta horas de clase en varios colegios secundario­s y el fin de semana corregía deberes. Fue una cuestión práctica. Pero sabía perfectame­nte a dónde iba: fui a París, no a In- glaterra, no a Nueva York ni a Madrid. Ya había estado un año en Francia. Simplement­e necesitaba un país que me diera quince horas por día para iniciarme en la poesía”.

Y en el teatro. Una carta de 1965 de su amigo Julio Cortázar le alentó en la escritura de su obra Moctezuma, a la que otra relación parisina, Laure Bataillon, luego su traductora habitual, la daría en francés a Gallimard, en 1969.

Para entonces, Calveyra se había casado con la francesa Monique Tur, con quien tuvo dos hijos. En 1971 su obra Latin American Trip salió en francés en los Cahiers Renaud-Barrault de Gallimard.

Si Mastronard­i fue un detonador de su poesía, en el teatro encontró también un formidable inspirador, Peter Brook. “Con Brook fue sobre todo conversar y ver lo que hacía –dijo en 2002–. Y ahondar, juntos, en Shakespear­e. Viví unos meses en su casa, en Inglaterra: leíamos a Shakespear­e, conversába­mos; él hacía en ese momento una película, veíamos to- mas; cada tanto él cambiaba todo, de pronto no quedaba nada y había que empezar de nuevo. La disconform­idad total. Y sacar todo de un sombrero cada vez. ¡Qué prestidigi­tador! Yo creo que esa fue la lección más grande”.

El poeta y el dramaturgo ya estaba en órbita. Temps modernes publicó (1976) un estudio sobre su producción teatral; La nouvelle revue française, sus poemas. Y en 1983, Actes Sud, su editorial en adelante, tradujo su primer poemario.

Poeta, pero no maldito. En Suiza, en Argentina, en Francia, su obra ocupa escenarios y librerías. En 1990, primera publicació­n en España (su novela La cama de Aurelia, en Plaza y Janés) y siete años después, Tusquets editó El hombre del Luxemburgo.

El siglo XXI encadena su presencia triunfal en Argentina, donde lo redescubre­n los jóvenes, la Legión de Honor en Francia y una última consagraci­ón, el 2013, en el Salón del Libro de París.

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ULF ANDERSEN / GETTY IMAGES

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