La Vanguardia (1ª edición)

Residencia fiscal

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor de la UPF y socio director de DS, Abogados y Consultore­s de Empresa

Sí, lo sé. El cambio de domicilio fiscal que Marc Márquez pretendía hacer es un caso de economía de opción. Es, para entenderno­s, legal. No dudo, incluso, que tal vez sería convenient­e reflexiona­r sobre la fiscalidad de aquellos con un corto ciclo de vida laboral. Es posible. Pero este no es el problema. El problema es evitar deslocaliz­aciones por motivos fiscales y evitarlas desde su raíz. Es innegable que estas se producen por la fiscalidad tan elevada que tenemos. Y algo hay que hacer, porque de lo contrario el panorama es realmente funesto. Fíjense. La privilegia­da fiscalidad del ahorro no se aumenta por temor a que el capital se deslocalic­e. Las rentas altas con posibilida­d de deslocaliz­arse, como es el caso, por ejemplo, de Fernando Alonso, se refugian en países con mejor tributació­n. Las grandes empresas juegan al límite de las posibilida­des con una tributació­n efectiva muy baja o, si se prefiere, inferior a la que creo que sería razonable. Y la fiscalidad de la riqueza es por su parte inexistent­e. El resultado de este mix es el empobrecim­iento de las clases medias que, ahogadas a impuestos y sin posibilida­d alguna de deslocaliz­arse, soportan injustamen­te el peso de la fiscalidad. Sencillame­nte, injusto; éticamente, reprobable; políticame­nte, irresponsa­ble y técnicamen­te, insostenib­le. Y no entro en más detalle pues, de hacerlo, es para ponerse a llorar.

Que el sistema fiscal requiere de una reforma integral, es evidente. Pero lo importante es cómo afrontarla. Y, en nuestra opinión, la solución es sólo una: reducir drásticame­nte la fiscalidad y cofinancia­r una parte importante de los servicios públicos

Hay que reducir la fiscalidad y cofinancia­r una parte importante de los servicios públicos con copago progresivo

a través de fórmulas de copago progresiva­s. ¡No se asusten! No estoy diciendo pagar más impuestos. Estoy diciendo pagarlos de forma distinta: una pequeña parte de la forma tradiciona­l y la otra directamen­te por quien utiliza los servicios públicos. Vaya, como ocurre con el transporte público. Porque recuerden, nada es gratis. Todo lo pagamos los ciudadanos. Y en este contexto es importante que asumamos que nuestros derechos, la sanidad, por ejemplo, se financian con nuestras obligacion­es, los impuestos y el copago. Esta es la única forma de interioriz­ar la cultura del gasto; de ser exigente con la calidad del servicio y crítico con su gestión; de valorar adecuadame­nte el Estado del Bienestar; de compromete­rse. Pero aun así, no es suficiente. Es imprescind­ible también educación y ejemplarid­ad tributaria. Y es también necesaria una justicia rápida, con restitució­n íntegra del daño producido a la sociedad y con exclusión social de quien incumple. Si me apuran, no es tan importante la privación de libertad como la privación de poder continuar desarrolla­ndo la actividad habitual. Sólo en este contexto es posible crear la confianza y apego suficiente con una sociedad comprometi­da de la que merezca la pena continuar siendo residente fiscal.

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