Barcelona adopta 1.164 mascotas
Perros y gatos hallan nuevos propietarios
El propietario de Jan, un west highland, se ha empeñado en que Barcelona sea un faro en lo relativo a las políticas de bienestar animal. La ciudad ya ha dado importantes pasos en la buena dirección, como la decisión de permitir que los perros puedan acceder al metro –como ya sucedía en muchas capitales europeas– o el pacto –esta vez, definitivo– para abandonar la vetusta perrera municipal de la Arrabassada, en Collserola. El moderno centro metropolitano que le dará el relevo debería entrar en funcionamiento en Montcada i Reixac en el 2016.
El Ayuntamiento aseguró ayer que la adopción y recuperación de animales experimentó un récord en el 2014: 714 ejemplares perdidos en la jungla urbana (628 perros y 86 gatos) se reencontraron con sus humanos; y otros 1.164 abandonados (722 perros y 442 gatos) hallaron una nueva familia. Gastón fue uno de los últimos en salir de la gatera. Y Goofy será uno de los primeros en entrar en la perrera.
Gastón, un precioso siamés, llevaba casi tres años en Collserola y era uno de los inquilinos más antiguos. Hoy hace seis días recibió la visita de Mavi GonzálezConde y de Jorge Araújo, que en principio fueron sólo para pasear a algún perro. Ingenuos. La perrera, en realidad el Centre d’Acolliment d’Animals de Companyia de Barcelona, dice que tiene 160 voluntarios, pero hay días en que se presentan menos de 20. Ello obliga a que muchos perros per- manezcan todo el día encerrados, con la agravante de que una treintena del centenar de jaulas son muy pequeñas. Por eso fueron Mavi y Jorge, pero se enamoraron de Gastón en cuanto lo vieron. Pese a su carácter dócil, había sido adoptado y devuelto varias veces. Ahora vive en un espacioso piso de Sant Adrià de Besòs, con dos personas y un congénere, Che, un gato cartujano que trata de asumir que ya no es el único felino (léase rey) de la casa.
Goofy hará el camino inverso. Fue salvado de milagro y es el único superviviente de nueve hermanos. La camada al completo fue rescatada de un contenedor de basuras. Algún animal de dos patas los arrojó allí cuando aún tenían restos de la placenta. “La madre se habrá desquiciado, con las mamas repletas de leche y sin sus cachorros”, aventura Esther Sán- chez. Esther es voluntaria de la Arrabassada y se llevó a Goofy a su casa para intentar salvarlo. Al principio, lo alimentaba con una sonda, cada dos horas. Se turnaba con sus amigas Pilar y Berta para que Goofy creciera y perdonase al género humano. Ahora ya tiene cuatro semanas, admite el biberón y dentro de relativamente poco comenzará a ingerir los primeros alimentos sólidos. Después de tantos desvelos, las ma
más Esther, Pilar y Berta se asegurarán de que Goofy no se entregue en adopción a cualquiera. “Un cachorro tan especial ha de tener una familia especial”.
El propietario de Jan, un west highland, se ha empeñado en que Barcelona sea un faro, un ejemplo entre los animalistas. Pero de nada servirán las campañas de sensibilización, las ordenanzas de tenencia responsable, los actos para fomentar las adopciones y la unificación de las políticas públicas contra el maltrato. De nada servirán tampoco las inversiones y las reformas legales. De nada, si no fuera gracias a personas como Mavi y Jorge. O como Esther, Pilar y Berta. Eso piensa el propietario de Jan. Es Jordi Martí, un convencido defensor de la causa, además de concejal y responsable de las políticas de bienestar animal de Barcelona.
El gato Gastón llevaba tres años ‘olvidado’ en Collserola; a Goofy, un mestizo de terrier, lo tiraron a la basura