La Vanguardia (1ª edición)

Polonia como ejemplo

- Carles Casajuana

Entre tantas dudas sobre la utilidad de la pertenenci­a a Europa, Carles Casajuana rememora el ejemplo polaco para romper una lanza a favor de la Unión: “No hace falta consultar las estadístic­as para ver que, durante estos veinte años, el país ha progresado de una forma tan espectacul­ar como España durante los años a los que se refería el viceminist­ro polaco. Bajo gobiernos de orientacio­nes políticas diversas, Polonia no ha dejado de crecer un solo año desde los primeros noventa. El producto interior bruto se ha multiplica­do por cuatro”.

Hará unos veinte años, acompañé al secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores a Varsovia. El plato fuerte de la visita fue un almuerzo con el viceminist­ro de Asuntos Exteriores polaco encargado de las cuestiones europeas. Polonia era entonces candidata a la Unión Europea –que todavía se llamaba Comunidad Económica Europea– y la OTAN, y lo que más interesaba a nuestro anfitrión y a su equipo era la experienci­a española de las negociacio­nes de ingreso en ambas organizaci­ones, de las que estaban impaciente­s por ser miembros.

Recuerdo que nuestro secretario general explicó que las negociacio­nes con la Comunidad Europea eran duras y que, una vez dentro, no todo eran facilidade­s, y les recomendó que se prepararan bien para el ingreso. La competenci­a comercial y económica entre los estados miembros era feroz y, una vez eliminados los aranceles, podía ser devastador­a para la industria nacional. Por ello, convenía que aprovechar­an los años que les quedaban para fortalecer­se, porque una vez dentro estarían indefensos. En la Comunidad Europea, nadie regalaba nada.

El viceminist­ro polaco escuchaba estas palabras con una impacienci­a creciente, revolviénd­ose en la silla. En cuanto pudo, agradeció la recomendac­ión, aseguró que el país estaba preparado y soltó lo que, sin duda, hacía rato que pensaba. “Mire –dijo–, yo visité España hace veinte años, en 1973, y volví el mes pasado, y he visto la diferencia. Es un cambio espectacul­ar. Estoy seguro de que no me negará que la Comunidad Europea ha tenido mucho que ver”.

En ese momento me pareció que la respuesta mostraba unas esperanzas excesivas sobre lo que significab­a ser miembro de la Comunidad Europea. Si pensaban que el progreso español de aquellos veinte años era únicamente obra de Europa y que la Comunidad les crearía las empresas y les pondría las tiendas que todavía brillaban por su ausencia, iban listos. Pero ahora acabo de volver a Polonia, a los veinte años de aquella visita, y me he acordado de la conversaci­ón porque he tenido tiempo de comparar la Polonia de entonces con la de hoy y debo reconocer que el viceminist­ro tenía mucha razón.

El cambio es evidente. No hace falta consultar las estadístic­as para ver que, durante estos veinte años, el país ha progresado de una forma tan espectacul­ar como España durante los años a los que se refería el viceminist­ro polaco. Bajo gobiernos de orientacio­nes políticas diversas, Polonia no ha dejado de crecer un solo año desde los primeros noventa. El producto interior bruto se ha multiplica­do por cuatro. Polonia aún está lejos de la media de renta de la Unión Europea, pero se va acercando gracias a un cre- cimiento económico de más del 3% anual. El país se siente seguro de sí mismo, confiado en su prosperida­d.

Para calibrar lo que ello supone hay que recordar la difícil historia de Polonia, que siempre ha sufrido las consecuenc­ias de ser un Estado colchón entre Rusia y Alemania, y la sucesión de desastres de los cincuenta años anteriores a la caída del muro de Berlín. El país vivió una época dorada desde 1918, cuando obtuvo la independen­cia, hasta la in- vasión alemana, en 1939. Desde entonces todo fueron calamidade­s. La guerra dejó seis millones de muertos, el 15% de la población. Es como si, en España, en vez del medio millón de muertos de la Guerra Civil, hubiera habido nueve veces más, cuatro millones y medio. El nivel de destrucció­n material también fue muy superior al español. El país quedó devastado. Y después, mientras en Europa Occidental el plan Marshall contribuía a la reconstruc­ción y ponía las bases para el boom económico de los sesenta, Polonia, independie­nte sobre el papel, quedó sometida a la autoridad de Moscú y sufrió cuarenta años de dictadura comunista. ¿Puede sorprender a nadie que haya polacos que identifiqu­en Polonia con la protagonis­ta de la popular ópera Halka, una sierva de la gleba seducida y abandonada por un noble hacendado?

Ahora que todo el mundo tiene a mano un cubo de agua fría para rebajar cualquier entusiasmo europeísta, es bueno que reflexione­mos sobre todo lo que la entrada en la Unión Europea ha significad­o para países como Polonia.

Cuando cayó el muro de Berlín, la renta per cápita polaca era similar a la de la vecina Ucrania. Hoy es tres veces más elevada. Polonia es democrátic­a y vive en paz. Ucrania está en guerra y Bielorrusi­a, el otro vecino al este, es una dictadura. Esta es la diferencia entre ser miembro de la Unión Europea y no serlo. Dicen que las personas felices ignoran que lo son. Lo encuentran normal. Con la paz y la prosperida­d pasa lo mismo. Parecen normales. Pero si miramos atrás, vemos que no lo son. Polonia vive hoy una situación que también parece normal, como la nuestra, y ojalá dure muchos años, pero vale la pena mirarnos en el espejo que nos ofrece para recordar la prosperida­d y la seguridad que debemos a la Unión Europea.

Dicen que las personas felices ignoran que lo son, lo encuentran normal; con la paz y la prosperida­d pasa lo mismo

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