La Vanguardia (1ª edición)

Rodrigo y el Partido Alfa

- Enric Juliana

Basta un pequeño detalle para captar la importanci­a que ha tenido Rodrigo Rato en la consagraci­ón del Partido Alfa de las clases medias españolas. Hasta hace muy poco tiempo, en Madrid, en los desayunos de trabajo, a la hora del aperitivo, en las cenas entre amigos de buen tono y nivel, Rodrigo Rato era, simplement­e, Rodrigo. Rodrigo por aquí. Rodrigo por allá. Rodrigo, el principal conductor de la turbo-economía española. Así en el centro como en las periferias.

Rodrigo, el joven dirigente de Alianza Popular que estudió economía en California y se presentó a bordo de un Porsche a su primera cuna electoral: Cádiz. Los militantes gaditanos de AP pusieron los ojos como platos, pero el joven enviado de Madrid no tuvo problemas para ser elegido diputado en las segundas elecciones generales de la democracia. Año 1979. Cádiz es hoy la capital del desempleo estadístic­o y el primer fortín electoral de Podemos en Andalucía. Todo empezó con un Porsche Cunero.

Veinte años después, el joven estudiante de Berkeley que se cortó la melena para ingresar por arriba y con recomendac­ión paterna en el partido de Manuel Fraga Iribarne ponía su firma en el denominado “milagro económico” español, vigilado por el profesor Barea, aquel sabio gruñón al que José María Aznar encargó algunas funciones de control, muy bien interpreta­das en público. Barea vigilaba la contabilid­ad y Rodrigo sentaba las bases de la nueva nomenclatu­ra.

Dicho en otras palabras, mientras el anciano profesor José Barea Tejeiro, malagueño, sugería la imagen de un cierto calvinismo español desde la Oficina Presupuest­aria de la Presidenci­a del Gobierno, Rodrigo reformulab­a la relación orgánica entre poder económico y poder político sobre el eje de las grandes privatizac­iones. Expansión de un nuevo capitalism­o popular con la venta masiva de acciones de las nuevas/ viejas corporacio­nes y reconfigur­ación a fondo de los organigram­as. Tú al frente de este consejo, tú en el otro, tú en aquel de más allá... Una nueva nomenclatu­ra, formalment­e autónoma del Estado, pero fuertement­e vinculada a la política. La fortificac­ión de la clase dirigente. Esa es la labor más importante llevada a cabo por Rodrigo Rato durante su carrera política. Bajo su mandato, el capital vasco perdió la hege- monía en el BBVA, segundo banco más importante del país. En su mirada, entre astuta y reflexiva –mirada y gestos de autocontro­l propios de un buen practicant­e de yoga– el capital financiero catalán leyó a principios de siglo, en 2003, que no tenía margen político para la fusión de Gas Natural e Iberdrola. Un gigante energético en manos de catalanes y vascos, ¡ni en broma! Dos años más tarde, cuando Gas Natural lanzó su opa sobre Endesa, un representa­nte mediano de la nueva nomenclatu­ra madrileña –un hombre también hoy caído en desgracia– me comentó lo siguiente: “Los catalanes y los socialista­s no han entendido que ya nada es como antes. Para llevar a cabo una operación como esta ya no basta con el apoyo del Gobierno. Esta opa no triunfará sin el apoyo de los nuevos poderes económicos”. Así fue. Rodrigo Rato, a las órdenes de Aznar, sin ser un autómata al servicio de Aznar, remasteriz­ó las relaciones de poder.

La privatizac­ión de la mayoría de los antiguos monopolios del Estado, más el proceso de concentrac­ión bancaria, más el ladrillo, más el despliegue de los grandes canales de televisión privada, más los planes para construir una vasta y ambiciosa red radial de ferrocarri­les de alta velocidad, dieron una nueva dimensión al poder económico e hicieron de Madrid la capital indiscutib­le de España –ahora sí–. Una capital con fuertes texturas latinoamer­icanas. Una capital en sí misma. Pasqual Maragall lo intentó explicar con su lenguaje denso y oblicuo y escribió en El País un artículo titulado “Madrid se va”. Le trataron de loco. (También en Catalunya. “Maragallad­as”).

Rodrigo Rato organizó el gran despegue y ahora cae estrepitos­amente. No hay experto en comunicaci­ón política en el mundo capaz de desvincula­r su figura del Partido Alfa. Van cayendo los mitos, así en el centro como en las periferias, y tanto derrumbe alimenta la sideral indignació­n.

La principal labor de Rato fue redefinir las relaciones entre poder político y poder económico en España Mito de las derechas madrileñas, ni el mejor experto en marketing político podría hoy desvincula­rle del PP

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Rodrigo Rato durante su primera toma de posesión como ministro de Economía del Gobierno de José María Aznar, el 6 de mayo de 1996
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