Las motos de antes
La Vespa que conducía por Roma el actor Gregory Peck llevando en la grupa a Audrey Hepburn, que en esa película interpretaba a una princesa; la Triumph TR6 con la que Steve McQueen intentaba llegar a Suiza huyendo de los nazis. Etcétera. Algún poeta escribió que su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla donde maduraba el limonero. Para otros, para los de mi generación, que no somos poetas ni nacimos en Sevilla, nuestra infancia y adolescencia son recuerdos de algunas motos del cine y de otras que estos días se pueden ver en el Palau Robert. Catalunya Moto: así se titula esa exposición.
La Lube NSU no está presente en la misma, quizá porque se fabricaba en Luchana, un barrio de Baracaldo (Bizkaia), pero esa es la primera moto de la que tengo memoria. La descubrí en la Seu d’Urgell, que durante algunos años era la población donde pasaba aquellos largos veranos de entonces. El río Segre, el paseo principal que todos llamaban el Paseo, la mantequilla Cadí, los seminaristas, las patatas fritas de un cuartel del ejército, los porches de la calle Mayor, el claustro de la catedral románica, la atractiva hija de un notario y la Lube NSU. No hace muchos años me enteré de que, en Palamós, el padre de un amigo, que se llamaba como él, Albert Arbós, también manejaba una de esas motos.
En la exposición sí está presente la Guzzi Hispania, que era como un saltamontes rojo. Con esa moto se desplazaba por mis calles de entonces un practicante solidario, de apellido vasco, que un día acabó en las cárceles de Franco porque descu- brieron que militaba en el PSUC. Aquel practicante, es decir, el hombre que nos ponía las inyecciones y que atendía gratis a algunos vecinos, era muy querido y por eso yo siempre he visto la Guzzi Hispania como el sencillo caballo rojo de un héroe anónimo. Caballo rojo en aquellos tiempos grises del Flix, que era con lo que se mataban los mosquitos.
La Sanglas era, entonces, la moto de la Guardia Urbana barcelonesa y daba un poco de miedo porque, además de usarla también la Guardia Civil de Tráfico, su envergadura, sobre todo el modelo con sidecar, recordaba las motos del ejército nazi. De nada servía que para animar determinadas fiestas algunos miembros de la Guardia Urbana barcelonesa exhibieran sus habilidades contorsionistas en la plaza de toros Monumental. Aquellas motos atraían, pero, ya digo, daban un poco de canguelo.
La Ossa, la Rieju, la Ducati y la Bultaco siguen muy presentes en mi memoria. Como la Derby, que fue la primera moto que conduje. En realidad, quien la conducía era un mecánico vecino que trabajaba en esa empresa. Yo me limité a poner mis manos en el manillar y a darle gas, creo que con la mano derecha. Tres minutos fueron suficientes para que le dijera a aquel vecino que quería descabalgar y para que entendiera que no había nacido para tener moto ni coche. Y en eso sí he sido coherente. Pero es la Montesa la marca de moto que fue símbolo de la infancia y adolescencia de mi generación, la de La casa del sol naciente.
La Montesa, su modelo Impala, siempre me recuerda a Oriol Regás con quien compartí algunas confidencias familiares en el Flash Flash y cierto trago inolvidable que ya no está en su carta por culpa de todo aquel lío de las llamadas vacas locas. Fue también sobre una moto Montesa Impala como llegó a las televisiones Mercedes Milá, aparente devoradora de hombres crudos y descarada, pero con pedigrí. Tal vez por eso muy pronto se convirtió, sin pretenderlo, en musa de aquellos socialistas de pana, tortilla y cazadora de ante, sobre todo andaluces. Porque si casi todos los pobres sienten una atracción fatal por los señoritos, en algunos pobres andaluces esa atracción fatal aún se nota más.
Quizá sí que en algunos ambientes la Montesa Impala se puso nuevamente de moda porque Joe Kennedy, uno de los hijos de Robert, la manejaba y se fotografiaba con ella. Pero en esa resurrección controlada y popular yo apuesto por Mercedes Milá, hija de conde discreto, que además de seducir a casi todos los socialistas creó un nuevo estilo textil de periodista deportivo. La Milá sobre su Montesa era como Lady Godiva, pero en versión vestida y pija. Entonces aún no se atrevía a contar sus intimidades bajo la ducha.
Mis mayores experiencias motorizadas las he vivido en Roma, ese hermoso caos. La primera yendo de paquete en una escúter con el periodista Marco Carroggio. La segunda, siempre yendo de paquete, con una joven y audaz monja. Roma es una escúter. Y una monja.
mercedes milá La hija de conde discreto que llegó a las televisiones sobre una Montesa, era como Lady Godiva versión pija y vestida