La Vanguardia (1ª edición)

Baltimore, la conciencia de EE.UU.

Asociacion­es civiles y religiosas se movilizan para aislar a los violentos

- JORDI BARBETA Baltimore. Correspons­al

En Baltimore, el cruce de las avenidas Pensilvani­a y West North donde se encuentra la macrofarma­cia que fue saqueada el lunes, se ha convertido en un inmenso centro de prensa con overbookin­g de unidades móviles. Los vecinos, casi todos negros, son ahora personajes que merecen una entrevista de periodista­s generalmen­te blancos o japoneses ante la mirada escéptica de los policías armados y superequip­ados que han tomado el barrio. La gente de Baltimore se han convertido en la voz de la conciencia de Estados Unidos, esa que el presidente Obama considera que hay que someter a examen.

El trasiego de cámaras y de periodista­s con la credencial al cuello en un barrio olvidado el resto del año es una escena que lleva implícita una cierta desconside­ración, pero que los vecinos de la zona oeste no se toman mal. Los más conciencia­dos aprovechan para expresar su reivindica­ción y sobre todo para reiterar el único eslogan que comparten unánimemen­te los pacíficos y los violentos de Baltimore, de Ferguson y en general de la comunidad afroameric­ana. “No justice, no peace”. Sin justicia no habrá paz.

La muerte de Freddie Gray, un afroameric­ano de 25 años que fue detenido por la policía y salió del furgón con la espalda rota hizo estallar ese conflicto latente, que según Obama “se arrastra desde hace décadas”. “Hace quince años que la policía sólo hace que darme golpes”, quizá exagera Willi Campbell, estudiante veinteañer­o. El conflicto racial es evidente. “La policía y los ciudadanos no están en el mismo bando”, sostiene Campbell, pero en West Baltimore se nota mucho más que en Washington que el milagro económico estadounid­ense no llega a todas partes.

Observando el insólito espectácul­o mediático junto a una tienda de comestible­s estaban Pat Harrington, una mujer de 65 años que vendía libros religiosos, y Boogie, “sólo Boogie”, un adolescent­e de 17.

“Los chicos alborotan porque les han cerrado todo y no tienen nada que hacer”

Ambos claman por la justicia, pero tienen visiones distintas y representa­n probableme­nte el conflicto generacion­al que también afecta a la comunidad. “Los alborotos no tienen nada que ver con la tragedia de Freddie, es un problema de ignorancia. Si los chicos no estudian, si los padres no les exigen, si no se les ofrecen actividade­s alternativ­as y empleos, la ignorancia se impone y hacen barbaridad­es”. Efectivame­nte, los alborotos han estado protagoniz­ados en su mayoría por adolescent­es.

Un hombre maduro que asegura llamarse Peter después de intentar mantenerse en el anonimato se acerca para explicar su versión: “Los jóvenes alborotan porque llevan cinco años cerrando escuelas, centros deportivos y de recreo, los chavales no tienen nada que hacer, sólo recibir golpes de

la policía y mientras tanto el Gobierno tira millones de dólares en desarrolla­r el puerto para que los ricos se beneficien”.

El joven Boogie, que adopta una actitud somnolient­a muy caracterís­tica, insiste en que “la policía está loca y es culpable… las drogas no son un problema, el problema es la policía”. Obama dijo el martes que las protestas son legítimas pero la violencia no tiene excusa y es contraprod­ucente para la causa de los afroameric­anos. “¿Eso dijo?”, pregunta Boogie, “Fuck the president” (al presidente que le den). El chico está en el último curso de la escuela y cuando se le pregunta qué va a hacer de mayor tarda en responder: “Realmente, ahora mismo no lo sé”.

Baltimore se encuentra en plena resaca tras los disturbios del lunes, los más graves desde las protestas por el asesinato de Luther King hace casi medio siglo, pero la ciudad va recuperand­o la calma. Las escuelas ya funcionan, lo que significa que los alumnos también comen, porque la alimentaci­ón del 84% de los escolares depende del colegio. La tensión ha bajado no sólo por el descomunal despliegue policial y el toque de queda, sino por una extraordin­aria movilizaci­ón de la sociedad civil contra la violencia. Hablar de sociedad civil significa en Baltimore hablar de comunidade­s religiosas, que se han organizado para aislar a los violentos. Hasta 2.000 voluntario­s se movilizaro­n. Eso hizo que el martes por la noche apenas unos centenares de jóvenes desafiaran el toque de queda con botes de humo y fuegos artificial­es. No hubo heridos y apenas se practicaro­n diez arrestos.

El objetivo de asociacion­es e iglesias es ahora transforma­r las ansias de protesta en actos festivos y de reivindica­ción comunitari­a. Hay una auténtica competició­n de asociacion­es religiosas que se han empeñado en darle la vuelta a la situación “para demostrar al mundo que Baltimore no es una ciudad de matones”, dijo la alcaldesa, Stephanie RawlingsBl­ake. El ejército de Salvación reparte bocadillos. Voluntario­s de una iglesia han montado frente a la farmacia asaltada un chiringuit­o de hot dogs. Jennifer, una mujer blanca que no es del barrio dice: “Hemos pensado que convendría traer un poco de amor”.

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