Después del velo, la falda larga prohibida en una escuela francesa
Una joven estudiante francesa de 15 años vio prohibida su entrada en el colegio por llevar una falda larga negra, en lo que parece aplicación estricta y sui géneris de la ley del 2004 contra la indumentaria religiosa en las escuelas, que prohíbe expresamente el velo islámico en centros de enseñanza. Sucedió el 16 de abril, y se repitió ocho días después, en el colegio público de Charleville-Mézieres, en la región de las Ardenas.
“La falda no tenía nada de particular, era sencilla, sin nada ostentatorio, no tenía ningún signo religioso”, explica Sarah, la estu- diante concernida, al diario de su región, L’Ardennais. En pocas horas el mensaje “Llevo la falda que quiero”, arrasaba en las redes sociales. Hoy varios periódicos franceses dedican su portada al asunto.
Versión matizada en el centro escolar y respaldada por el consejo educacional de la región: tras un incidente relacionado con el velo, varias alumnas se presentaron con faldas largas en señal de protesta. “Al tratarse de acciones reivindicativas y concertadas de alumnos, el cuadro laico de la enseñanza debe ser firmemente recordado y garantizado”, explica una nota de dicho consejo.
La polémica está servida: por un lado los defensores de la “laicidad”, un valor republicano crucial, acusados de lindar en su firmeza con la mera xenofobia y la intransigencia islamófoba. Por el otro, los defensores de una “libertad” y “tolerancia” por la que se cuela el comunitarismo. Al fondo, y presidiéndolo todo, la brecha social y sus componentes de exclusión social y estigmatización en un cuadro francés en el que, al calor del neoliberalismo, cada vez hay menos Estado y servicio público.
“Allí donde ya no hay Estado, no puede haber laicidad, es decir algo que nació, precisamente, como consecuencia de una gran potencia pública”, hoy menguante, dice el filósofo Regis Debray. “Supriman o disminuyan el Estado y verán cómo regresa una multitud de fanáticos”, dice.
El espacio escolar francés es un espacio público laico que está en el ADN de la república. Un espacio sacralizado de la república, por así decirlo. “Cuando los ateos entran en una mezquita se sacan los zapatos, así que los creyentes bien pueden sacarse el velo, la kipá o el crucifijo al entrar en la es- cuela”, dice Debray. Pero, ¿una falda negra? “Del velo a la falda, pasando por el cerdo obligatorio”, clama un bloguero, mientras en la red se suceden las fotos de personalidades sin antecedente emigrante vestidas con faldas largas.
Antes asumida como modelo integrador, esta “laicidad” se percibe como algo hostil. Cuanto más se prohíben determinados signos externos, tanto más protesta y respuesta se recoge. En Francia se producen decenas de casos cada día; alumnos que rezan en la escuela a escondidas, que no acuden a clase en ocasión de fiestas religiosas. Lo de la falda forma parte de esa cadena. Evidentemente, “es una mala interpretación de la ley del 2004”, dice Nicolas Cadene, consejero especial del primer ministro para la laicidad. La procesión comunitarista progresa por dentro.
El caso de Sarah, de 15 años, que protestó la prohibición del velo con una falda, desata la polémica