El pelotón de los abandonados
La familia Ganesha está entre el pelotón de desgraciados acampados bajo toldos en el descampado adyacente al dispensario de Bhaktapur –a falta de camas–, donde se les suministra algo parecido a un tratamiento desde el sábado. Tanto el padre como la madre son sordomudos. La abuela lleva la voz cantante: no quiere desplazarse a Katmandú. No tienen dinero. Ni apoyos. La madre tiene la expresión de absoluto abatimiento de quien acaba de perder a su hijo de cinco años y todavía no ve el final del túnel. El padre, un vendedor de periódicos, lleva un vendaje abultado en la pierna, manchado de sangre, que las moscas perciben incluso por encima de la manta. Hay peligro de gangrena. Tal vez habrá que amputar. Estos días, en los hospitales de Nepal, aterroriza la frecuencia con que se alude a la necesidad de cortar por lo sano. Y la inexpresividad con la que los afectados, sedados o agotados, lo escuchan. No es el caso de la hija de los Ganesha, la pequeña Shriya, de diez años. Por los suelos, fracturada, dolorida y asustada pero aferrada a la vida, aun con la amenaza de que su pierna requiera también soluciones drásticas. Sus circunstancias y la tremebunda corrupción en Nepal no hacen presagiar nada bueno para ella. El día anterior, los médicos de Katmandú se quejaban de que desde allí les remiten pacientes cuando ya es demasiado tarde. Antes, de camino a la desolación de Bhaktapur, tras sortear los tramos impracticables vía carreteras secundarias, nos habíamos cruzado con un camión cargado de bomberos polacos, estacionado en un sitio apartado y discreto, como para no molestar.