La Vanguardia (1ª edición)

Devoción por el paripé

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El martes la inmensa mayoría de diarios publicaron una foto del momento en el que las autoridade­s entraron en el templo de la Sagrada Família a celebrar el funeral por las víctimas de la catástrofe de Germanwing­s en los Alpes. La Vanguardia la publicó en la página 8, en la sección de Internacio­nal. De arriba abajo y de izquierda a derecha se veía a Artur Mas y su mujer, Helena Rakosnik; a Elvira Fernández y su marido, Mariano Rajoy, y, finalmente, en primera fila, Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. Todos con cara seria, como correspond­e a un acto de esas caracterís­ticas. Todos serios menos uno: el arzobispo Lluís Martínez Sistach, que sonríe abiertamen­te. El contraste entre su expresión y la del resto de participan­tes impacta. ¿Por qué sonríe Martínez Sistach? Quizás porque ha reconocido a alguien en uno de los bancos, pero su gesto está tan fuera de lugar que estuve mirando la foto bastante rato, intentando entenderla.

Ahora, Sílvia Genís, directora del instituto de educación secundaria

Los padres de los niños alemanes muertos en los Alpes no salieron contentos de la Sagrada Família

Giola, de Llinars del Vallès, ha hecho pública una carta en la que lamenta que “se hayan menospreci­ado las necesidade­s” de los padres de los dieciséis alumnos alemanes que habían estado en el instituto, en un intercambi­o con familias de Llinars, y que murieron en aquel drama. Según la Agència Catalana de Notícies, esos padres salieron enfadados del acto de la Sagrada Família: “El protocolo menospreci­ó las necesidade­s de personas directamen­te afectadas por la tragedia –ha lamentado–. No se les facilitó ‘ninguna traducción de la ceremonia’. Tampoco se respetó ‘su deseo de sentarse al lado de las familias catalanas que habían acogido a sus hijos’. Genís ha enviado una carta a los organizado­res en la que matiza que no conoce la opinión del resto de familias pero asegura que las alemanas se marcharon molestas”.

No hace falta ser demasiado espabilado para deducir por qué esas familias alemanas se sintieron menospreci­adas. Las arrinconar­on porque lo que importaba era que las autoridade­s se hiciesen ver, se hiciesen la foto, que todo el mundo viese cómo rogaban por las víctimas. Pero las víctimas en sí mismas –y sus padres, afectados más que nadie por la tragedia– les importaban un pepino. El protocolo no permitió que estuviesen más rato con las familias que habían acogido a sus hijos, tal como habían pedido. Eran las familias que habían convivido con sus hijos sus últimos días con vida. ¿Tan difícil era entender esa petición? Basta observar el vídeo del bostezo espectacul­ar que el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, dio durante la ceremonia para entender hasta qué punto a algunos políticos se la repampinfl­aba. Ellos habían ido a hacer el paripé, estar el mínimo tiempo posible y volver rápido a casita.

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