Una nueva Solidaritat Catalana
Hay bastante gente que se pregunta si este era el momento más adecuado para fragmentar el bloque favorable al derecho a decidir, entre los partidarios de la independencia y los otros. ¿No ha sido esta una decisión precipitada dado que debilita el frente catalán ante Madrid? Tal vez esta decisión ha estado demasiado influida por el miedo al posible enfriamiento del movimiento pro independencia y por que se imponga un cierto pesimismo ante las dificultades que van surgiendo. Quizás algunos habían presentado la causa soberanista como un objetivo tan lógico y justo como fácil de conseguir, y ahora cuando aparecen más problemas de los esperados, no quieren rectificar su estrategia.
¿No habría sido más inteligente y hábil, en vez de adelantar las elecciones catalanas, dejar que se hicieran antes las generales españolas? Creo que habría sido políticamente muy clarificador ver primero la nueva panorámica política estatal para poder actuar después con más posibilidades. Porque, guste o no, el futuro Gobierno español y las futuras Cortes tendrán un papel determinante en el proceso catalán, y por eso su composición puede ser muy trascendente. ¿O es que todavía hay quien piensa que al final de todo no se tendrá que negociar y no pactar nada con Madrid?
Hay una clara constatación: sea cual sea el resultado de las elecciones generales españolas, la panorámica será siempre más favorable que la actual, fuertemente hipotecada por la mayoría absoluta del Partido Popular. Lo más probable es que en las futuras Cortes no haya ninguna mayoría absoluta, sino una notable fragmentación política entre los partidarios de conservar el actual sistema político (PP), los que prometen algunas modificaciones, pero quieren que todo siga igual (PSOE y Ciudadanos), y los que proponen un cambio radical no muy definido (Podemos). Ante eso, si realmente lo que queremos es defender el derecho democrático de los catalanes a decidir nuestro futuro ante la opinión pública española y la internacional, esta era la ocasión de componer unas candidaturas unitarias en el Congreso y en el Senado. Este sí que sería el momento de presentar unas listas integradas por personalidades de prestigio que repre- sentaran esta voluntad de los ciudadanos de Catalunya. Sin duda sería más factible pactar unas candidaturas unitarias para unas elecciones españolas que no, y como se ha visto, para las elecciones catalanas. Porque se trataría de votar a los diputados y los senadores que tendrían que plantear en Madrid la reivindicación más sentida y unitaria de nuestro país, y no de escoger a los parlamentarios que tienen que decidir las políticas concretas de la Generalitat, en donde las divergencias siempre serán notables. Se trataría, así, de or- ganizar una especie de nueva Solidaritat Catalana, como la que en 1907 triunfó en 41 de los 44 distritos electorales que entonces había en Catalunya. Aquel movimiento cívico y político, si bien era eminentemente defensivo, significó una impresionante irrupción del catalanismo en la política española que dejó atónitos los gobernantes y los partidos de Madrid. Ahora eso se podría repetir con un programa unitario basado en la convocatoria de un plebiscito sobre el futuro de Catalunya.
Unas candidaturas unitarias catalanas con un programa tan sencillo como este podrían perfectamente obtener 30 o más diputados, de los 47 que son escogidos en Catalunya, y unos 12 senadores de los 16. Una mayoría abrumadora: ¡eso sí que sería un auténtico plebiscito! Y además esta victoria tendría un considerable impacto internacional y una gran incidencia en la política estatal. El éxito de este frente catalán se convertiría en la más positiva forma de presión política en Madrid y manifestaría que no se pueden ignorar ni dejar sin respuesta las demandas de tantos ciudadanos. Y si a pesar de eso, el Gobierno y las Cortes españolas rehusaran de nuevo las propuestas catalanas, la victoria de esta nueva Solidaritat legitimaría internacionalmente la causa soberanista y permitiría avanzar con más fuerza, más simpatías e, incluso, más apoyos externos que ahora.
Sin embargo, al anticipar las elecciones catalanas y al separar a los defensores de la hoja de ruta hacia la independencia de los que defienden básicamente el derecho a decidir, lo hemos puesto todo mucho más difícil. El afán de protagonismo de algunos dirigentes independentistas, y de algunos partidos, puede acabar por ser nefasto, dado que están poniendo sus intereses particulares, o de su formación política, por delante de los de la mayoría de los catalanes. Si de las precipitadas, a mi entender, elecciones catalanas del próximo septiembre no sale una clara mayoría a favor de la independencia, podemos dar por liquidado todo el proceso por una larga temporada. Si bien es evidente que no se puede alargar indefinidamente la acción conjunta entre independentistas y defensores del derecho a decidir, pienso que aún no es el momento de hacer patente esta separación. Si toda división debilita, ¿no era mejor esperar a que se confirmara la gran división política española, presentándonos nosotros bien unidos? Será mucho más difícil alcanzar una votación claramente mayoritaria en favor de la independencia que si se tratara de apoyar el legítimo derecho a decidir.
Tal vez esta reflexión llegue demasiado tarde. Pero opino que las estrategias políticas siempre se han de poder modificar si así lo aconsejan las circunstancias, sobre todo si el cambio nos tiene que permitir ganar fuerza, credibilidad democrática e influencia internacional. Nos jugamos demasiado.