‘Homo empathicus’
El verano del 2011, Jeremy Rifkin (sociólogo, pensador de crisis existenciales y económicas y autor de libros como El fin del trabajo o La tercera revolución industrial) publicó La civilización empática, que pronosticaba un mundo fundamentalmente más amable gracias al desarrollo de una creciente empatía entre los humanos. No pretendo con esta insuficiente frase despachar un resumen del complejo libro de Rifkin, sólo hacerles partícipes del recuerdo que guardo de su lectura: me hizo concebir grandes esperanzas. A la luz de los últimos descubrimientos de las ciencias cognitivas y la biología, Rifkin abogaba contra la arraigada creencia de que los seres humanos somos agresivos y egoístas por naturaleza y veía indicios del comienzo de una nueva era en que la empatía global conseguirá evitar el desmoronamiento de nuestra civilización.
Han pasado cuatro años y la empatía global brilla por su ausencia. Incluso la intolerancia parece haber descendido un escalón y haberse convertido en odio puro y duro. Allá donde miras, ves odio: odiadores aficionados y profesionales que vierten su inquina en las redes sociales y en los debates públicos, grupos musicales que proclaman alto y claro querer exterminar a enfermos y a discapacitados (y que ahora alegan que sus letras pretendían ser... ¡una crítica a los recortes de la ley de Dependencia!), pilotos capaces de provocar la muerte de sus pasajeros porque consideran su dolor más importante que el dolor que van a provocar en cientos de familias, niños que matan cada vez más jóvenes, ciudadanos que nos desentendemos de lo que pasa en las costas de Lampedusa con una facilidad pasmosa... No veo yo por ningún lado que aumente nuestra capacidad de compadecer a nuestros semejantes.
Yo siempre tuve a Rifkin por uno de mis visionarios de cabecera... ¿Me estará fallando? ¿O acaso estamos asistiendo a los últimos y salvajes coletazos de esa larga era en que el hombre ha sido un lobo para el hombre...? Han pasado cuatro años y los expendedores de odio parecen cada vez más desatados y peligrosos, mientras el resto de ciudadanos creemos que con no odiar mucho ya cumplimos, aunque nos mostremos cada vez más insensibles ante el abuso y la injusticia, aunque miremos casi siempre para otro lado cuando las cosas se ponen demasiado horribles, aunque volvamos a votar una y otra vez a los mismos que las han provocado o tolerado. Claro está que cuatro años no es nada, así que todavía guardo una pequeña ración de optimismo para esperar que el tal Homo empathicus empiece a emerger por fin de las tinieblas.
Tenía a Jeremy Rifkin por uno de mis visionarios de cabecera... ¿Me estará fallando?