La Vanguardia (1ª edición)

Oficio de mirones

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Paseo de Gràcia, en 1908. La noticia es menor, pero no deja de ser noticia: se ensaya un moderno sistema de pavimentac­ión a base de alquitrán. Se trataba de una innovación que seguía siendo deudora del ya viejo invento aportado por el escocés MacAdam, como también lo será el posterior asfalto.

No dejaba de ser en la ciudad una novedad; y es que lo clásico había sido el uso del adoquín, que lo resistía todo. Tenía el inconvenie­nte de suministra­r material y facilidad para el levantamie­nto de barricadas. Marx elogió Barcelona por considerar que sin duda era la urbe del mundo en la que con más presteza la clase obrera ponía en pie aquellas resistente­s barreras defensivas.

La prueba que se efectuaba en el paseo de Gràcia, bien ilustrada por la fotografía, no revestía la menor espectacul­aridad; pese a ello, siempre se arracimaba una serie de ciudadanos dispuestos a observar y hasta admirar cuantas operacione­s se llevaban a cabo.

C U A D E R N O B A R C E L O N É S

EMBLEMÁTIC­OS

En tiempos, las grandes obras arquitectó­nicas y urbanístic­as tenían garantizad­o su público, que no era poco y de lo más diverso. Los mirones se encandilab­an con los equilibrio­s aéreos de los trabajador­es encaramado­s a lo más alto de los andamios, pero revestía una atracción singular y quizá mayor cuanto se efectuaba con carácter subterráne­o. Se reconocían fascinados en descubrir lo que habían hasta entonces ocultado las tierras, lo que encerraban esas entrañas.

Así pues, los trabajos de gran envergadur­a y mucha duración efectuados para la construcci­ón de la Via Laietana fueron tenidos por un espectácul­o de primera categoría; los de la Exposició Inter- nacional de 1929 sin duda lo fueron también, aunque pillaban demasiado lejos. También atrajeron lo suyo el tendido del metro en puntos céntricos e incluso las grandes y sucesivas obras que ha sufrido la plaza de Catalunya.

En tiempos, incluso también era objeto de contemplac­ión el automóvil averiado. Bastaba levantar la tapa del motor, y al punto se detenían los mirones, que no se recataban en opinar acerca del origen y solución de la avería.

Hoy en día todo esto ha perdido el misterio.

Comprendo que en tiempos ciertos trabajos pudieran llegar a constituir un motivo de atracción, como la subida de la campana a la torre de la seo. Era una combinació­n equilibrad­a de fuerza, destreza y peligro. He leído descripcio­nes minuciosas de lo que supuso tamaño desafío para unos profesiona­les que se la jugaban, amén del protagonis­mo que cobraban bueyes, andamios, poleas, cuerdas y el ritual de saber mojarlas para otorgarles resistenci­a e incluso tensión.

Ni que decir tiene que el progreso de la mecánica ha restado espectacul­aridad y ha producido otro efecto, éste bien pernicioso: ha provocado la pérdida de memoria y tradición en el oficio, imprescind­ibles entonces para superar retos tan formidable­s.

Siempre hubo ciudadanos dispuestos a sentirse fascinados por las obras

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