La Vanguardia (1ª edición)

El retorno de Pep: fiesta o trifulca

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La parábola del hijo pródigo aún me crea dudas: ¿es justo tirar la casa por la ventana para celebrar el retorno de un retoño tarambana y despilfarr­ador cuando al hijo cumplidor no le has regalado siquiera una corbata el día de Reyes? No viene al caso, pero algo vagamente parabólico flota ya en el ambiente culé.

Vuelve Pep Guardiola al Camp Nou y el barcelonis­mo tiene dos opciones: celebrar el retorno de uno de los nuestros, que ruede el balón y gane el mejor o afilar los cuchillos por si la reunión familiar termina a navajazos y en comisaría. Me temo que la segunda opción no es descartabl­e.

Tenía que pasar y no es un drama sino un motivo de celebració­n, de la misma manera que tarde o temprano habrá una final de la Liga de Campeones entre Real Madrid y Barça y quien pierda seguirá exigiendo el aire que respira trece veces por minuto.

Al frente del Bayern de Munich, el odioso Bayern de Munich –lo siento, fui un chaval en los años 70–, llega Pep Guardiola. No recuerdo otro patrimonio del FC Barcelona con tantas facetas dentro del club: recogepelo­tas, infantil, juvenil, profesiona­l que superó el Tourmalet de simultanea­r el B y el primer equipo, oro olímpico en el Camp Nou en el 92, internacio­nal, héroe en Wembley, brazalete de capitán, míster del filial en 3ª división grupo V, el entrenador con más títulos en más de cien años de historia...

¿Cabe otra bienvenida que no sea la ovación? Bueno, todo el mundo es libre de negarse a sí mismo pero convendrem­os que negarse a sí mismo es del género idiota...

El público del Camp Nou es soberano y siempre tiene razón. Dicho esto, alguna que otra vez ha sido tremendame­nte injusto. Yo no lo presencié pero tengo entendido que un grande como Luis Suárez terminó dedicando una botifarra a los socis, ciertament­e comprensib­le a la vista del trato injusto recibido. Más adelante, este mismo público ha silbado a Gallego o David Villa, por citar a dos jugadores ejemplares y entregados durante años en Can Barça. Me cuesta creer, no obstante, que la injusticia pueda repetirse el próximo miércoles día 6.

Claro que hay días de sobra para que el ambiente se enturbie. Bastaría con abrir debates estériles, por ejemplo: ¿los mejores años de la historia del club son patrimonio de Pep Guardiola o de Leo Messi? Lo más parecido a este dilema sería discutir si queremos más al padre o a la madre, debate más bien infantil. Aquel Barça fue un éxito de todos y he aquí la grandeza, incluso de Luis Aragonés, si me apuran, porque fue el técnico que hizo crecer a Xavi Hernández.

Reducir una suma de esfuerzos tan formidable sin la cual ningún triunfo apoteósico es factible sería negar la grandeza del Barça. Reducirlo todo a Messi o Guardiola sería negar a Cruyff, olvidar a gente de la casa como Rexach, al bueno de Ángel Mur, a los médicos que ayudaron al desarrollo físico del argentino, a Laporta, a Iniesta, a Van Gaal, a Valdés... A tantas personas sin cuyo trabajo, morro o conocimien­tos no habría sido posible aquel equipo cumbre que goleaba por norma al Madrid, levantaba seis copas en un año y nos hizo sentir tan bien en la piel.

Todo el mundo es libre de negarse a sí mismo, pero convendrem­os que hacerlo es del género idiota

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