Atardecer en Palmira
AGATHA Christie se casó en segundas nupcias con el arqueólogo Max Mallowan, a quien pasó a acompañar en sus viajes anuales a Iraq y Siria, cuyos paisajes inspiraron algunas de sus novelas, como Asesinato en Mesopotamia o Cita con la muerte. A la escritora británica le habían fascinado los atardeceres en Palmira, esa ciudad de dos mil años de antigüedad situada en mitad del desierto que, durante siglos, albergó a las comunidades de beduinos, quienes se cobijaron en sus impresionantes ruinas sin dañarlas. Palmira es patrimonio de la humanidad, pero eso no la protege de la amenaza de caer en los próximos días en manos del Estado Islámico (EI), que ha convertido la destrucción de los vestigios del pasado de los territorios que conquista en un poderoso método de propaganda. Los destrozos en el Museo de Mosul o en las ruinas de Nínive son la demostración de que el EI disfruta angustiando a Occidente con semejantes atrocidades.
Las últimas noticias que llegan de la región revelan que la ciudad de Palmira ha vuelto a caer en poder de los yihadistas, que han tomado de nuevo el impresionante conjunto arqueológico. El Gobierno sirio ha trasladado cientos de estatuas para ponerlas a salvo, pero es imposible mover templos, teatros o avenidas de columnas, como las que emocionaban al doctor Mallowan en los años treinta. Pero la maldad de los dirigentes del EI empequeñece hasta la insignificancia la villanía de los criminales de las novelas de su esposa.
El mundo asiste impotente y compungido a este nuevo atentado contra la historia colectiva. Las tropas sirias combaten duramente, pero la coalición internacional que encabeza Estados Unidos se limita a los ataques aéreos. A veces parece olvidarse que en Iraq y Siria la humanidad se juega no sólo su seguridad, sino también su patrimonio. Y los atardeceres de Agatha Christie.